lunes, 17 de diciembre de 2012

Vidal López exaltado al Salón de la Fama de los Navegantes del Magallanes

Este jueves 20 de diciembre los Navegantes del Magallanes exaltarán a los peloteros Vidal López, Luis "Camaleón" García, Ramón Monzant, Jesús "Chucho" Ramos, Lázaro Salazar, Gustavo Gil, Dámaso Blanco, Oswaldo Olivares, Dave Parker, Clarence Gaston, los directivos Carlos Lavaud, José Ettedgui, Edgar Rincones y el narrador Felo Ramírez. A continuación un texto que escribí a la memoria de Vidal López. Los sueños de Vidal López La tarde se perfilaba sobre el horizonte con los copos de los apamates proyectando siluetas de ferrocarriles sobre los surcos de tierra oscura mezclada con estiércol. Juan corría tras una chicharra entre las plántulas de maíz. Ricardo enterraba granos de caraotas a los costados. Se ajustaba el sombrero de fibra vegetal y saboreaba los hilos de sudor que ardían en las mejillas. Cada cinco minutos llamaba a Juan. Primero le decía que se olvidara de los caramelos, luego lo amenazó con dejar de llevarlo al río. Sólo cuando mencionó que no le daría permiso para ir a jugar béisbol, un latigazo detuvo la carrera de Juan. Soltó la chicharra y agarró un puñado de caraotas y otro de maíz. Ricardo tuvo que levantarle la barbilla. Le señaló todo el reguero de caraotas que había dejado en el fondo del surco. __Ya sé que te gusta el juego de pelota y quieres terminar temprano, pero tampoco es para que desperdicies las semillas. Juan quería ir a jugar pelota. Sin embargo había otras inquietudes en sus planes. Uno de esos mediodías cuando regresó a la oficina de Ricardo para buscar un radio, Juan vio en una gaveta, una revista vieja abierta en una página doblada y casi a punto de deshacerse. “Vidal López un gran héroe del béisbol venezolano”. Cuando estaba a punto de tocar el papel, la trompeta lejana de la garganta de Ricardo le pedía que llevara el radio. En el tropel Juan se magulló toda la mano entre la madera de la gaveta y chocó contra el marco de la puerta. La fotografía de un pelotero corpulento con el pie levantado sobre el montículo burbujeó todo el trayecto hasta el lugar donde Ricardo revisaba una a una las plántulas de maíz y la humedad de la tierra. Quería saber quién era ese Vidal López. A lo mejor leyendo ese papel podía batear más duro y aprender a fildear. Toda la tarde Juan intentó acercarse a Ricardo. La primera vez arrancaba unas malezas que rodeaban los brotes de maíz, la segunda sacudía los pantalones de saco de cabuya del espantapájaros y saltó cuando salieron varios escarabajos debajo de la fibra, la tercera apretaba unos granos de fertilizante en la base de los surcos. Cuando Ricardo quiso saber que se traía entre manos Juan, el niño se limpió el fertilizante de las manos con el saco del espantapájaros y se metió varios tallos de la maleza en el bolsillo del pantalón. Le preguntó al hombre si habían terminado y desplegó una carrera que atravesó todos los surcos sin tropezarse. Cuando llegó al pedazo de terreno cuyos jardines llegaban hasta las orillas del río, gritó que le guardaran un puesto. Mientras esperaba su primer turno para batear habló con sus compañeros. Ninguno había oído hablar de Vidal López. Una vez consumado el out postrero de aquel juego, los muchachos arrancaron con tizones en sus pies rumbo a casa. Juan afinó la mirada sobre el pedazo de cartón donde el pitcher se embalaba para lanzar la pelota, avanzó en línea recta hacia el centro del diamante se dobló y agarró un puño de tierra. Sintió uno a uno los granos que arrastraban el sudor de sus manos. La pelota, saltaba en el bolsillo trasero del pantalón de caqui. El tacto esférico lo hizo buscar el hueco de la mascota detrás del pedazo de hojalata que servía de “home-plate”. Escarbó a un lado del cartón. Apretó los ojos hasta que la fotografía de aquel papel doblado en el escritorio de Ricardo levitó en su recuerdo. Empezó a levantar la pierna izquierda, al tiempo que llevaba la mano derecha hasta detrás de la oreja. Cuando la punta del pie llegó a la altura de su cara, trastabilló y se encontró sobre el polvo sentado. Primero recogió las piernas, levantó los ojos hasta que aquel pedazo de papel se le perdió en las estrellas. Juan se impulsó en sus talones, recorrió las bases y llegó hasta la zona más profunda del campo. Al sentir cada guijarro levantar las suelas de sus zapatos recreó la manera como Vidal López agarraba la pelota en su espalda. Juan sintió dos gotas de sudor temblar en la naríz. Le urgía encontrar ese papel. Debía hacer cualquier cosa, incluso espiar a Ricardo. Se volteó y trató de distinguir el lugar donde estaba el “home”. Un reflejo metálico delineó el penacho de unos matorrales. Juan soltó sus pies y atravesó la línea central, cada ventana le traía una visión más interna del diamante. Cuando alcanzó las proximidades del montículo volvió a escuchar el crujido de aquella revista desplegada en la gaveta del escritorio. Ricardo abrió la puerta, “Ahí se prepara Vidal López, levanta la pierna izquierda, suelta la pelota por encima del brazo, la pelota llega como un limón a la mascota del catcher, oigan como sonó esa pelota, este hombre tiene un mortero en el brazo”. Se quedó paralizado en el marco, no sabía si reír o gritar para que Juan saliera de la cama. El sol asomaba en el horizonte, a esa hora le gustaba a Ricardo salir al maizal, le gustaba aprovechar la tierra húmeda y la frescura matinal y evitar al máximo los ardores del mediodía. Levantó la cobija, Juan detuvo su brazo en el tope de la cama, sus pies se recogieron. __¿Qué pasó? __Te olvidaste que hoy vamos a terminar de sembrar las caraotas. __Tan bueno que estaba pitcheando Vidal López. Todavía no entiendo porque hay que sembrar las caraotas junto al maíz. Ricardo se sentó en la cama y dio dos palmadas en la pierna de Juan. Explicó que las caraotas ayudaban al maíz a crecer mejor porque fijaban el nitrógeno en el suelo. Le dijo que era como cuando Vidal López pitcheaba, sus compañeros lo ayudaban a ganar agarrando las pelotas detrás de él o bateando los imparables para empujar las carreras. Juan saltó de la cama y templó una toalla del perchero. __Pero Vidal López a veces él mismo daba los batazos y hasta hacía jugadas que sorprendían a más de uno. Eso casi no se ve ahora, pitcher, cuarto bate, novio de la madrina y agarra todo lo que pasa cerca de él. Que se puede esperar, si ahora los pitchers abridores llegan al séptimo inning de casualidad, y si completan el juego es una verdadera joya de museo. Juan ajustó las trenzas de sus zapatos de goma. Ricardo lo miraba con la frente arrugada. Quería saber porque el muchacho tenía tanta curiosidad y pasión por un pitcher de tanto tiempo atrás. Él conocía de las hazañas del pelotero por algunas referencias de su padre y lo que había logrado leer en los periódicos hasta que consiguió aquella revista de Sport Gráfico en un remate de libros viejos una vez que fue a Caracas. Al verla saltó hacia la mesa donde estaba y metió la mano entre la muchedumbre. Preguntó el precio, le pareció muy elevado hasta que encontró el artículo de Vidal López. Sacó los cien bolívares que guardaba en la cartera para situaciones especiales y salió a empujones del bululú como el niño que hubiese agarrado los caramelos más sabrosos de la piñata. Allí se enteró de un homenaje que habían rendido al jugador, de sus comienzos infantiles en el béisbol en su natal Río Chico, del poco apoyo que recibía de las autoridades deportivas y del episodio donde muchos pensaban que se había dañado el brazo mientras lanzaba en la liga mexicana de verano. El campo desplegaba colores desde la tierra de los surcos hasta las alas de las mariposas monarca que Juan persiguió sin tregua. Luego llevó un guijarro hasta la espalda y lo lanzó contra una bandada de pericos que se lanzaba en picada sobre las mazorcas del centro del maizal. El escándalo de plumas verdes y graznidos terminó tras las señas de Ricardo. Bajo la sombra de un bucare hablaron de cómo se debía retirar la maleza que asfixiaba las raíces del maíz y las caraotas. “Si haces bien el trabajo te voy a mostrar algo de Vidal López”. Juan abrió los ojos y abrazó a Ricardo. Le preguntó que le iba a enseñar de Vidal López. ¿La revista? Quiso preguntar miles asuntos del Muchachote de Barlovento. Ricardo empezó a caminar hacia su oficina y señaló el maizal. __Haz lo que te dije y después hablamos. Juan empezó a arrancar corocillos a una velocidad tan avasallante que casi arranca una mata de maíz. Se imaginaba con aquella revista en las manos, descifrando los movimientos de Vidal López. Sospechaba que en esas páginas encontraría mucha información que le haría muy feliz. Un grito a la distancia lo detuvo en seco. Ricardo llegó desde el otro lado del sembradío en menos de un minuto. Revisó las malezas arrancadas y meneó la cabeza. Como era posible que Juan hubiese destrozado las dos maticas de hicaco que con tanto empeño había logrado cultivar a pesar de las malas hierbas y de los bachacos. Juan intentó justificarse, la furia de Ricardo afectó la comunicación entre ellos por varias semanas. Sólo hablaban en monosílabos y de cuestiones agrícolas. Juán sólo tocaba aquella revista cuando se acostaba en la noche y metía la cara bajo la almohada. Veía un estadio de tribunas encimadas sobre el campo de juego. Los uniformes parecían sacos de lavandería. Vidal López subía y bajaba del montículo cada tres outs. Tiraba la pelota donde dejaba todos los bates quemados. Juan intentaba descifrar el nombre del uniforme, sólo alcanzaba a ver una M. Aquella tarde Ricardo le indicó a Juan que se olvidara del juego de pelota. El muchacho intentó escaparse. El hombre se subió las mangas de la camisa de algodón hasta los codos. Anunció que iba a quemar la revista que guardaba en su escritorio. Juan regresó y pasó todo el camino de vuelta hablándole de todo lo que había soñado de Vidal López. Que él sabía que en esos papeles amarillentos había muchas historias que no le había alcanzado soñar. Ricardo se pasó la mano por la nuca empapada de sudor. __¿Qué te hace pensar que todo lo que soñaste está en esos papeles? Juan arrastraba los zapatos de goma sobre las maleza seca desperdigada sobre los surcos. __La foto que ví de Vidal López es la misma que vi cuando dormía. El mismo guante, el mismo estilo, la misma mirada amenazante, los mismos zapatos, todo es igualito, hasta el montículo. Ricardo observó a Juan entre sorprendido y preocupado. Hasta ahora se percataba de los conocimientos del béisbol que tenía el muchacho. Pensaba que iba a jugar por pura diversión. Esos sueños, esa propiedad al hablar, esa insistencia en leer aquella revista le indicaba que había una gran pasión por aquel juego. __Juan acuérdate que también tienes deberes escolares y también en tu casa con tu mamá y conmigo en el maizal. No todo puede ser béisbol. Un silencio ruidoso jugueteó entre las pestañas de Juan. Sabía que lo primero en su lista de prioridades era encontrar aquella revista en donde Ricardo la hubiera escondido. Presentía que en aquellas letras aprendería muchas cosas importantes del béisbol y de la vida porque en aquel deporte de las cuatro bases había entendido porque es importante respetar a los amigos y los enemigos. Una de las noches cuando estudiaba la tabla de multiplicar con Ricardo, Juan se quedó mirando por un momento las cañas bravas del techo. __Papá ¿es muy difícil lanzar un juego sin hits ni carreras? __Y eso ¿qué tiene que ver con la tabla de multiplicar? El muchacho se levantó de la silla y realizó el movimiento de un pitcher cuando va a lanzar. Le pidió a Ricardo que le preguntara toda la serie del nueve. La contestó integra mientras completaba todo el levantamiento de la pierna y el desplazamiento del brazo. __Ves que si tiene que ver la tabla de multiplicar. Pero no quieres contestarme. Sabía que al encontrar la revista sabría lo que es un juego sin hits ni carreras y muchos secretos de Vidal López para pitchear y batear. Ricardo estuvo a punto de buscar la revista. Hacía tanto tiempo que había leido el artículo de Vidal López que le parecía que todo lo que decía Juan era una exageración. Estaba al tanto de lo que representaba el Muchachote de Barlovento para el béisbol venezolano pero Juan lo presentaba como una especie de Superman. Se dijo que esa misma noche buscaría la revista. Juan hablaba de la relación entre el pitcher y el receptor, que tienen que conocerse como un matrimonio, que deben compartir dentro y fuera del campo, que antes de cada desafío deben reunirse mucho antes de empezar el juego para determinar como le van a lanzar a cada bateador, como serán las señas cuando haya corredores en base, cuando le iban a lanzar pegado a un bateador y quién iba a atacar las pelotas bateadas entre el “home” y el montículo. Cada día Juan se iba más temprano del maizal. Ricardo lo llamaba pero decía que tenía que irse para llegar temprano al campo y lo metieran a jugar. Una tarde Ricardo lo hizo quedarse casi hasta las cinco. Las mazorcas estaban listas para la cosecha. Juan las arrancaba sin piedad y las plantas se estremecían. De regreso al anochecer, Juan llegó mudo a la casa. Ricardo intentó hablarle de la revista pero el muchacho apenas comió y se refugió en su cuarto. Cuando llegó al terreno el juego había empezado. Al final lo llamaron a pitchear con tres en base en el último inning. Juan agarró la pelota. Le anotaron una carrera que terminó decidiendo el encuentro. Se quedó un rato sobre el montículo luego que el juego terminó y todos se marcharon. Ensayó varias veces el estilo que le había visto a Vidal López en la fotografía, levantaba la pierna hasta que se quedaba sin equilibrio. Pasó varios minutos en la cama repasando el juego que se esfumó con el canto de los gallos. Antes que el día despuntara en el horizonte Juan había apurado su arepa con huevos revueltos. A media mañana había recogido el resto de las mazorcas que le correspondía cosechar. A mediodía tenía todas las hojas secas y envolturas de tallos secas recogidas en un saco de tela. Desde las dos de la tarde le informó a Ricardo que se iría a jugar pelota. Consiguió tres buenos pedazos de cartón y ubicó las bases. Encontró un pedazo de hierro colado a un lado de una arboleda. Hubo de sacar todas sus fuerzas para arrastrarlo hasta el campo. Pasó como media hora tratando de imitar el wind up de Vidal López. Los primeros silbatazos de los jugadores lo hicieron voltear, tenía en mente conseguir un chance para ser lanzador de uno de los equipos. El juego llegó a las entradas finales con un forcejeo muy grande entre los lanzadores. Juan intentaba lanzar más duro cada vez. Cada vez escuchaba más cerca una voz que se le metía entre los botones de la camisa. “Baja la velocidad, lo que importa es donde pones la pelota”. Volteaba hacia primera base, hacia tercera, hacia el maizal detrás del centerfield y nada. En el octavo inning sintió que algo le hizo “tric-trac” en el hombro. El calor y la energía de la competencia le hicieron olvidar el sonido seco y el estiramiento del hombro. Mientras buscaba las señas del receptor se tropezó con un rostro imperturbable detrás del plato. Juan sacó el noveno con lo último que daba el brazo. En el cierre del inning ganaron con un boleto y un triple. A medio camino hacia la casa, la voz paralizó a Juan y se le olvidó el dolor del hombro. __Mañana vamos a leer esa revista. Ahora es el momento. Algo brilló en los ojos de Juan. Luego soltó la mano de Ricardo y siguió avanzando. El dolor le taladraba el hombro. Sin embargo soñaba con volver al montículo cuanto antes. Esa misma noche si era posible, saltaría por la ventana y correría a un lado del maizal, sin importarle los raspones de las peluzas de las hojas en el rostro, ni las irregularidades de los terrones mezclados con las piedras execradas del sembradío. Lo único que podía detenerlo residía en el crujir de aquellas hojas amarillentas. El rostro de Vidal López con los ojos clavados en un objetivo a no más de veinte metros. Apuntaba con la suela del zapato mientras agarraba la pelota detrás del occipital. __¿Por qué tenemos que esperar mañana? He pasado mucho tiempo esperando este momento. Vamos a leer esa revista esta misma noche papá. Ricardo notó un brillo incandescente en la mirada de Juan. El mismo de cuando aprendió a manejar bicicleta. __Bueno, vamos a ver si la encuentro. Ricardo divisó varias luces en el fondo de su memoria. Allí estaba el kiosco donde compró la revista. Las matas de almendrón agitaban su follaje cuando sacó los cien bolívares del bolsillo del pantalón de caqui. Siempre le gustaba revisar el sumario sin siquiera observar la portada. __Pero te puedo adelantar que Vidal López se dañó el brazo en la liga mexicana. Lo trajeron a relevar ante la tanda fuerte con las bases llenas y metió todo el brazo, quizás más de lo que tenía. Logró salir del candelero pero se lesionó el brazo. Nunca más fue el pitcher de antes y empezó a jugar en los jardines. No pongas esa cara. Cuando veamos la revista lo comprobarás. Juan se apretó el hombro derecho con la mano izquierda. No quería que le pasara lo que a Vidal López. Varios chorros de sudor surcaron su frente. Ricardo se detuvo unos trescientos metros antes de llegar a la casa. Se pasó la mano debajo de la nuca. Entre dos nubes casi desvanecidas la luna flotaba como una pelota a punto de estallar en la mascota del catcher. Se agachó al lado de una piedra aplanada. Juan siguió avanzando hasta que Ricardo subió la voz. __Sabías que Vidal López tiró dos juegos sin hits ni carreras. Juan casi se derrumba en el tropel de sus pies hacia la piedra. __¿Verdad? ¿Cómo fue eso? __El 07 de julio de 1941 Vidal con el Magallanes se enfrentó a Tite Figueroa del Santa Marta y le ganó 2-0. En 9 innings Vidal apenas concedió 2 bases por bolas y ponchó 4. __¿Y el otro? Ricardo señaló la ventana del cuarto de Juan. Luego de masajear el hombro del muchacho con mentolado y hojas de árnica. Empezó a registrar en las gavetas, cuando pasaron de dos minutos Juan se quejaba que Ricardo no quería sacar la revista. En medio de varias expresiones de tristeza y disgusto Ricardo se sentó en la cama. La hojas crujieron y empezó a narrar como si hubiese presenciado el juego en el estadio: “Él tiró un rectazo a la esquina derecha del home para el primer strike. Después lanzó una bola lenta en curva para emparejar el conteo. Yo no perdía de vista al zurdo que estaba secándose el sudor con un paño amarillo. Él era la gran estrella del torneo. El hombre clave del Vargas. Yo apenas era un jugador acabado con un pasado brillante que trataba de demostrar que aún le quedaban facultades. Por fín, tras segundos que parecían años, él tomó posición en el morrito y lanzó. Fue una bola de humo a la altura del pecho. Le hice swing y sentí que le había pegado en el centro. La pelota iba de línea hacia el campo izquierdo y Pajitas Rodríguez se movía en su busca. ‘Ramos va a notar al pisa y corre’, pensé y troté lentamente hacia primera. Cuando estaba a mitad de camino escuché los gritos y aplausos del público. En la caja de coach de tercera el “Chivo” Capote daba saltos de alegría. ‘¿Qué estará pasando?’, me dije y observé la cerca de la izquierda. Allí vi algo que me dejó perplejo. La pelota había entrado en la tribuna. ¡Había dado un jonrón que nos ponía arriba tres carreras a una!... Después lo inolvidable. La vuelta al cuadro lentamente arrastrando la pierna enferma. La llegada al home con Olivo sonriendo en forma discreta. Wellmaker muy serio, bufando de la rabia. Y todos los magallaneros locos de alegría”. Juan se levantó en la cama sin quitar la vista de la revista. Preguntó si eso era verdad. Le parecía la trama de una película. Ricardo levantó las páginas amarillentas y señaló la foto de Vidal López. Alfonso L. Tusa C.

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