jueves, 24 de enero de 2013
Las agallas de Carlos Zambrano
Anoche al terminar la parte de arriba del tercer episodio de la serie final, imaginé a Zambrano entrando jubiloso al dugout, en vez de sentarse en su reducto se fue al rincón más alejado y dio dos palmadas en el hombro de Reegie Corona. “Tranquilo Reegie, eso le puede pasar a cualquiera. Más en una final, donde los nervios están de punta y pueden traicionarnos. ¡Ya pasó! Ahora vamos a dar lo mejor de nosotros”. El primer bateador de ese inning soltó un roletazo rutinario por la intermedia, Reegie no la pudo controlar y además lanzó mal a primera para que Gabriel Noriega llegara hasta la intermedia. Luego Yangelvis Solarte la rodó por segunda y Corona volvió a cometer error que dejó corredores en los ángulos. Zambrano se fue detrás del montículo, respiró profundo, escarbó un poco debajo de la goma de lanzar y fijó su mirada en la mascota de Carlos Maldonado. Magallanes ganaba 2-0, pero ese momento podía ser crucial en el desenlace del encuentro.
Desde que creo conocer el juego, he escuchado y comprobado que la demostración más contundente de la calidad de un lanzador, ocurre cuando éste carece de sus mejores envíos o su defensiva le falla. Entonces recurre a otros recursos como los lanzamientos quebrados si la recta es su envío principal o a una actitud muy positiva para reponerse y dominar a los siguientes rivales en aras de subsanar las brechas de los errores, en otras palabras voluntad pura. Hay muchos pitchers que han dibujado ese cuadro, como Carl Hubbell, Christy Mathewson, Juan Marichal, Sandy Koufax, Vidal López, Carrao Bracho, Diego Seguí, Greg Maddux, Tom Seaver, El Chino Canónico, John Smoltz, Mike Cuellar, Dave McNally, Jim Palmer, Jim Catfish Hunter, Steve Carlton y tantos otros de momentos tan especiales del juego. El que más recuerdo es a Luis Tiant en el cuarto juego de la Serie Mundial de 1975.
El brasileño Paulo Orlando se mostraba más peligroso que Pelé sólo frente al arco y el arquero un tanto descolocado. Zambrano se inclinó en la lomita, vio las señas de Maldonado y soltó la esférica, la rotación de las costuras impactó en el madero y salió un elevado hacia el bosque derecho que Juan Rivera atrapó cerca del cuadro interior, lo cual mantuvo a Noriega en la antesala. Esta vez fui yo quien respiró profundo varias veces, caminé varias veces el salón y me dispuse a ver lo que venía. Luis Jiménez y Ernesto Mejía, dos de los toleteros más temibles de la liga venezolana. Era hora de ver si la madera mostrada en Grandes Ligas todavía existía en el alma de Zambrano.
El cuarto desafío de aquella Serie Mundial ocurrió en Riverfront Stadium y los Rojos de Cincinnati se fueron adelante 2-0 en el primer inning con dobles de Ken Griffey y Johnny Bench. Parecía que aquella iba a ser una noche prolongada para Luis Tiant porque en el cuarto siguió el castigo escarlata mediante doble y triple impulsores de David Concepción y César Gerónimo respectivamente. Muchos entendidos del béisbol reconocían que era cuestión de una carrera más para que el manager Darrell Johnson relevara al pitcher cubano.
Con cada envío ante Luis Jimenez, se podía apreciar la diligencia y la entrega, el pundonor y el enfoque, las ganas y el compromiso de un pitcher que miraba a los corredores, se agarraba la visera de la gorra volteaba hacia segunda con una expresión de ¡vamos, que hay que fajarse! El turno se estiró un poco, más Zambrano mantuvo la pelota en los linderos de la zona de strike hasta lograr atravesar el madero de Jimenez para poncharlo tirándole. Entonces se alzó las mangas y dio otra vuelta detrás del montículo.
En la parte de arriba del cuarto episodio los Medias Rojas de Boston se habían ido adelante con cinco anotaciones. A partir del quinto, Tiant realizó el ejercicio de voluntad y concentración más impresionante de esa Serie Mundial. Ante la Gran Maquinaria Roja de Rose, Bench, Pérez, Griffey, Foster, Concepcion, Gerónimo y compañía; caminó la cuerda floja desde el quinto hasta el noveno inning (sólo se le embasaron dos cirredores) para ganar aquel juego 5-4 e igualar la serie a dos juegos por bando. No en balde Peter Gammons dijo: “Aquella noche fue la de la voluntad de un hombre contra la grandeza de un equipo, y por esa vez pudo más la voluntad”.
El mandado estaba casi hecho, pero había que lograr el out de Mejía, el jugador más valioso de la liga. Zambrano seguía con los ojos enterrados en las señas de Maldonado, con cada lanzamiento yo sentía varios pinchazos en el costado izquierdo, hasta que Mejía elevó un globo en los alrededores del plato que atrapó Maldonado para terminar el inning. Allí podía estar le decisión del juego. Claro hubo que contar con el recital defensivo de Elvis Andrus en las paradas cortas. Los batazos oportunos de Panda Sandoval. Los jonrones de Juan Rivera y Endy Chávez. El triple de Reegie Corona. Y los relevos de Deolis Guerra y Enrique González.
Alfonso L. Tusa C.
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