sábado, 5 de enero de 2013
Un gallo en la bodega.
La brisa marina incidía junto a las olas en la línea de flotación. Muchos graznidos de gaviotas arropaban el canto de un gallo. La brújula y el astrolabio oscilaban sobre el timón ante la afluencia de fallas defensivas, y ahora, minutos antes de zarpar en busca de las águilas, Sergio Pérez sentía espasmos estomacales. Por eso aparecía Orangel Arenas en el bull pen.
De pronto las olas parecían abrir orificios en el maderamen. El canto del gallo llegaba con más claridad, cuando Pérez salió hacia el montículo entre los graznidos y la sorpresa de la tripulación. A pesar de que Pérez tenía una seguidilla de ceros, siempre da la impresión de que solo tiene fuerzas hasta el tercer episodio. Por eso la brisa parecía descoser las velas del mástil. Maracaibo semejaba un escollo que arrancaría dos pedazos del barco.
A escasas millas de la costa, la nave corcoveó. Luego siguió el rumbo cuando Pérez sacó strikes de entre la crisis de control. Entonces salieron candelazos de los cañones del Panda y Juan Rivera. Back to back, uno tras otro, este y este también, zambombazo y astazo, detonaciones incandescentes. Y el canto del gallo subía junto a las gaviotas.
Un rumor de cadenas oxidadas se quebró al pie del mástil tras una atrapada de Elvis Andrus detrás de segunda base, dos lances de Mario Lisson en la antesala y un salto de Ezequiel Carrera en el bosque izquierdo. Ahora si se escuchaba el kikiriki en todo el barco y en muchas millas a la redonda.
Sergio Pérez logró lo que muy pocos en la nave esta temporada, llegó a sacar un out en el séptimo episodio y extendió la seguidilla de ceros. Atahualpa Severino y Jean Machí terminaron de sellar el blanqueo.
Si es así, bienvenidos los espasmos estomacales y la integridad de salir a darlo todo por el equipo a pesar de los malestares.
Alfonso L. Tusa C.
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