miércoles, 30 de enero de 2013
…y llegó el séptimo
La pelota rebotó del guante de Paulo Orlando y trascendió la cerca del jardín central. Magallanes volteaba el marcador. Las emociones propias de las instancias finales del béisbol profesional venezolano reverberaban en mi pecho. Mientras Mario Lisson recorría las bases fue inevitable imaginar un séptimo juego, ese clímax de toda una temporada, ese non plus ultra de competitividad, ese nirvana de vergüenza deportiva en los últimos tiempos manchada de irrespeto al rival en forma de cánticos soeces.
El pulso sanguíneo retumbó hasta en los vasos más recónditos de mis pies cuando Kung fu Panda Sandoval ensartó un envío de Johnny Montoya y la pelota describió una parábola donde viajaron todos los sueños de la tripulación, de pronto la nave dejaba una estela de intensidad sobre el mar y varios focos de luz asomaban en la costa. Había vida en el barco, había movimiento en cubierta y en medio de los momentos cumbres de la temporada, Sandoval mostraba las condiciones que lo han hecho triunfar en Grandes Ligas.
Aún así los Cardenales resistieron hasta último momento y en cada ocasión que la defensa magallanera parpadeó, como cuando Héctor Gimenez lanzó a primera base sin que nadie cubriera o cuando a Ezequiel Carrera se le perdió un batazo de C.J. Retherford en las luces, un monstruo de siete cabezas embestía frente al televisor y me hacía tragar profundo y retroceder hasta casi salir del salón, buscaba donde sentarme y solo encontraba la pared, quería ir a tomar agua en la nevera y mis pies parecían incrustados dentro del cemento pulido. Esta vez los lanzadores magallaneros lograron controlar la situación. Gustavo Chacín sacó outs importantes aún cuando mostró dificultades en el morrito. Victor Marte mantuvo a raya los maderos copetudos y Atahualpa Severino se fajó a sangre y fuego con los bateadores más temibles como Luis Jimenez, Robert Pérez, Luis Valbuena y Ernesto Mejía para lanzar una bombona de oxígeno que nos permitía respirar en medio de aquella cámara de gas de nueve compartimientos cargados de vericuetos, escaramuzas y hasta episodios en las tribunas que deberían corregirse puesto que el rival merece respeto en todo momento, aunque el trato en la carretera haya sido hostil, la mejor venganza es la que ejecutan los peloteros sobre el terreno con sus atrapadas, batazos y carreras.
En el barco hubo la suficiente luz y determinación para alcanzar al cardenal y decirle que aun queda final y aunque es solo un juego, en ese estará concentrada toda la adrenalina, el compromiso y la verguenza deportiva de una temporada. Salud deportistas.
Alfonso L. Tusa C.
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