lunes, 4 de febrero de 2013
Vergüenza y compromiso
La Serie del Caribe pasó de ser vitrina de los equipos campeones de Puerto Rico, Cuba, Panamá y Venezuela en su primera etapa y República Dominicana, Puerto Rico, México y Venezuela desde 1970 hasta mediados de los ’90, a una sarta de equipos desmantelados, rediseñados en horas con peloteros del rival en la final y otros con semanas sin jugar. De la esencia, la mística y la química vertida en el dugout del campeón apenas flotan trazas en un aire donde las posibilidades de campeonato parecieran al margen de milagros y eventos sobrenaturales.
Quizás esa sea la nueva atracción de la Serie del Caribe, ver a un equipo viajar horas después de ganar el séptimo juego de la final hacia el noreste mexicano y luchar contra el trasnocho, el traspaso de husos horarios y la falta de prácticas que garanticen el trabajo en equipo, resulta una aventura casi comparable a las de Superman, Batman, El Zorro o ¿Mr. Magoo?
Mucho de eso apreciamos en el primer turno cuando Reegie Corona se la desapareció al serpentinero quisqueyano para salir adelante en el marcador. El equipo venezolano simulaba una locomotora con leña verde que se empeñaba en echarle gasolina por todas partes. Y aunque a partir de la mitad del juego los jugos del cansancio y la falta de trabajo de equipo terminaron por asfixiar la llama, esta seguía escondida tras algunas ramas secas del fondo.
En el segundo juego ante los anfitriones aztecas, Robert Pérez descargó un estacazo allende las cercas para otra vez colocar al Magallanes adelante en la pizarra. Y aunque los manitos igualaron y se fueron adelante aprovechando una marfilada de Mario Lisson en la antesala. Ramón Ramírez se mantuvo incólume terminó el episodio con un marcador que escondía la magnitud de su trabajo. Obregón 3 – Magallanes 1.
En el octavo empezaron a sonar unos guijarros que pocos pensaban tenían chispas. El propio Lisson se apreció con vuelacercas de acercar el marcador y luego Luis Núnez tronó doblete para traer al plato a Robert Pérez con el mensaje del empate. Algo brillaba en el fondo del barco. Algo empezaba a mostrar que si había disposición a dejar lo mejor en el campo. En el cierre del noveno, Lisson despachó otro linietazo imparable para remolcar el triunfo que demostraba el pundonor y la vergüenza de unos peloteros que fueron a cumplir con el compromiso de desplegar su mejor béisbol sobre el terreno.
Y en el tercer juego Ken Ray lanzó primores, al punto de apuntarse la victoria amparado en bambinazos de José Castillo y José Yepez. Castillo se encargaría de remolcar la tercera anotación. Luego Jan Toledo, Gabriel Alfaro y Victor Moreno se encargarían se cerrar filas para alcanzar otra victoria que abre aún más la boca de muchos escépticos.
El reto es difícil, más esos son los que muestran la madera de que se está hecho. Y si bien aún falta mucho por lograr, es reconfortante ver como un equipo se recompone sobre la marcha y muestra lo mejor de su coraje.
Alfonso L. Tusa C.
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