miércoles, 12 de agosto de 2015

La marca de juegos completos seguidos de Isaías Látigo Chavéz en la Midwest League Clase A.

Aquella temporada de 1965 se presentaba llena de expectativas para el joven lanzador. Isaías Látigo Chávez había completado su segunda temporada en la liga venezolana de beisbol profesional y ahora se alistaba para su segunda campaña con los Comodoros de Decatur en la Midwest League. Ferdinando también se preparaba para terminar su primer año de bachillerato y desde ya se las ingeniaba para burlar por un momento la férrea vigilancia que le aplicaba Alfredo para que estudiara todas las asignaturas, porque se aproximaban los exámenes del tercer trimestre y después los finales. Todas las mañanas registraba minuciosamente las páginas deportivas de El Nacional. El primer juego que encontró en la página 3 del cuerpo deportivo fue alrededor del cinco de mayo. Ferdinando leyó la reseña como siete veces hasta que Alfredo le recordó que debía estudiar matemática. Los Comodoros habían derrotado 12-6 al Waterloo y el Látigo se había apuntado la victoria en trabajo de 9 innings. Se molestó un poco porque vio que la marca de Isaías ya era de 2-0 ¿Cómo habría terminado ese otro juego? Empezaron los exámenes del tercer trimestre y Alfredo tuvo que suspenderle el acceso a leer el cuerpo deportivo a Ferdinando. En las pruebas de Castellano y Biología había salido reprobado. Le dijo que si llegaba a salir mal en el próximo examen le quitaría todas sus barajitas de beisbol y que se olvidara del periódico. La siguiente oportunidad cuando Ferdinando tuvo el cuerpo deportivo en sus manos fue a principio de julio y eso porque finalmente había aprobado las últimas cinco materias de los exámenes trimestrales, entre ellas matemáticas con catorce puntos sobre veinte, y se había comprometido a estudiar dos horas diarias para los exámenes finales que estaban por comenzar. Entre las razones por las cuales Alfredo le permitió ver el periódico nuevamente estuvo que le hizo firmar una carta donde aceptaba que de salir reprobado en una materia le quitaría las barajitas definitivamente, si eran dos las asignaturas reprobadas, pasaría mucho tiempo antes de volver a leer el periódico y así sucesivamente. Ferdinando quiso protestar, solo que vio de reojo el cuerpo deportivo abierto en la página 3 y le pareció ver una información que buscaba hacía algún tiempo. Firmó el papel con pulso tembloroso sobre el escritorio de fórmica donde Alfredo tenía aquella máquina de escribir cuya pintura verde se descascaraba por efecto de la humedad y la oxidación. Tan pronto como Alfredo le dio permiso, Ferdinando se lanzó sobre el cuerpo deportivo. Isaías Chavez lanza completo y Decatur vence a Clinton 4-2. El juego era del 27 de junio. Ferdinando empezó a indagar con sus amigos y hasta se aventuró algunas veces a buscar en la onda corta del radio alguna emisora estadounidense que transmitiera el juego, por más que ensayara coordenadas en el pasillo posterior a la casa y hasta llegó a subirse al techo en buscar de sintonizar la emisora que le diera detalles de la actuación del Látigo en la Midwest League Clase A, jamás pudo dar con aquella transmisión. Con lo que si se encontró varias veces fue con la mirada ígnea de Alfredo y sus preguntas de cómo se preparaba para el próximo examen final. El primer examen fue de Historia Universal y Ferdinando apenas sacó 10 puntos. Alfredo pasó como veinte minutos soltando sus epítetos más espinosos sobre Ferdinando. De todas las amenazas la que más lo hizo asustar fue la de que jamás le permitiría volver a leer el periódico y además le pidió que le entregara el radio. Ferdinando sabía que si no mejoraba las notas de los exámenes se le haría muy difícil siquiera ver de lejos la página deportiva. Para el segundo examen, por más que se esforzó y registró todos sus apuntes y las hojas del libro, apenas si pudo rasguñar otro diez en Inglés. Alfredo no habló esa vez, pero su mirada decía que no quería ver a Ferdinando más allá de los confines del porche y que si volvía a sacar otro diez procedería a quemar la barajitas y definitivamente confiscar el radio. Cuando redoblaba el paso en la calle Las Flores la mañana del tercer examen, Ferdinando se encontró con un amigo que le comentó emocionado que su papá era radioaficionado y la noche anterior habían escuchado un juego de Grandes Ligas. Pablo le dijo que su papá de vez en cuando hacía contactos con lugares muy lejanos. En medio de la emoción por diseñar una estrategia para que su amigo consiguiera que su papá accediera a buscar una emisora de Decatur que transmitiera los juegos del Látigo, Ferdinando apenas si contestó la mitad de las preguntas del examen de geografía. Reprobó con nueve puntos. Alfredo se enfureció tanto que solicitó al profesor que le mostrara el examen de Ferdinando. Las manos se crisparon y empezaron a temblar. Cuando pudo hablar otra vez casi sollozaba, no entendía porque Ferdinando no había contestado unas preguntas que le había respondido al pelo la noche anterior. Lo sentenció a permanecer dentro de la casa por una semana, solo podría salir a la calle nuevamente si aprobaba con más de doce puntos. Ferdinando protestó que en la carta que firmó no se hablaba de prohibir salir a la calle. Aún así, el día del cuarto examen, logró informarse que El Látigo Chávez había perdido un juego 5-3 ante el Dubuque, había lanzado completo y su record ahora era 7-7. Recordó la melodía de aquella canción de los Beatles que empezaba a sonar en la radio. Con los acordes de “In My Life” se había aprendido los conceptos y ejercicios de las clases teóricas y prácticas de biología. Sustituía la letra de la canción por las clases de biología y allí estaba todo, cantaba en voz baja y cuando se acercaba alguien empezaba a silbar y repasaba todo en la mente. Momentos antes que sonara el timbre para entrar al examen de biología Ferdinando trataba de resistir las burlas de sus compañeros, lo llamaban retrasado mental, estaba entre los tres alumnos que habían sacado 10 en el final de inglés, según ellos una prueba tan fácil que hasta un niño de kindergarten habría pasado con más de dieciséis. Ferdinando se ruborizó tanto, la sangre coloreó hasta la parte de la frente que se convierte en cabellera, que cuando recibió la hoja del examen había olvidado la canción de los Beatles. Pasó la primera media hora viendo las preguntas y mirando hacia el techo. Cuando recordó la música y “There are places I’ll remember…” apenas quedaban quince minutos de examen. El profesor sacudió el rostro cuando vio que Ferdinando empezó a escribir. Me parece que es un poco tarde amigo. Nunca había sentido el lápiz más resbaloso, aún así Ferdinando logró responder las preguntas más sencillas y hasta las medianamente complicadas, cuando había desarrollado la primera difícil y estaba a mitad de la segunda sonó el timbre y el ritmo de “In My Life” descarriló en su mano derecha. Apenas tuvo tiempo de levantarse del pupitre y emprender una carrera desesperada, alcanzó al profesor a la salida del aula. Te salvaste en la raya, si llego a dar un solo paso fuera del aula hubieses tenido la nota mínima. La palidez del rostro de Ferdinando se mantuvo hasta casi las once y media de la mañana, cuando el profesor pegó la hoja con las notas en el vidrio de la dirección del liceo. El tumulto de estudiantes le impedía distinguir su nombre. Tan pronto leyó su nota, Ferdinando emprendió la más intensa carrera hasta su casa. Alfredo hablaba por teléfono en la oficina. ¡No señor, usted apenas sacó el mínimo permitido, por lo que apenas saldrás una hora a la calle y te voy a vigilar! Corrió durísimo hacia la casa de la calle Las Flores, desde que salió de la casa Ferdinando podía distinguir la antena más alta de todo el vecindario, a medida que se acercaba notó que era una estructura triangular de un metal que parecía aluminio. Tocó varias veces la puerta de la casa. Pablo empezó a soltar el disgusto de su rostro cuando Ferdinando le preguntó si su papá podía conectarse con una ciudad de Estados Unidos llamada Decatur. Mi papá está ocupado ahorita Ferdinando, en este momento habla con un agricultor de México, le está preguntando sobre sus trucos para cosechar mazorcas más grandes y después tiene que hablar con España, para hacerle favor a un médico del centro de salud que quiere consultar algo sobre una técnica más rápida para detener hemorragias en la cara. Ferdinando regresó con el rostro casi escondido en su camisa. Apenas se consoló con el periódico. El 20 de julio de 1965 Decatur había derrotado a Clinton 4-0, lo que más le abría los ojos era que el Látigo había lanzado el blanqueo, sólo había permitido cinco imparables, concedió un boleto y recetó 12 ponches. Ahora su marca era de 8 ganados y 7 perdidos y todavía faltaba más de un mes de temporada. Al aproximarse el último examen final junto a los días postreros de julio de 1965, la ansiedad de Ferdinando crecía. Aún cuando había sacado mejores notas en el resto de los exámenes finales, la mejor apenas llegaba a un pálido 13 en Formación Social Moral y Cívica. Alfredo le advirtió que debía lograr al menos un quince en el examen de matemática, si quería tener permiso para ir a casa de su amigo cuyo padre era radioaficionado. Como nunca en su vida Ferdinando revisó y registró cada una de las páginas de su cuaderno de apuntes y ¡milagro! por primera vez abría un libro de texto para estudiar. El día del examen coincidió con Pablo. Las manos de Ferdinando casi se congelan cuando escuchó que el padre de Pablo había hecho contacto con alguien en Decatur. Esa persona iba a sintonizar la emisora local que transmitía el juego de los Comodoros e iba a colocar el radio frente al micrófono de su equipo de radioaficionado. Ferdinando sabía que ese día le tocaba abrir al Látigo. Había salido del examen seguro de alcanzar los quince puntos mínimos establecidos por Alfredo. Cuando el profesor de matemática publicó las notas una hora después, Ferdinando pasó como media hora sentado en uno de los bancos de la dirección del liceo, sabía que pedir una revisión de su examen era un arma de doble filo, porque así como podría ganar algún punto, podía perder dos, siempre los profesores aplicaban el ácido de eliminar algunas consideraciones que “habían hecho para apoyar al estudiante”. Ferdinando sabía que Alfredo lo condenaría a su cuarto al menos esa noche y así fue por unos minutos. Alfredo notó los pasos de boxeador al borde del nocaut con que Ferdinando avanzó hacia su habitación. Luego que Ferdinando cerrara la puerta, Alfredo se acercó, catorce puntos casi rozaban lo que le había exigido. Cuando notó que se apagaba la luz en el cuarto, una voz herrumbrosa salió de su cuello. Ferdinando ¿quieres ir a casa de tu amigo? ahorita llamó su papá y dice que tiene el juego en su radio que está lanzando el Látigo y van por el segundo inning. La luz se encendió y un ruido de zapatos rozando el piso precedió a la apertura de la puerta. Ferdinando abrazó a Alfredo y corrió hacia la puerta de la calle. En menos de cinco minutos atravesó las cinco cuadras que separaban su casa de la de Pablo. Sebastián tocó la puerta, se escuchaba un ruido de interferencia radioeléctrica desde el fondo del pasillo. Pablo salió al patio. Papá deja la antena en esa posición, ya llegó Ferdinando. El hombre entró al cuarto y se lavó las manos en el baño, se sentó frente al aparato de radio y le dijo a su interlocutor que ya podía ponerles el juego de pelota. Luego se dirigió a Ferdinando ¿sabes ingles? Yo lo machuco pero sé muy poco del argot beisbolero. Ferdinando se acercó al aparato, le parecía un historia fantástica que estuviera escuchando en tiempo real el juego donde lanzaba el Látigo. Alfredo se habría quedado boquiabierto al ver como su hijo descifraba al pelo cada palabra que decía el narrador del juego, le hubiera reclamado porque había obtenido un simple 10 en el final de inglés. Esa reclamación casi se hace realidad cuando Alfredo se apersonó en la casa de Pablo a las 10 p.m. Ferdinando le rogó para que le dejara escuchar el último inning. Afortunadamente el papá de Pablo se puso a conversar con Alfredo. Un grito de ¡siii! hizo salir a Ferdinando de la habitación. El Látigo había ganado su décimotercer juego completo seguido de la temporada y todavía era 30 de julio. Decatur derrotó 7-0 al Waterloo. Solo permitió dos imparables, concedió un boleto y ponchó 11. También fue su tercer blanqueo seguido y había detenido una seguidilla de cuatro derrotas de los Comodoros. Los próximos días fueron amargos para Ferdinando. Alfredo decidió enviarlo a Maturín por dos semanas con sus abuelos maternos. Eso es lo que hubiera deseado Luisana. Ferdinando estuvo a punto de discutir que su mamá hubiera entendido que él quería quedarse a escuchar los juegos del Látigo en el radio del padre de Pablo. Sin embargo la imagen de los argumentos que siempre le daba Alfredo cuando hablaban de su madre le hacía reconocer a regañadientes que no se debe discutir sobre la memoria de las personas fallecidas. En la capital del estado Monagas se las ingenió para conseguir el cuerpo deportivo de El Nacional así fuese con uno o dos días de retraso. Así se enteró que el 4 de agosto Decatur había derrotado 4-2 al Fox Cities y el Látigo había vuelto a lanzar completo. El 10 de agosto habían perdido 3-2 ante el Quincy, perdieron en el cierre del noveno inning. Y el 14 Decatur había vuelto a perder ante el propio Quincy 5-4. El Látigo lanzó 9 innings, permitió 12 imparables, 5 carreras limpias, 3 boletos y 5 ponches. Ferdinando estrujó el periódico en sus manos, aunque hablaban de 16 juegos seguidos completos de Isaías Látigo Chavez, no entendía porque había vuelto a perder con el mismo equipo. Lo único que lo hizo salir de esa desazón fue que Alfredo llegó a Maturín esa mañana y le informó que regresaban a Cumanacoa. A pesar de que su alegría era inmensa, no quiso exteriorizarla por completo, no quería herir a sus abuelos, ni ocasionar que Alfredo impidiera que fuese a casa de Pablo para escuchar el próximo juego. Aquella tarde del 18 de agosto, Ferdinando tuvo que sacar el libro de inglés de primer año y hacer varios ejercicios antes de salir hacia la casa de Pablo. Alfredo quería que se preparara mejor para el próximo año en esa materia Quiso protestar que ya era casi la hora del juego donde el Látigo podía implantar una nueva marca de juegos completos en la Midwest League Clase A. De inmediato se tranquilizó, reflexionó sobre la posibilidad de que Alfredo, impidiese su salida y se apresuró a correr hacia la puerta. Una tenue garúa que arreciaba a mitad de camino provocó que Ferdinando desarrollara la carrera más vertiginosa en la acera de la calle La Florida, de ninguna manera quería que Alfredo saliera y lo llamara para esperar a que escampara. Cuando tocó la puerta, escuchó el ruido de la interferencia radioeléctrica, Pablo le hizo señas para que lo acompañara hacia el cuarto del radio. Está empezando el juego. A medida que avanzaban los innings Ferdinando se apretaba las manos y caminaba toda la habitación. En el noveno episodio Pablo debía morderse la lengua para contener la carcajada. Ferdinando se sentaba, se paraba, ajustaba las trenzas de sus zapatos, saltaba frente a la puerta, estiraba los brazos y casi gritaba cuando el narrador decía que habían conectado la pelota y a última hora salía de foul. Quería explicar que esa era su forma de ligar que el Látigo ganara y completara el juego, pero la emoción apenas le permitía hablar. Cuando el narrador dijo “…the game is over…” Ferdinando se quedó inmóvil y mudo mientras escuchaba el resumen del partido, apenas pestañeaba y respiraba. Decatur 3 – Burlington 0. El Látigo había impuesto una nueva marca de juegos completos seguidos en Midwest League, son 17 juegos en sucesión. Ahora su marca era de 12-9, lanzó 9 innings, permitió 6 imparables, concedió un boleto y ponchó 13. Bateó de 3-1 con una carrera anotada. El padre de Pablo le tuvo que decir a Ferdinando que era hora de regresar a casa, además el tenía pendientes varias comunicaciones radiales esa noche. El 23 de agosto, Ferdinando acompañó a Alfredo en un viaje de negocios hasta Caripe. A medida que transcurría el día cada cierto tiempo imaginaba el juego que tenía pensado ir a escuchar a casa de Pablo en la noche, la posibilidad de que el Látigo lanzara completo y ganara el juego le hacía imaginar que ya estaban de regreso en la carretera rumbo a Cumanacoa. Por eso se lamentaba en silencio, ¡quién lo había mandado a aceptar la invitación de Alfredo! A medida que avanzaban las horas de la tarde y el sol declinaba hacia el oeste, Ferdinando se preguntaba infinidades de veces cuando regresarían, hasta que a las seis y cuarenta y cinco de la tarde se aventuró a preguntarle a Alfredo. Un silencio metálico reverberó en la cabina del carro, sabía cuanto se molesta Alfredo cuando le hacían ese tipo de preguntas. Finalmente tomaron la carretera a las siete de la noche. Las esperanzas de Ferdinando de llegar al menos a tiempo de escuchar el juego a partir del segundo o tercer inning se fueron esfumando a medida que Alfredo se detenían en varios lugares de la carretera para comprar hortalizas y frutas. Llegaron pasadas la nueve de la noche, mientras se bañó y cenaron se hicieron las diez. Ferdinando pasó toda la noche imaginando que habría pasado en el juego. La mañana siguiente se atrevió a llegarse hasta la casa de Pablo. Salió el padre de este. Si, estuvimos escuchando el juego anoche, Pablo te esperó como hasta las nueve, después el juego se fue a extra innings y nos fuimos a acostar. Ferdinando debió esperar dos o tres días más por la reseña de El Nacional. La voz de Alfredo resonaba en toda la casa, buscaba a Ferdinando, era la hora del almuerzo, el ritual de comer juntos en familia lo hizo llegar hasta los confines del pasillo posterior de la casa. Alfredo hubo de llegar hasta el fondo del pasillo y Ferdinando seguía inmerso en el pequeño recuadro de la reseña. “Beisbol Clase. Ligas Menores. Dubuque 5- Decatur 4, terminó la seguidilla de juegos completos de Isaías Látigo Chávez. Salió sin decisión, lanzó 13 innings, 7 imparables, 4 carreras limpias, 2 boletos, 13 ponches. El manager Richie Klaus relevó al Látigo en el inning 14 y allí terminó el juego”. Alfredo tuvo que llevar a Ferdinando casi a empujones hasta la mesa de la cocina. Pasó todo el trayecto reclamando que no era posible que el Látigo fuese a perder la seguidilla habiendo lanzado 13 innings. Al día siguiente Ferdinando se consoló un poco al ver este recuadro en El Nacional: “Durante la seguidilla de 17 juegos completos, Isaías Chávez dejó marca de 10-7, 6 de las victorias fueron blanqueos, 11 de los juegos fueron a 9 episodios, los restantes a 7 innings por ser parte de doble juegos. En 140.2 innings, permitió 115 imparables, concedió 34 boletos, ponchó 125 rivales, y su efectividad fue de 1.99”. Alfonso L. Tusa C.

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