miércoles, 4 de noviembre de 2015

El mural de un pitcher fugaz que aun impacta al beisbol.

Cada vez que voy al museo del beisbol venezolano ubicado en el centro comercial Sambil de Valencia, Carabobo, casi de inmediato voy a la vitrina de la exposición cronológica acerca de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional y compruebo que persiste el dato errado respecto a las temporadas que Isaías Látigo Chávez jugó en LVBP, en la nota informativa del museo dice que participó desde la temporada 1963-64 hasta la 1968-69, solo que Isaías no llegó a jugar un solo inning del torneo 1968-69, una lesión en el codo de lanzar hizo que el traumatólogo Domingo Martínez Morales recomendara reposo y luego procedió a operar para extraer depósitos de calcio. Desde la primera vez que noté el error, se lo comuniqué al responsable del museo en ese momento, su respuesta fue que el Látigo había jugado unos innings de esa campaña, sin embargo en ningún periódico, revista o anuario de esa época aparece reflejado tal hecho. Respuestas análogas he escuchado tanto del Salón de la Fama del Beisbol Venezolano como del Salón de la Fama de los Navegantes del Magallanes, aunque reconocen más que todo el potencial que no pudo desarrollarse a plenitud debido la fugacidad de la vida de Isaías Chávez, alegan que por motivos de normas y reglamentos no procede considerar el ingreso del Látigo a ninguno de esos recintos. Particularmente este caso me hace recordar la experiencia de Tony Conigliaro con los Medias Rojas de Boston, cuando el equipo pasaba por su época de vacas flacas Tony C era de los pocos peloteros que mantenía a flote el orgullo de la franquicia, alguna marca de jonrones para bateadores de corta edad, una entrega total sobre el terreno de juego, y en la temporada del Sueño Imposible de 1967 era una de los baluartes del equipo junto a Carl Yastrzemski y Jim Lonborg, hasta aquel infausto bolazo en la cara una tarde de agosto. Me cuento entre los que piensan que el resultado de la Serie Mundial pudo ser otro con Tony C en la alineación. Conigliaro está ausente del Salón de la Fama de los Medias Rojas. En medio de las deficiencias que aquel Magallanes de mediados de los ‘60 presentaba sobre el terreno, la sola presencia del Látigo en el montículo transformaba al equipo, que de pronto se revestía de una competitividad que hacía trastabillar a los equipos más poderosos de la liga. Los aficionados seguían asistiendo a los juegos del Magallanes porque tenían la esperanza de que el Látigo podía entrar a relevar, y si era anunciado como abridor, la asistencia se multiplicaba como nunca para un equipo perdedor. En cuatro de las cinco temporadas que jugó el Látigo en LVBP, fue uno de los primeros refuerzos en ser tomados para los play offs, y en dos ocasiones fue campeón (La Guaira 1964-65 y Caracas 1967-68) como refuerzo. Siguiendo el paralelismo con Conigliaro, me hubiese gustado ver hasta donde hubiese llegado el Magallanes de la 1968-69 con el Látigo en su cuerpo de lanzadores. He llegado a resignarme en cuanto a la reconsideración que pueda haber en ambos Salones de la Fama, ellos tienen sus normas, sus puntos de vista, que respeto. Sin embargo en mi interior siempre habrá un espacio para la presencia del Látigo en ambos lugares. A veces me he soñado la idea de empezar una iniciativa para erigir una estatua del Látigo justo en la esquina de la calle donde nació en Chacao o al menos desplegar un mural de porcelana con una fotografía del impresionante wind up de Isaías Chávez en uno de los pasillos del estadio Universitario, donde lanzara la mayoría de sus juegos, o en los pasillos del José Bernardo Pérez de Valencia, actual sede del Magallanes. ¿Qué si hay razones válidas para considerar esto? Todo lo que tengo que hacer es volver sobre las páginas de El Látigo del Beísbol, una biografía de más de 300 páginas que escribí en 2007. El día de agosto de 1963 cuando Isaías Chávez perdió un juego de 13 episodios ante el equipo neoespartano, venía de vencer a Falcón y de blanquear 7-0 a la siempre peligrosa representación anzoatiguense, él tenía una seguidilla de 17 victorias desde que había perdido el juego inaugural del campeonato distrital de 1962, entonces también fue a extrainning ante su homólogo Luis Martínez del MOP. A los 19 años, el Látigo fue capaz de vencer al poderoso Leones del Caracas de César Tovar, Victor Davalillo y José Tartabull, el 27 de diciembre de 1964 bordó un blanqueo hasta el octavo inning, solo en el noveno le pudieron anotar una carrera. Ganó 5-1, apenas permitió 3 imparables, ponchó a 3, sin conceder boletos. Al campo tuvo 2 asistencias. Con el madero se fue de 4-1 con una carrera impulsada. Ese día ocurrió una de las grandes manifestaciones de afecto desde la afición por un pelotero, el público de la derecha gritaba “Isaías…Los Celis..” El éxtasis total ocurrió cuando Isaías salió al campo con la camiseta de Los Celis. Pocas veces ha existido tanta adrenalina y delirio en las gradas del estadio Universitario. En 1965, además de la marca de 17 juegos seguidos lanzando juegos completos con el Decatur de la Midwest League A, Isaías lideró la liga en juegos iniciados (23), juegos completos (20), blanqueos (7), al campo realizó 18 outs, 35 asistencias, 4 dobleplays y fue líder en porcentaje de fildeo (1.000). El 5 de enero de 1966 (estadio Universitario) se fajó por nueve entradas con el lanzador de ligas mayores Steve Hargan (4-3, 3.43, 60 innings en 1965 con Cleveland), solo permitió la carrera del jonrón de Lee May en el segundo inning. En total aceptó 7 imparables y ponchó 7 además de empujar la carrera de la victoria con imparable remolcador de Jim Napier quien corría en segunda. Al campo realizó 1 out y 2 asistencias. Magallanes 2, Valencia 1. A medida que reaparece cada cierto tiempo la pregunta de ¿Por qué el Látigo Chávez ni siquiera está en el Salón de la Fama de su equipo Magallanes? Y por supuesto emergen las explicaciones de normas y razonamientos basados en la fugacidad del pitcher de Chacao, el sueño de fundar una empresa con el firme propósito de erigir una estatua y desplegar un mural en los pasillos del estadio Universitario burbujea entre mis sienes y visualizo el momento cuando logramos completar los recursos financieros y logísticos para empezar la obra. El 20 de noviembre de 1966 en medio del más intenso sol maracayero, Isaías Chavez se fajó sobre el terreno del José Pérez Colmenares con unos Tigres de Aragua que contaban con: Bubba Morton, Mel Queen, Ron Clark, George Scott, Paul Casanova, Bob Burda entre otros. El Látigo llegó al noveno inning lanzando juego de un imparable, luego de un out recibió doblete de Queen, pero entonces se recompuso y terminó el episodio para concretar una victoria 2-0. 1 ponche, 2 boletos. Al campo ejecutó 1 out y 2 asistencias. Con el madero se fue de 4-1. Me veía recorriendo varias oficinas de empresas privadas planteando la idea de una fundación de apoyo a niños de escasos recursos, así lo escuché en un sueño, el Látigo me hacía señas desde el montículo, “no quiero ningún tipo de homenaje material, si me quieren hacer un reconocimiento apoyen a todos esos niños que puedan estar pasando trabajo…” Aunque mi obstinación incluyó el proyecto adicional de conseguir los recursos para la estatua y el mural. Fue un camino largo y pedregoso, con muchos días ingratos, pero seguimos adelante. El 25 de junio de 1967 Isaías Chávez se enzarzó en un duelo de lanzadores con un pitcher de apellido Such en ruta a una victoria del Waterbury 2-1 sobre el York. Isaias lanzó juego completo de 10 innings, 1 carrera, 6 imparables, 2 boletos, 3 ponches. Esa temporada en la Eastern League AA dejó marca de 12-5 y 1,77 de efectividad, en 136 innings, 98 imparables, 102 ponches, 38 boletos, 15 juegos completos, 7 blanqueos. Lo cual le valió una promoción al Phoenix AAA (Pacific Coast League) donde agenció marca de 6-3 con efectividad de 5.46, en 61 innings, 78 imparables, 43 ponches, 20 boletos, 2 juegos completos. Entonces los Gigantes de San Francisco lo llamaron a la Gran Carpa donde debutó como relevista el 9 de septiembre de 1967 ante los Cachorros de Ron Santo, Ernie Banks, Billy Williams y compañía. El 30 de septiembre se apuntó su único triunfo ante los Filis de Filadelfia, entró a relevar a Bill Henry en el cuarto episodio, en cuatro entradas de labor, solo permitió 2 imparables, concedió 2 boletos y ponchó 2 en ruta a una victoria 1-0. Cada cierto tiempo el sueño reaparecía y la obstinación seguía intacta en cada reunión infructuosa, en cada sonrisa displicente, en cada recomendación de buscar otra cosa que hacer. Entonces me dediqué a investigar quienes habían sido grandes seguidores de los logros de Isaías Chávez, y me sorprendí de lo que encontré: colecciones completas de periódicos, revistas (Sport Gráfico), Baseball Digest, barajitas, etc., desde el campeonato nacional de beisbol juvenil de Margarita de 1963 hasta mucho después del fatídico accidente de marzo de 1969. Aquellas personas conocían tanto de la carrera beisbolística del Látigo que hasta sus descendientes parecía que hubiesen escuchado o presenciado sus juegos, la prolijidad de detalles impregnaba de escalofríos mi piel. Por eso casi me quedo mudo cuando cada uno mostró su emoción y ansiedad por empezar cuanto antes aquella iniciativa. “¿Cuándo vamos a crear la fundación?” “Yo tengo amigos abogados que saben de eso” “¡Eso es echándole pichón ya!” El 14 de octubre de 1967 el Látigo enfrentó a la siguiente alineación de los Tiburones de La Guaira: Ángel Bravo, Luis Aparicio, José Herrera, Miguel de la Hoz, Merv Rettenmund, Owen Johnson, Remigio Hermoso y los venció 2-0 en trabajo de 9 innings, 4 imparables, 7 ponches, sin boletos. Al campo efectuó 1 out y dos asistencias. Retiró por la vía rápida los innings 8 y 9. Mientras buscaba con la mano la superficie del colchón me percataba en la frontera del sueño y la realidad de mi cercanía a la orilla de la cama, allí seguía viendo las imágenes de varios empresarios, grandes, medianos y hasta personas que trabajaban a destajo por su cuenta, hablando de lo que estaban dispuestos a aportar. Querían ver el mural del Látigo en los pasillos del estadio Universitario y también que se levantara la estatua de su wind up memorable en la esquina de su casa de Chacao. Entre las personas estaban unos abogados y dejaron claro que había que oficializar aquella iniciativa había que hacer los trámites jurídicos para legalizar la fundación porque “cuentas claras conservan amistades”. Esa misma tarde fuimos a una entidad bancaria para abrir una cuenta bancaria. Ante la abominable demostración de apoyo financiero, decidimos empezar las actividades para materializar el tributo de larga data para Isaías Chávez. Lo primero que hicimos fue solicitar una audiencia con el rectorado de la universidad. El 28 de octubre de 1967 en el estadio José Bernardo Pérez de Valencia, el Látigo se enfrentó a una alineación de Teolindo Acosta, Gustavo Gil, Aaron Pointer, Donald Bryant, Tom Murray, Luis González, Alberto Cambero, Teodoro Obregón. Se fajó todo el encuentro ante Roberto Muñoz (quien esa temporada dejó marca de 10-6 con efectividad de 2.56 en 158.1 innings) hasta el cierre del noveno inning, donde luego de un out Cambero despachó imparable a la izquierda. El manager Les Moss trajo a relevar a Alonso Olivares quien cerró el juego. Isaías se apuntó la victoria 1-0 ante los Industriales en trabajo de 8.1 innings, 9 imparables, 5 ponches, sin boletos. Al campo ejecutó 3 outs y 2 asistencias. Solo Gil le conectó un extrabase y solo Acosta le bateó dos imparables. Luego de varias discusiones y aclaratorias de en cual pasillo y en cuales condiciones se levantaría el mural de manera de conservar el estilo original de la estructura, se logró que autorizaran el pasillo que entra directo a los lados de primera base. Entre todos los colaboradores pasamos unos días escogiendo la fotografía, y luego los expertos en fotografía, porcelana y albañilería ajustaron los detalles de plasmar la imagen del Látigo en pleno inició del wind up en un juego diurno en el Universitario, la pierna izquierda empezaba a levantarse, la mano enguantada apuntaba hacia el plato, la mirada enfocada en las coordenadas de la mascota y las señas del receptor. Resultó toda una expedición histórica y emocional buscar los planos del estadio y empinarse junto a los ingenieros y arquitectos en las mesas de dibujos. Poco a poco se fue armando el rompecabezas que nos hizo sonreir la mañana cuando los albañiles empezaron a pegar uno a uno los cuadritos de porcelana que desplegaron sobre el blanco brillante el momento cuando el Látigo ejecutaba sobre el montículo, nos parecía vivir ese momento a más de cuarenta años de distancia, me recosté en la pared de enfrente para disfrutar la satisfacción. Un 23 de enero de 1968, en el estadio Universitario, Isaías Chávez, tomado como refuerzo por Leones del Caracas, subió a la lomita, en el cuarto juego de la final todos contra todos (Aragua, La Guaira, Valencia, Caracas), para enfrentar a los Industriales del Valencia de Teolindo Acosta, Gustavo Gil; Jim Hicks, Ed Kirkpatrick, Aaron Pointer, Don Bryant, John Hague, Dámaso Blanco y el pitcher George Culver quien esa temporada (1967-68) dejó registro de 4-7 con 2.42 de efectividad en 100.1 innings. En el primer episodio, luego de retirar a Teolindo Acosta, un rolling de Gustavo Gil aparentemente inofensivo, pasó entre las piernas del Látigo y siguió hacia los predios de las paradas cortas para convertirse en infieldhit, a partir de ese momento Isaías retiró los siguientes 25 bateadores, hasta que en el noveno inning Acosta bateó un rodado por la intermedia que Octavio Cookie Rojas no pudo manejar y se embasó por error. Esa seguidilla fue por mucho tiempo y me parece que sigue siendo la marca de más bateadores retirados en fila por un lanzador en juegos de playoff. Sólo cinco bateadores le sacaron la pelota del cuadro interior, tres al jardín izquierdo, dos al jardín derecho. El resto de los bateadores fue retirado de esta manera: 15 outs en primera base (5 roletazos a segunda, 6 rolatas al campocorto, 1 rolling al pitcher, 2 al propio inicialista, y un elevado en foul a primera) 3 outs del inicialista Gonzalo Márquez al pitcher Isaias Chávez, 1 ponche, 1 out forzado (1-4) de Isaías a Rojas, una línea al campocorto y un elevado al campocorto. Ningún corredor pisó la segunda base. El Látigo lanzó 9 innings, enfrentó 29 bateadores, 0 carreras, 1 imparable, 1 ponche, sin boletos. Al bate se fue de 3-1. En medio de mis giros nocturnos sobre la cama, escucho las voces de varios transeúntes que discuten en una esquina de Chacao, señalan una estatua de algunos dos metros de altura que relumbra ante el sol del mediodía. Te digo que ayer tenía el uniforme del Magallanes. Pues hace una semana tenía el de Los Celis, y ahora ese es el de Distrito Federal. Recordé como el escultor había diseñado junto al arquitecto un uniforme policromático para la estatua del Látigo, dependiendo de la intensidad y el ángulo del sol las letras del uniforme variarían. Ahora poco me importa que se esgriman razones como que “para que un jugador pueda ser considerado al Salón de la Fama del Magallanes debe al menos haber jugado cinco temporadas con el equipo”, siempre me he sonreído con respecto a eso, el Látigo jugó una temporada con Orientales (la franquicia que dio paso a la reaparición del Magallanes) y cuatro con Magallanes, es algo absurdo penalizar a un pelotero por algo ajeno a su voluntad, él estuvo ahí antes de la reaparición del equipo y fue baluarte fundamental en los difíciles años de su regreso, cuando ganar juegos era toda una fantasía. Por otro lado, Dave Parker está en el Salón de la Fama del Magallanes y solo jugó tres temporadas con el equipo. Hace rato el Látigo forma parte de mi Salón de la Fama particular entre otros méritos resalta uno que la mayoría de las veces ocupa un lugar rezagado a la hora de darle peso específico. En una época cuando los peloteros hacían ese tipo de actividades casi a título personal, Isaías Chávez era de los pocos peloteros que visitaba a los niños en los hospitales, pasaba un rato con ellos y regresaba con regularidad. Quizás un evento tanto o más significativo que cada una de sus salidas monticulares. Alfonso L. Tusa C.

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