lunes, 16 de enero de 2017
Curtis Granderson es un hombre en una Misión Generosa.
Michael Powell. The New York Times. 28-11-2016.
Chicago.- Curtis Granderson, un jardinero muy profesional, me da una gira por sus antiguos lugares frecuentados en la University of Illinois en Chicago. Señala el estadio de beisbol bajo el entorno del cielo encajado sobre el centro de la ciudad, y dos nuevos campos de pequeñas ligas con grama artificial y torres de alumbrado.
Estamos en el South Side (Lado Sur), a pocas cuadras de aquí, la violencia afecta la vida de muchos jóvenes. Este es un oasis. En el verano, docenas de jugadores de pequeñas ligas negros de esos vecindarios a menudo caóticos, plenan los campos desde el amanecer hasta el atardecer.
Granderson habló con dos de esos jugadores de pequeñas ligas el año pasado. Los muchachos, de 8 y 9 años de edad, le dijeron que nunca habían visto el lago Michigan, el vasto cuerpo de agua que se extiende a lo largo de la costa oriental de Chicago.
“Queríamos construir un lugar donde estos muchachos puedan jugar y tener una visión más amplia de la vida”, dice Granderson. “Entonces los llevamos a giras por la universidad y conseguir una conversación que de otra manera podrían no tener”.
Un nativo de un suburbio cercano y graduado de esa universidad, Granderson continúa acerca de lo que “hemos” logrado aquí. Favorece los pronombres personales plurales.
Curtis, pregunto yo, ¿Cuanto contribuiste, además de muchas horas de tu tiempo? Él parece no oir y continúa hablando de esos niños y sus vidas.
¿Ah, Curtis? Repito mi pregunta. Él dice rápidamente: “Di cinco”.
Con lo cual el quiere decir que contribuyó con 5 millones de dólares.
Un aliviado día de noviembre, Granderson y yo caminamos alrededor de su vecindario del sur de Chicago y hablamos de beisbol, filantropía, familia y raza. Él pertenece a esas especies en peligro de extinción, el jugador de beisbol afroamericano. Granderson es sociable, y por naturaleza alejado de la controversia. Pero se conoce, y este día habla cándidamente.
Los aficionados de los Mets por fin vieron al jardinero derecho del equipo brillar en el centro durante un juego de playoff contra los Gigantes de San Francisco. Brandon Belt despachó un batazo inmenso en el sexto inning que pareció romper un empate a cero. Granderson giró y corrió y corrió hasta alcanzar la pelota justo antes de chocar contra la cerca.
Él cayó de espaldas y levantó su mano enguantada, sosteniendo la pelota. Fue un gran momento en lo que se convirtió en una dolorosa derrota.
Al preguntarle por su carrera contra la pared, Granderson aprieta los labios.
“Me dolió la pierna por varios días”, dice él. “Eso fue todo”.
Granderson, with the Maine-Endwell team that won the Little League World Series, before a Mets home game against the Marlins late last season. Credit Kathy Willens/Associated Press
Superando las expectativas.
Sabiamente dejamos de decretar la nobleza de cualquier hombre o mujer. Todos hemos cometido faltas, aunque algunos menos que otros. Granderson parece pertenecer firmemente a la segunda categoría.
Con la ayuda de los Mets y otros contribuyentes, él ha recaudado más de un millón de dólares para apoyar la educación y el deporte juvenil. Él entrega pavos mientras viaja en la parte trasera de camiones y espera recaudar otro millón de dólares para el Food Bank (Banco de Comida) de la ciudad de Nueva York. Cada jonrón que él batea se traduce en dinero.
Él ha ganado varios premios de servicio público, incluyendo el prestigioso galardón beisbolero Roberto Clemente Award, y aportó cada céntimo que se necesitó para su Grand Kids Foundation, la cual apoyó el programa juvenil de su alma mater. La fundación no tiene empleados ni costos. Cada dólar va a los programas.
Yo debo ofrecer una confesión con la mano en el pecho: Acerca del tema de Granderson, tengo una bola de cristal quebrada. Cuando él tuvo dificultades hace dos años, opiné que su carrera parecía cercana a finalizar. Él tuvo una buena temporada y bateó tres jonrones en la Serie Mundial de 2015.
En defensa propia, señalaré que otros también lo han subestimado. En 2004, esa biblia del análisis estadístico, Baseball Prospectus, lo describió como un prospecto de ligas menores de “techo bajo” quien podría tener pocas temporadas en las ligas mayores.
Resulta que Granderson tampoco piensa mucho en sus oportunidades. Como estudiante universitario con potencial deportivo, él creyó que su carrera profesional sería corta.
“Me dije, ‘Probablemente juegue dos o tres años en las ligas menores, y probablemente sea dejado libre, y tendré que ponerme a trabajar con mi título universitario’”, dice él. “Entonces los equipos siguieron dejándome regresar”.
Siendo de cierta estatura y flexible, él no es grotesco. Aun así, Granderson, drafteado en la tercera ronda, ha sido regular por 11 temporadas con los Tigres de Detroit, los Yanquis y los Mets, ha bateado 293 jonrones y jugado un buen jardín central antes de mudarse al derecho. Ha jugado en tres equipos de estrellas, y es uno de cuatro peloteros en la historia del beisbol quien ha bateado 20 dobles, 20 triples, 20 jonrones y robado 20 bases en una temporada.
Él no da nada por sentado en extremo. A finales de agosto de 2004, luego de una buena temporada en la categoría AA en Erie, Pa., Granderson continuó su costumbre anual de lanzar su guante, ganchos y guantines al pipote de la basura. El manager lo llamó: Curtis, ven aquí.
Te han llamado a las mayores.
Granderson corrió para recuperar su guante y ganchos. Manejó hasta el estadio de los Tigres.
“Bien, encontré el estacionamiento”, recuerda haber pensado. “Ahora ¿solo le digo al vigilante que soy un pelotero? Estoy seguro de que un millón de fanáticos tratan de hacer eso”.
Él consiguió su primer imparable de grandes ligas ante un equipo de su ciudad natal, los Medias Blancas de Chicago.
Conciencia racial
Granderson, un buen estudiante, dejó la universidad cuando fue drafteado por Detroit después de su primer año. Continuó trabajando para obtener su título de grado, y una vez persuadió a un manager de ligas menores para que se sentara en una oficina del estadio y le realizara un examen final. Él usa sus medias bien arriba, hasta la rodilla, en homenaje a Jackie Robinson, quien rompió la barrera racial en las ligas mayores, y a las estrellas de las ligas negras.
Granderson creció en Lynnwood, un suburbio de mezcla racial. Sin embargo, desde la categoría compoticas hasta la universidad, casi todos sus compañeros de equipos eran blancos. “Afortunadamente, jugué con un grupo de niños blancos quienes me trataron como uno más del grupo”, dijo él. “Ellos todavía son algunos de mis amigos más cercanos”.
En las ligas menores, tuvo compañeros de equipo negros, muchos de ellos latinos.
“Cuando llegué al profesional, me dije: ‘¡Caramba! Esta es la mayor cantidad de personas negras que he visto’. Y entonces ellos empezaron a hablar español”.
Las multitudes fueron otro tema. En muchas ciudades, menos y menos aficionados negros van a los estadios.
“Jugamos este juego, otros peloteros negros y yo, contando las personas negras que están en las tribunas y no estén trabajando en el juego”, dice Granderson. “’¡Veo uno! No ese es latino’. Revisas y revisas, y a veces nos lleva siete innings contar 10”.
Granderson ofrece estas observaciones con preocupación pero no con amargura; aprecia el beisbol y a las personas de todos los colores quienes lo aprecian con él. Él es conocido por detenerse para hacer puñitos con los niños mientras se dirige al círculo de prevenidos al bate.
Como adolescente, sintió el llamado del baloncesto, un deporte de más colorido, en la cancha y en las tribunas. Él fue un alero lo suficientemente bueno para jugar en la Amateur Athletic Union.
“Mis amigos van a Orlando para jugar torneos nacionales en gimnasios con aire acondicionado, y yo manejo una hora para jugar beisbol en Indiana rural, con un calorón asfixiante, usando bates de madera y batear es difícil, difícil”.
Él ríe. “A veces me hago preguntas sobre mí”.
Mientras posa para fotografías con sus jugadores de pequeñas ligas de South Side, él escucha sus conversaciones y siente un dolor por su deporte.
“Los niños piensan que el beisbol no es agradable”, dijo él. “Hay muchas referencias de que es un deporte de niños blancos”.
En los Mets, Granderson y David Wright, el capitán del equipo y un blanco de Virginia, son los líderes veteranos en un clubhouse de blancos, latinos de cuatro naciones, y un par de afroamericanos.
“David y yo estamos en la misma posición en el equipo”, dice Granderson. “No holgazaneamos, pero nos respetamos y siempre bromeamos entre nosotros. También hablamos bastante de temas raciales”.
Lecciones de diversidad.
Granderson ha hecho amistades con compañeros de equipo de todas las razas y etnias. Aún así, él siente que la raza sigue siendo un asunto complicado. Si se mira a los círculos de estiramiento antes de los juegos, dice él, lo que se ve más a menudo es “la gráfica perfecta de las tortas: todos latinos, todos negros, todos blancos”.
Mientras se estira en el clubhouse, Graderson lanza lo que él llama el concurso diario de preguntas: Comida, especias, carros, música, ropa, ¿cuales son tus favoritos? La conversación que sigue es ligera y aún así le da a los peloteros una manera de tantear las diferencias y similitudes, y quizás abrir muchas puertas de la vida.
“A veces metemos en eso a Terry Collins”, dice Granderson del manager de los Mets. “’Epa TC, ¿qué piensas de esto?’”
La mayoría de las veces, dice Granderson, Collins solo ríe, y ellos se dispersan y practican.
Pregunto por la falta de diversidad entre los managers. La justicia al contratar no es física cuántica. ¿Por qué hay tan pocos negros y latinos en la dirección de los equipos de grandes ligas?
“Hay mucho que conversar acerca de eso”, replica Granderson. “Todos conocemos tipos quienes hicieron un buen trabajo como manager o coach de pitcheo en las menores, y luego fue contratado un manager y esos tipos ni siquiera estuvieron en el proceso de entrevistas. Nos preguntamos por qué no”.
Granderson se detiene frente a su casa de ladrillos en South Side. Ofrece una historia final: Cuando era un joven pelotero, trabajó con un coach de bateo quien era un mago, Leon Durham, un antiguo grandeliga quien era coach de la franquicia AAA de Detroit en Toledo, Ohio. Cuando los peloteros llegaban al equipo grande y caían en rachas negativas de bateo, subían a sus carros y viajaban de vuelta a Toledo para una práctica matutina de refrescar fundamentos de bateo.
“De pronto empezábamos a batear mejor, y todos sabían que Leon tenía mucho que ver con eso”, dice Granderson.
Esa memoria es de hace una docena de años. Durham acaba de recibir su primera promoción hacia un cuerpo técnico de un equipo de ligas mayores. Será el coach de bateo asistente de los Tigres.
“Es triste decirlo, pero ves quienes son los dueños en el beisbol”, dice Granderson de la amplia lista de propietarios blancos. “Y te preguntas porqué hacen eso”.
Aprender con el Ejemplo.
Nuestra conversación gira hacia el evento de recaudación de esa noche en un hip club. El teléfono celular de Granderson ha sonado todo el día, con preguntas acerca de comida y música y disc jockeys; tiene que atender tantos detalles como los de un bautizo. Es la temporada de receso de grandes ligas, su reposo. ¿Por qué hacer todo eso?
Menciona el ejemplo mostrado por sus padres, Mary y Curtis Sr., con quienes compartiré y hablaré esa noche. Novios desde la niñez en el pequeño pueblo de Tchula, Miss., asistieron a Mississippi Valley State University, se casaron y emigraron al norte hacia Chicago para trabajar como maestros. Su padre como director de una escuela primaria quien tutoreaba las notas de los jovencitos; su equipo de softbol aun entrega una docena de pavos cada día de Acción de Gracias.
Su madre enseñaba química en la escuela secundaria y recaudaba dinero para las Girl Scouts, el P.T.A., la iglesia. Y los Granderson recaudan dinero cada año para donar becas escolares para que niños de Tchula, el quinto pueblo más pobre en nuestra nación, puedan asistir a Mississippi Valley State.
“Yo observaba y absorbía sin darme cuenta que era eso”, dijo Garnderson. “Lentamente me hice parte de eso. ‘Mamá de vez en cuando necesita un paseo’. ‘Papá, alguna vez quiere comer. ¿Puedo invitarlo?’”
Eso es impulso filantrópico aprendido de memoria. Además de su trabajo con la Grand Kids Foundation y su academia juvenil, Granderson es un vocero en toda la liga para las iniciativas de la Casa Blanca para hacer que los niños pierdan peso y beban más agua. Él expresa frustración consigo por no haber llevado más jugadores de pequeñas ligas de Harlem y South Bronx a los juegos en Citi Field. También quiere pasar más tiempo hablando en las estaciones radiales de hip hop de Nueva York, para ayudar a difundir el gospel del beisbol.
En años pasados, reconoce él, algunas personas del beisbol le preguntaron si no corría el riesgo de agotarse con sus caridades. (Los Mets, dice Granderson, son totalmente solidarios, con tiempo, dinero y entusiasmo). Él estrecha sus ojos.
“Soy soltero, aún no tengo hijos”, dice él. “¿Quieres hablar de algo difícil? Habla con mis compañeros de equipo quienes tiene que levantarse para cuidar a sus bebecitos y luego tienen que jugar”.
La edad es una visitante insistente ahora. Observé a Granderson pasar dos horas nadando, levantando pesas y haciendo largartijas. Tendrá 36 años de edad para la inauguración de la próxima temporada. Juega a la sombra del final de su carrera.
Ha hablado con peloteros retirados como Derek Jeter y ha pensado en lo que le espera a la vuelta de la esquina. No quiere ser ese tipo quien se derrumba donde una vez hizo una atrapada de cordón de zapato.
“He sido afortunado”, dice él. “Quiero dar un paso al costado con gracia”.
Mira el reloj y se excusa con educación. Tiene tres horas antes del evento de recaudación de esa noche. Tiene llamadas por hacer y mensajes de servicio público que grabar.
Estrechamos manos, y Granderson se mueve con trote juvenil.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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