lunes, 23 de enero de 2017

Play Ball y se cayó la baranda

Alfonso L. Tusa . El Nacional. Septiembre 2000. Siempre que llega el momento de la final de un campeonato de beisbol profesional en Venezuela, se siente que el aroma de las grandes jugadas, los grandes momentos y las más intensas expectativas invade el ambiente con los mejores anuncios de broche de oro de una nueva temporada beisbolera. Uno se imagina, y pienso que todos pondremos de nuestra parte para que esa instancia culminante se desarrolle en la mejor de las circunstancias y por ende guardemos recuerdos gratos sobre como se terminó de jugar alguna campaña en particular. Sin embargo la última de las finales de nuestro beisbol profesional, efectuada en enero pasado entre Águilas del Zulia y Navegantes del Magallanes, no alcanzó a ubicar sus hechos totales dentro de los compartimientos de nuestra memoria donde entran las reminiscencias agradables, capaces de tomarse como ejemplo de lo que debe ser una final de nuestro pasatiempo favorito. Solo con ubicarnos en el momento del primer juego de aquella serie, realizado en el estadio Luis Aparicio de Maracaibo, específicamente en algun momento luego del quinto episodio, cuando Magallanes derrotaba a las Águilas 5-1. Entonces de las gradas emergió un trozo de hielo de dimensiones apreciables que se estrelló contra el cráneo del jardinero Darryl Brinkley, quien ante la intensidad del impacto se vio en la necesidad de abandonar el terreno. Luego hubo una revuelta en la zona de las gradas, entre el jardín central y el izquierdo, que trajo como consecuencia el derrumbe que separa la grada del campo de juego. Hechos estos que empañaron un juego que se venía realizando en el mejor de los ánimos. Pero que la actitud desconsiderada de algunos fanáticos locales enturbió notablemente. Más lamentable aun resultó la actitud de la directiva del equipo zuliano, que no tomó la precaución de proveer el personal de seguridad adecuado (léase guardia nacional y/o policía) a fin de evitar aglomeramientos de personas como el que se generó en las gradas de los jardines ocasionando el desplome de la baranda y deteniendo el partido por espacio de más de veinte minutos. Y el cuerpo arbitral parecía completamente aislado de la realidad que se vivía, por cuanto de acuerdo a las reglas vigentes luego que un juego es detenido por causas extraterreno, si la demora dura más de cinco minutos el juego debe ser confiscado a favor del visitante. Ante esta situación de inseguridad, el equipo Magallanes abandonó el campo de juego, para luego regresar a condición de que al primer objeto lanzado desde la tribuna, el juego sería confiscado. Nuevamente fallaron los árbitros, quienes se hicieron de la vista gorda ante innumerables trozos de hielo y un objeto contundente que fue lanzado a la humanidad del segunda base Richard Paz cuando se disponía a tomar un elevado que batearon por sus predios. Mientras tanto el gerente general del equipo zuliano, lejos de llamar la atención a su público, se dedicó a discutir fiera e intransigentemente vía telefónica con alguien de la liga, quejándose de un obsoleto ventajismo de los equipos centrales contra los de provincia. Para rematar, el presidente de la liga, en clara demostración de lo que significa para él la inauguración de la serie definitiva del campeonato, no estaba presente en el estadio y por teléfono ordenó a los árbitros posponer el juego hasta que se calmaran los ánimos. Nadie sabe como se hubiese desenvuelto el juego (ni el resto de la final), si esos contados fanáticos se hubiesen dedicado a desconcentrar al equipo visitante de manera verbal y no físicamente. Tampoco se le puede restar méritos al equipo zuliano que luego de este encuentro desplegó una pelota de altura que le valió el campeonato. Pero ciertamente es necesario que desde la liga se tomen las decisiones necesarias para que los árbitros tengan sobre el terreno de juego, el respeto y la autoridad necesarias para resolver en el momento en que ocurren, las irregularidades que le pueden hacer mucho daño a nuestro beisbol. De lo contrario se está dando pie a prácticas dañinas al desarrollo sano de los juegos de pelota.

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