jueves, 28 de septiembre de 2017

Hace treinta y cinco años, Jonathan Keane fue golpeado por una pelota en foul. Luego Jim Rice salvó su vida.

Despues de ver a un niño pequeño ser golpeado por una pelota en foul en Yankee Stadium, Jonathan Keane recordó como hace 35 años le ocurrió algo semejante y como Jim Rice salvó su vida. Ben Reiter. SI.com. 26-09-2017. El viernes pasado fue, de muchas maneras, uno de los mejores días en la vida de Jomnathan Keane. Para celebrar su cumpleaños 40, Keane, junto a dos de sus cuatro hermanos menores locos por el golf y su padre Tom, salieron de Bethpage Black a las 7:54 am, luego de haber acampado por 14 horas para tener su primera oportunidad en el legendario terreno de Long Island. Keane golpeó un 96. “Él tiene tres hijos pequeños, así que no tiene mucho tiempo para el golf estos días”, dice su papá. Sus pensamientos también se mantuvieron conectados con un incidente que ocurrió hace dos días y 45 millas al oeste, en Yankee Stadium. Allí, el tercera base de los Yanquis, Todd Frazier bateó una pelota de 105 millas en el quinto inning de un juego diurno contra los Mellizos. La línea golpeó a una niña de dos años de edad, quien estaba sentada con su familia justo al pasar el dugout de tercera base, en la cara. Los detalles de la condición de la niña son de cuidado, se dijo que permanece en el Columbia Presbyterian Hospital, y que está mejorando, pero los Keane podían imaginar el dolor que ella y su familia experimentaban. El 7 de agosto de 1982, esos sentimientos fueron de ellos. Ese día Tom llevó a Jonathan, entonces de cuatro años de edad, y su hermano de dos años desde Greenland, N.H., hasta Fenway Park. Los Keane tenían asientos de ensueño, detrás del dugout de primera base. En el cuarto inning el segunda base de los Medias Rojas, Dave Stapleton bateó un foul. Lo próximo que Tom supo, fue que Jonathan se había caído. Ese evento se recuerda más por el heroísmo de Rice. Él corrió desde el dugout, levantó a Jonathan y se embaló hacia el clubhouse de los Medias Rojas para darle tratamiento y luego llevarlo al Boston’s Children Hospital, donde fue sometido a una cirugía de emergencia para aliviar la presión causada por la inflamación en su cerebro. El momento fue inmortalizado por una imagen de Rice, el futuro inquilino del Salón de la Fama quien fue muy conocido por su irritatibilidad y su bate, cargando al niño sangrando. “Jim Rice salvó la vida de Jonathan”, dice Tom. “Si él no hubiese reaccionado tan rápidamente, solo Dios sabe que podría haber ocurrido”. Jonathan pasó cinco días terribles en el hospital pero se recuperó por completo. “Los médicos, no podían decir si habría una lesión permanente, en aquel momento”, dice Tom. “Fuimos muy afortunados”. Jonathan ahora realiza labores de servicio al usuario para una compañía de tecnología en Raleigh. Aunque solo tiene una ligera cicatriz sobre el ojo izquierdo, ese día en el estadio marcó su vida. “Las probabilidades de ocurrencia son muy pequeñas”, dice Jonathan, “pero el impacto cuando ocurre es tan dramático”. De hecho, las probabilidades no son tan pequeñas. Se cree que esta es la tercera lesión más seria relacionada con una pelota bateada en foul que afecta a un aficionado en Yankee Stadium esta temporada, y un estudio de Blomberg de 2014 estimó que 1750 aficionados son lesionados por pelotas bateadas en los estadios de grandes ligas cada año. La solución parece obvia: Extender la red protectora detrás del plato hasta más allá de los dugouts. Pero la liga, la cual advierte a sus aficionados en los boletos y señales de los estadios del peligro que corren, ha sido reticente al respecto, porque privaría a sus mejores clientes de una visión sin obstáculos y de la alegría de llevar a casa una pelota de recuerdo. Solo 10 equipos tienen esa red, aunque la semana pasada cuatro más dijeron que extenderían las suyas. “Redoblaremos nuestros esfuerzos en este importante punto”, dijo el comisionado Rob Manfred, sin hacer promesas concretas. Los peloteros parecen ser virtualmente unánimes en querer más protección. “No me importa la visión del aficionado”, dijo un molesto Brian Dozier de los Mellizos, quien vio desde segunda base como la niña fue golpeada. “Se trata de un tema de seguridad. Todavía tengo un nudo en el estómago”. Los peloteros también saben que aun la más vigilante atención de los espectadores a menudo no es suficiente para protegerlos. “Si nunca has visto una pelota como esa, la cual no ha visto la mayoría de las personas, es muy difícil”, dijo un devastado Frazier, quien se hincó en una rodilla mientras la niña recibía tratamiento de emergencia y desde entonces se ha comunicado regularmente con su padre. Parado en segunda base, Matt Holliday, compañero de equipo de Frazier, lloraba. Los Keane han seguido la historia desde el pasado miércoles, y esperan hablar con la familia de la niña. “Por favor háganle saber que entendemos el dolor por el que están pasando, y deseamos una rápida y completa recuperación”, dice Tom. Jonathan toma posición con quienes culpan a la familia de la niña por sentarse tan cerca de la acción. “Eso me molesta”, dice él. “Tratas de poner a tus hijos en buenas ubicaciones, de tener una vida satisfactoria. Quieres tener buenos asientos en el juego, ver el juego con tus hijos. Esa es una cosa perfectamente razonable”. Por mucho tiempo Jonathan, quien no recuerda aquel día de 1982, ha declinado abogar por la extensión de la red. Sus sentimientos han cambiado, especialmente mientras ha llevado a su hijo de cinco años de edad a varios juegos del equipo de ligas menores Durham Bulls. “Eso se ha hecho más tangible para mí, saber lo frágil que él es a esa edad”, dice él. “Si me hubieran preguntado hace cinco años, pienso que probablemente hubiera sido más neutral. Tener hijos hace que la red sea una buena idea”. 35 años después es muy tarde. Peloteros como Dave Stapleton y Todd Frazier deberían poder jugar sin sentir la culpa de haber golpeado a un niño involuntariamente, y también sin tener que convertirse en el tipo de héroe que fue Jim Rice. Y todas las familias deberían regresar a casa intactas luego de un dia en el estadio, solo con recuerdos gratos y la disposición de tener muchos más en las décadas siguientes, aún si no pueden atrapar una pelota bateada en foul. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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