Bob McClure no puede olvidar a Keith Hernández
Scott Lauber. 19-03-2012
Port Charlotte, Fla.. Durante una carrera de Grandes Ligas que se extendió por 19 temporadas, Bob McClure se encontró con cualquier situación imaginable para un pitcher.
¿Venir desde el bull pen? Estuvo ahí.
¿Tomar un turno en la rotación de abridores? Hizo eso
¿Pitchear en la post-temporada? Revísenlo.
Entonces llegó el 20 de octubre de 1982. Los Cerveceros de Milwaukee ganaban por dos carreras en el sexto inning del séptimo juego de la Serie Mundial cuando llamaron a McClure para enfrentar a un amigo de la infancia, de las caimaneras en Linda Mar distrito de Pacifica, Calif., cerca de San Francisco.
Y aunque no se quiera creer, él permitió a Keith Hernández el hit que empató el juego.
“Aquí estamos”, dijo McClure, el coach de pitcheo de primer año de los Medias Rojas de Boston, “creciendo juntos en este pequeño pueblo, muy juntos unos de otros, la misma escuela primaria, el mismo liceo por un tiempo, compañeros en la Pequeñas Ligas, Juegos de Estrellas juntos, y nos enfrentamos en el séptimo juego de la Serie Mundial. Fue un momento único. Y todavía me impresiona”.
George Hendrick siguió con sencillo impulsor a la raya del right field para darle ventaja de una carrera a los Cardenales de San Luis en el juego decisivo de la Serie. McClure resultó el pitcher perdedor.
Esta experiencia se añadió a sus cualidades futuras de coach. Los Medias Rojas pueden estar seguros que lo que sea que depare el futuro no será algo que McClure no haya visto, aún si él hereda un cuerpo de pitcheo que el año pasado se vio afectado por beber cerveza y comer pollo durante los juegos.
“Siempre quieres saber del conocimiento y la experiencia de alguien que haya jugado tanto tiempo en Grandes Ligas”, dijo Hernández recientemente antes de transmitir un juego de entrenamiento primaveral de los Mets de Nueva York en Port St. Lucie, Fla.,. “Él tuvo una buena carrera. Lo más importante de Bobby es que no era uno de esos tipos que se desmoronaba ante las situaciones de presión. Había que fajarse para vencerlo”.
Hasta el día de hoy, Hernández está seguro de que no habría podido con McClure sin la ayuda del árbitro.
McClure de 59 años, es 18 meses mayor que Hernández, pero eran compañeros de equipo en el equipo de Pacifica Lumber que ganó el campeonato local de Pequeñas Ligas en 1961. Jugaron como contrincantes los próximos seis años antes de ser compañeros otra vez en Terra Nova High School en 1968.
La familia de Hernández se mudó después de su primer año en la universidad, y aunque McClure y él llegaron a las Grandes Ligas, no se vieron otra vez hasta la Serie Mundial de 1982. Hernández era el primera base estrella de los Cardenales, y McClure ganó 12 juegos para los Cerveceros antes de ser movido para el bull pen al final de la temporada.
No fue hasta el séptimo juego, cuando Hernández llegó al plato con las bases llenas, que se enfrentaron como profesionales.
“Todo lo que recuerdo era que tenía que respirar profundo”, dijo Hernández. “Pensaba, ‘Ay Dios mío, ya es difícil llegar a la Serie Mundial, mi primera, y estar en un momento de presión. ¿También tengo que lidiar con esto?’ Tuve que echar a un lado cualquier pensamiento de nuestra amistad de niños y adolescentes”.
McClure, un zurdo, era conocido por su curva que rompía a la altura de las rodillas, pero nunca llegó a usarla ante Hernández. No después que él árbitro principal Lee Wever cantó bola una recta en la esquina de afuera a la altura de las rodillas, la cuenta se puso en 3 bolas y 1 strike.
Hasta el día de hoy, Hernández admite que el lanzamiento fue strike.
Ante lo posibilidad de conceder un boleto si lanzaba una curva, McClure volvió con la recta y Hernández despachó sencillo impulsor de dos carreras al right-centerfield.
“Tuve que cambiar de lanzamiento debido a la cuenta”, dijo McClure. “El próximo envío fue para mí, muy alejado del plato y él consiguió el imparable. Me quito el sombrero ante él”.
La unicidad de enfrentar a Hernández no fue tomada en cuenta por McClure hasta que pasó el dolor de la derrota. Él lanzó otras 11 temporadas en las Grandes Ligas, nunca más jugo en los play offs, pero terminó su carrera con 3.81 de efectividad en 698 apariciones. Entonces fue coach por 13 temporadas en Colorado y Kansas City antes de ser empleado el pasado otoño por los Medias Rojas, inicialmente como scout para asignaciones especiales.
Un ejecutivo de uno de sus antíguos equipos describió a McClure como “un tipo positivo y un gran trabajador”.
McClure y Hernández viven a 40 minutos de distancia en la costa este de Florida, aunque raramente se ven. Antes del sexto juego de la Serie Mundial de 1982, se tomaron una foto juntos en el campo del Busch Stadium de San Luis. Ambos dijeron que mantienen la foto en sus hogares.
“Todavía le lanzo dardos”, bromeó McClure.
Después del séptimo juego, McClure escribió un mensaje y lo envió al clubhouse de los Cardenales, “No te pude hacer out. Mis mejores deseos, Bob McClure”.
“¿A quién le está echando broma? Él me hizo out muchas veces”, dijo Hernández con una sonrisa. “Me hizo out muchas más veces de las que le bateé”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
jueves, 29 de marzo de 2012
martes, 27 de marzo de 2012
Porqué el béisbol
Aquel atardecer me sorprendió admirando el asedio de un cucarachero a una “limpiacasas”. Cada picotazo tímido del pajarito marrón hacía saltar y volar al lagartijo de tonalidades azules. Ni en aquellos momentos Felipe y Jesús Mario cesaban de bromear para molestarme. Dentro de mi fascinación con el ave y el pequeño saurio me preguntaba si habría una manera de librarme de las chanzas de mis hermanos. Tan pronto como Papá terminó de cenar y salió a jugar dominó, mis hermanos continuaron sus bromas. Cuando estaba a punto de salir corriendo a refugiarme en el rincón más oscuro de mi habitación, sonó en el radio de tubos, encajonado en madera, de cornetas recubiertas por una tela blanca manchada de humedad: “En los deportes…Radio Rumbos presente está…” Esa música los hipnotizó cual flautista de Hamelín. “Bienvenidos al juego de hoy, Industriales del Valencia versus Navegantes del Magallanes”.
Respiré más tranquilo, me acerqué a la mesita del radio y empecé a escuchar un lenguaje enigmático de bolas, strikes, pitcher, jonrón, foul, ponche, tres y dos, outs, fly, cuadro adentro.
De pronto una discusión opacó las cornetas del radio. Mis hermanos discutían con Norys y Estílita porque ellas querían oir música mientras limpiaban los platos de la cena. El botón de sintonía se volvió pelota de béisbol que volaba entre las notas musicales de “El cable”, una pegajosa canción de teclados y trompetas con ritmo de carnaval, y los comentarios preliminares del juego de pelota. Cuando el forcejeo parecía derribar al radio de la mesa, me interpuse y Felipe exclamó: “¡Está bien! Que Alfonsito decida lo que vamos a escuchar”. Las muchachas sonrieron y me apretaron las manos. Pasé como dos minutos rodeando la mesa y dije que quería oir música. Mis hermanos arrugaron la cara y Estílita me levantó más arriba de su rostro. Sin embargo aquella jerga de bolas y strikes rebotaba en mis sienes. Además quería saber el porqué de aquella fiebre de Felipe y Jesús Mario por escuchar aquel juego. Mientras se retiraban a su habitación los escuché repetir un nombre. “En lo que se descuiden cambiamos la emisora. Tenemos que saber como está pitcheando el Látigo”.
Muchas veces papá nos iba a sacar de la pantalla verde oscuro donde una aguja roja corría por innumerables números amarillos para sintonizar las emisoras. Empezaba a preguntar por las interioridades del juego. Era una de las muy contadas ocasiones en que se detenía a conversar con nosotros por un motivo distinto a un regaño. Se sonrió por un rato cuando le explicamos lo que significaba un extrainning. De inmediato hizo un paralelismo con el fútbol. “¡Ah. Es como si fuera una prórroga pero no se acaba hasta que gane alguien!” Aquella tarde el juego se fue a extrainning, sin embargo papá nos pidió que le ayudáramos con el reloj del anuncio publicitario de su oficina.
El solar al lado de la escuela nos templaba cada atardecer con el timbre del final de las clases. El infield era de piedrecillas y los jardineros cubrían en la acera. Aquella tarde había reñido con Santiago porque le contó a la maestra que yo había apedreado una lagartija. Hubo un batazo al right field, Santiago buscó la pelota en la calle y lanzó al cuadro y de allí me la tiraron al “home”. Empezó un corre y corre y ante los esguinces del corredor, casi todo el equipo participó en la jugada, cuando se le escapó la pelota a uno de los muchachos, Santiago hizo la asistencia y me lanzó la pelota con tiempo pero se me cayó y perdimos el juego por esa carrera. Bajé la cabeza y empecé a caminar junto a la alambrada de la escuela. Oí una respiración agitada a mis espaldas. Santiago me dio dos palmadas en el hombro. “¡Tranquilo! Esas cosas pasan. Lo importante es que estuviste allí para hacer la jugada!”
Aún puedo sentir el frío del piso a través de los carritos del pijama. Bernie Carbo largó un vuelacercas como en el octavo inning para empatar el sexto juego de la Serie Mundial entre los Medias Rojas de Boston y los Rojos de Cincinnati. El juego se fue a extrainning y como el radio se me cayera sobre el pecho varias veces, lancé la cobija al piso y me acosté sobre aquel témpano. Papá pasó por la habitación justo cuando Dwight Evans saltaba en el right field para empezar aquel infartante dobleplay. “¿Estás acampando en tu cuarto?” “El frío me mantiene despierto. Quiero saber como termina el juego”. Se quedó un rato sentado en la cama. Preguntaba que era un dobleplay, cuando la voz del narrador quebró las sombras de la medianoche. “Es un batazo inmenso hacia el monstruo verde. La pelota pega en el poste de foul y es jonrón señores, ganan los Medias Rojas y habrá séptimo juego”. Pasé como un minuto saltando sobre la cobija. Luego me senté al lado de papá y hablamos de temas inimaginables.
Aquel mediodía dominical de principios de febrero me encontró con un radio transistor en la oreja escuchando el tercer juego de la serie final entre Magallanes y La Guaira. Ni cuenta me dí cuando en la esquina me levantaron en vilo. Lo único que dije fue. “¡Mójenme a mí, pero al radio no!”. Los jugadores de carnaval me sumergieron con todo y radio en el tambor de agua. Salí desesperado a tratar de seguir escuchando el juego. Tuve que correr a casa de mis abuelos. Cuando prendí el radio de la sala, la voz de Delio Amado León emergía entre una gritería: “Y el Magallanes tiene montada la olla del sancocho de tiburón…”
Las cornetas del radio del comedor tronaron con una interferencia que develó una voz con un ritmo distinto al de “El Cable”. “Y cuando vamos para el octavo episodio Magallanes sigue venciendo al Valencia 1-0. Bárbaro duelo de lanzadores entre Isaías Látigo Chávez y Roberto Muñoz”. Hasta Norys y Estílita se habían sentado frente al radio. Ahí permanecimos hasta que terminó el juego. Desde entonces empecé a entender porqué mis hermanos dejaban lo que estaban haciendo para escuchar ese juego que llegaba por el radio. Aunque ahora no dispongo de tanto tiempo para escuchar todos los juegos, ni todos los innings de muchos de los que sigo, todavía sigo disfrutando con cada situación y con cada jugada que me hace preguntar como cuando le pedí a Felipe que me explicara “¿Qué es un strike?”.
Alfonso L. Tusa C.
Respiré más tranquilo, me acerqué a la mesita del radio y empecé a escuchar un lenguaje enigmático de bolas, strikes, pitcher, jonrón, foul, ponche, tres y dos, outs, fly, cuadro adentro.
De pronto una discusión opacó las cornetas del radio. Mis hermanos discutían con Norys y Estílita porque ellas querían oir música mientras limpiaban los platos de la cena. El botón de sintonía se volvió pelota de béisbol que volaba entre las notas musicales de “El cable”, una pegajosa canción de teclados y trompetas con ritmo de carnaval, y los comentarios preliminares del juego de pelota. Cuando el forcejeo parecía derribar al radio de la mesa, me interpuse y Felipe exclamó: “¡Está bien! Que Alfonsito decida lo que vamos a escuchar”. Las muchachas sonrieron y me apretaron las manos. Pasé como dos minutos rodeando la mesa y dije que quería oir música. Mis hermanos arrugaron la cara y Estílita me levantó más arriba de su rostro. Sin embargo aquella jerga de bolas y strikes rebotaba en mis sienes. Además quería saber el porqué de aquella fiebre de Felipe y Jesús Mario por escuchar aquel juego. Mientras se retiraban a su habitación los escuché repetir un nombre. “En lo que se descuiden cambiamos la emisora. Tenemos que saber como está pitcheando el Látigo”.
Muchas veces papá nos iba a sacar de la pantalla verde oscuro donde una aguja roja corría por innumerables números amarillos para sintonizar las emisoras. Empezaba a preguntar por las interioridades del juego. Era una de las muy contadas ocasiones en que se detenía a conversar con nosotros por un motivo distinto a un regaño. Se sonrió por un rato cuando le explicamos lo que significaba un extrainning. De inmediato hizo un paralelismo con el fútbol. “¡Ah. Es como si fuera una prórroga pero no se acaba hasta que gane alguien!” Aquella tarde el juego se fue a extrainning, sin embargo papá nos pidió que le ayudáramos con el reloj del anuncio publicitario de su oficina.
El solar al lado de la escuela nos templaba cada atardecer con el timbre del final de las clases. El infield era de piedrecillas y los jardineros cubrían en la acera. Aquella tarde había reñido con Santiago porque le contó a la maestra que yo había apedreado una lagartija. Hubo un batazo al right field, Santiago buscó la pelota en la calle y lanzó al cuadro y de allí me la tiraron al “home”. Empezó un corre y corre y ante los esguinces del corredor, casi todo el equipo participó en la jugada, cuando se le escapó la pelota a uno de los muchachos, Santiago hizo la asistencia y me lanzó la pelota con tiempo pero se me cayó y perdimos el juego por esa carrera. Bajé la cabeza y empecé a caminar junto a la alambrada de la escuela. Oí una respiración agitada a mis espaldas. Santiago me dio dos palmadas en el hombro. “¡Tranquilo! Esas cosas pasan. Lo importante es que estuviste allí para hacer la jugada!”
Aún puedo sentir el frío del piso a través de los carritos del pijama. Bernie Carbo largó un vuelacercas como en el octavo inning para empatar el sexto juego de la Serie Mundial entre los Medias Rojas de Boston y los Rojos de Cincinnati. El juego se fue a extrainning y como el radio se me cayera sobre el pecho varias veces, lancé la cobija al piso y me acosté sobre aquel témpano. Papá pasó por la habitación justo cuando Dwight Evans saltaba en el right field para empezar aquel infartante dobleplay. “¿Estás acampando en tu cuarto?” “El frío me mantiene despierto. Quiero saber como termina el juego”. Se quedó un rato sentado en la cama. Preguntaba que era un dobleplay, cuando la voz del narrador quebró las sombras de la medianoche. “Es un batazo inmenso hacia el monstruo verde. La pelota pega en el poste de foul y es jonrón señores, ganan los Medias Rojas y habrá séptimo juego”. Pasé como un minuto saltando sobre la cobija. Luego me senté al lado de papá y hablamos de temas inimaginables.
Aquel mediodía dominical de principios de febrero me encontró con un radio transistor en la oreja escuchando el tercer juego de la serie final entre Magallanes y La Guaira. Ni cuenta me dí cuando en la esquina me levantaron en vilo. Lo único que dije fue. “¡Mójenme a mí, pero al radio no!”. Los jugadores de carnaval me sumergieron con todo y radio en el tambor de agua. Salí desesperado a tratar de seguir escuchando el juego. Tuve que correr a casa de mis abuelos. Cuando prendí el radio de la sala, la voz de Delio Amado León emergía entre una gritería: “Y el Magallanes tiene montada la olla del sancocho de tiburón…”
Las cornetas del radio del comedor tronaron con una interferencia que develó una voz con un ritmo distinto al de “El Cable”. “Y cuando vamos para el octavo episodio Magallanes sigue venciendo al Valencia 1-0. Bárbaro duelo de lanzadores entre Isaías Látigo Chávez y Roberto Muñoz”. Hasta Norys y Estílita se habían sentado frente al radio. Ahí permanecimos hasta que terminó el juego. Desde entonces empecé a entender porqué mis hermanos dejaban lo que estaban haciendo para escuchar ese juego que llegaba por el radio. Aunque ahora no dispongo de tanto tiempo para escuchar todos los juegos, ni todos los innings de muchos de los que sigo, todavía sigo disfrutando con cada situación y con cada jugada que me hace preguntar como cuando le pedí a Felipe que me explicara “¿Qué es un strike?”.
Alfonso L. Tusa C.
Félix Doubront muestra sus recursos
Peter Abraham. The Boston Globe. 25-03-2012
Jupiter, Fla._ Los Medias Rojas de Boston no tomarán ninguna decisión en torno a su rotación de pitcheo basados en un día de entrenamiento primaveral. Que Félix Doubront lanzara bien ante los Marlins de Miami el sábado mientras Alfredo Aceves era bateado por los Filis de Filadelfia en Fort Myers, no necesariamente pone a uno por delante del otro.
“Hay que apreciar el cuerpo del trabajo”, dijo el manager Bobby Valentine antes del juego. “Ignoro si hoy es una prueba. Todo esto es tan inestable”.
Pero para Doubront, el juego fue otro logro en un expediente que es imposible de ignorar. Permitió una carrera en seis innings para llevar a los Medias Rojas a una victoria 4-1 ante una gran multitud en Roger Dean Stadium.
Doubront permitió cinco imparables, concedió 1 boleto y ponchó 2 mientras lanzaba en strike 53 de sus 78 envíos.
“Dominó la zona de strike con sus cuatro pitcheos”, dijo el catcher Ryan Lavarnway. “Atacó a los bateadores. No lo había visto lanzar tan bien en mucho tiempo”.
Mientras Doubront dominaba, Aceves solo duraba tres innings contra los Filis, permitió nueve carreras y 10 imparables, tres de ellos jonrones.
El otro candidato principal para la rotación, Daniel Bard, abrirá contra los Azulejos en Dunedin el domingo 25 de marzo.
Doubront tiene 2.70 de efectividad en cuatro aperturas primaverales y ha mejorado de manera sostenida, ha permitido cuatro carreras limpias en sus últimos 14.2 innings. A los 24 años, el zurdo parece cerca de alcanzar el potencial esperado por la organización desde hace mucho tiempo.
“Es una combinación de buena salud y sentido de urgencia”, dijo el coach de pitcheo Bob McClure. “Él tiene que ganarse el puesto, y esa es la manera como lo estamos viendo”.
Austin Kearns le bateó un jonrón a Doubront en el segundo inning, pero el zurdo escapó de una emboscada más adelante en ese episodio, con un dobleplay.
En el quinto inning, Donovan Solano y el antíguo infielder de los Medias Rojas Nick Green empezaron con sencillos. Doubront obligó al emergente Aaron Rowand a rodarla para dobleplay, luego retó a Emilio Bonifacio con una recta de 94 millas y lo hizo batear un roletazo débil al campocorto.
“Eso era lo que quería ver”, dijo Valentine. “Más de cinco innings, mantenerse arriba en la cuenta, sacar outs rápidamente, evitar la cuenta de 3 y 2. Mantuvo su compostura y lanzó bien. Fue una salida positiva”.
Doubront sólo lanzó 87.2 innings la temporada pasada. Se reportó al campo de entrenamientos en baja forma física, se lesionó el codo y empezó la temporada en la lista de incapacitados.
Lesiones en el muslo y la pantorrilla lo limitaron a 18 apariciones en el Pawtucket AA. Doubront sólo lanzó seis o más innings tres veces en toda la temporada. La última vez el 06 de julio.
Eso hizo de la salida del sábado una muy notable, aún siendo en el entrenamiento primaveral contra una alineación con sólo tres de los jugadores regulares de los Marlins.
“Hoy fue un buen día para mí”, dijo Doubront. “Lo hice bien con Bobby y Mac aquí. Eso es lo que hice, y la próxima vez será igual. Voy a seguir trabajando duro por quedarme en el equipo grande”.
Doubront usó todos sus lanzamientos, cambió velocidades, y trabajó ambos lados del plato. Es todo lo que se quiere ver en un pitcher abridor.
“Para mí, lució como un pitcher, desde la noción de que puede colocar la pelota donde quiere, lenta o dura”, dijo McClure. “Eso es pitchear”.
Valentine sonreía mientras hablaba de Doubront.
“Sus lanzamientos se estaban moviendo muy bien, su recta cortada y su cambio”, dijo el manager. “Parecía como si Ryan (Lavarnway) podía sentarse en el medio del plato y tener la recta cortada adentro contra los derechos y el cambio afuera, además tenía su curva y una recta muy movida”.
Doubront ha pasado parte de dos temporadas en Grandes Ligas pero sin establecerse. Ahora, sin opciones de ir a las ligas menores, esta primavera podría representar su última oportunidad de impresionar al equipo que lo firmó en 2004 a la edad de 16 años,-
“Sabía que tenía que demostrarles lo que podía hacer”, dijo Doubront. “Lo tuve en mi mente todo el invierno. Trabajé duro, el esfuerzo más grande de mi vida”.
Lavarnway, quién fue receptor de Doubront en Pawtucket la temporada pasada, notó la diferencia desde el inicio de los entrenamientos.
“Pienso que muchas cosas salieron mal el año pasado”, dijo Lavarnway. “Fue muy desafortunado. Él lo asimiló y aprendió de eso. Convirtió en positiva una situación negativa y salio a dar lo mejor este año, no sólo físicamente sino con su estabilidad emocional. Es un mejor jugador”.
“Había una cierta mirada en sus ojos. No solo quiere pitchear en Grandes Ligas y ser exitoso, quiere estar en la rotación de abridores de los Medias Rojas de Boston”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Jupiter, Fla._ Los Medias Rojas de Boston no tomarán ninguna decisión en torno a su rotación de pitcheo basados en un día de entrenamiento primaveral. Que Félix Doubront lanzara bien ante los Marlins de Miami el sábado mientras Alfredo Aceves era bateado por los Filis de Filadelfia en Fort Myers, no necesariamente pone a uno por delante del otro.
“Hay que apreciar el cuerpo del trabajo”, dijo el manager Bobby Valentine antes del juego. “Ignoro si hoy es una prueba. Todo esto es tan inestable”.
Pero para Doubront, el juego fue otro logro en un expediente que es imposible de ignorar. Permitió una carrera en seis innings para llevar a los Medias Rojas a una victoria 4-1 ante una gran multitud en Roger Dean Stadium.
Doubront permitió cinco imparables, concedió 1 boleto y ponchó 2 mientras lanzaba en strike 53 de sus 78 envíos.
“Dominó la zona de strike con sus cuatro pitcheos”, dijo el catcher Ryan Lavarnway. “Atacó a los bateadores. No lo había visto lanzar tan bien en mucho tiempo”.
Mientras Doubront dominaba, Aceves solo duraba tres innings contra los Filis, permitió nueve carreras y 10 imparables, tres de ellos jonrones.
El otro candidato principal para la rotación, Daniel Bard, abrirá contra los Azulejos en Dunedin el domingo 25 de marzo.
Doubront tiene 2.70 de efectividad en cuatro aperturas primaverales y ha mejorado de manera sostenida, ha permitido cuatro carreras limpias en sus últimos 14.2 innings. A los 24 años, el zurdo parece cerca de alcanzar el potencial esperado por la organización desde hace mucho tiempo.
“Es una combinación de buena salud y sentido de urgencia”, dijo el coach de pitcheo Bob McClure. “Él tiene que ganarse el puesto, y esa es la manera como lo estamos viendo”.
Austin Kearns le bateó un jonrón a Doubront en el segundo inning, pero el zurdo escapó de una emboscada más adelante en ese episodio, con un dobleplay.
En el quinto inning, Donovan Solano y el antíguo infielder de los Medias Rojas Nick Green empezaron con sencillos. Doubront obligó al emergente Aaron Rowand a rodarla para dobleplay, luego retó a Emilio Bonifacio con una recta de 94 millas y lo hizo batear un roletazo débil al campocorto.
“Eso era lo que quería ver”, dijo Valentine. “Más de cinco innings, mantenerse arriba en la cuenta, sacar outs rápidamente, evitar la cuenta de 3 y 2. Mantuvo su compostura y lanzó bien. Fue una salida positiva”.
Doubront sólo lanzó 87.2 innings la temporada pasada. Se reportó al campo de entrenamientos en baja forma física, se lesionó el codo y empezó la temporada en la lista de incapacitados.
Lesiones en el muslo y la pantorrilla lo limitaron a 18 apariciones en el Pawtucket AA. Doubront sólo lanzó seis o más innings tres veces en toda la temporada. La última vez el 06 de julio.
Eso hizo de la salida del sábado una muy notable, aún siendo en el entrenamiento primaveral contra una alineación con sólo tres de los jugadores regulares de los Marlins.
“Hoy fue un buen día para mí”, dijo Doubront. “Lo hice bien con Bobby y Mac aquí. Eso es lo que hice, y la próxima vez será igual. Voy a seguir trabajando duro por quedarme en el equipo grande”.
Doubront usó todos sus lanzamientos, cambió velocidades, y trabajó ambos lados del plato. Es todo lo que se quiere ver en un pitcher abridor.
“Para mí, lució como un pitcher, desde la noción de que puede colocar la pelota donde quiere, lenta o dura”, dijo McClure. “Eso es pitchear”.
Valentine sonreía mientras hablaba de Doubront.
“Sus lanzamientos se estaban moviendo muy bien, su recta cortada y su cambio”, dijo el manager. “Parecía como si Ryan (Lavarnway) podía sentarse en el medio del plato y tener la recta cortada adentro contra los derechos y el cambio afuera, además tenía su curva y una recta muy movida”.
Doubront ha pasado parte de dos temporadas en Grandes Ligas pero sin establecerse. Ahora, sin opciones de ir a las ligas menores, esta primavera podría representar su última oportunidad de impresionar al equipo que lo firmó en 2004 a la edad de 16 años,-
“Sabía que tenía que demostrarles lo que podía hacer”, dijo Doubront. “Lo tuve en mi mente todo el invierno. Trabajé duro, el esfuerzo más grande de mi vida”.
Lavarnway, quién fue receptor de Doubront en Pawtucket la temporada pasada, notó la diferencia desde el inicio de los entrenamientos.
“Pienso que muchas cosas salieron mal el año pasado”, dijo Lavarnway. “Fue muy desafortunado. Él lo asimiló y aprendió de eso. Convirtió en positiva una situación negativa y salio a dar lo mejor este año, no sólo físicamente sino con su estabilidad emocional. Es un mejor jugador”.
“Había una cierta mirada en sus ojos. No solo quiere pitchear en Grandes Ligas y ser exitoso, quiere estar en la rotación de abridores de los Medias Rojas de Boston”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
lunes, 26 de marzo de 2012
Richard Hidalgo entre los mejores 50 Astros de Houston de todos los tiempos.
En 2012 se cumplen 50 años de la aparición de la franquicia de Houston entonces se llamaban los “Colt .45”. El periodista Steve Campbell del Houston Chronicle, realizó una clasificación de los mejores 50 peloteros de la franquicia. El criterio implica que el jugador al menos jugó 3 temporadas completas con el equipo o lo dirigió con éxito.
50.- Danny Darwin. PD. (1986-1990, 1996). Dejó marca de 47-32 con 3.21 de efectividad en 769 innings. Ponchó 543. Dr. Death tuvo marca de 11-4 y 2.21 de efectividad en 1990. (Howard Castleberry/ Houston Chronicle)
49.- Brad Ausmus. C. (1997-1998, 2002-2008). .246. 41 jonrones. 386 empujadas. 415 anotadas. 1259 juegos. Gran receptor defensivo. Estabilizador de muchos buenos equipos de los Astros. (Brett Coomer/ Houston Chronicle)
48.- Carlos Lee. OF. (2007-2011). .286 promedio al bate, 128 jonrones, 504 carreras empujadas, 352 anotadas. 749 juegos. LVBP: Cariobes de Oriente (1999-2000). (Patrick T. Fallon/ Houston Chronicle)
47.- Turk Farrell. PD. (1962-1967). 53-64. 3.42 de efectividad. 1015 innings. 694 ponches. Le tocó la difícil tarea de lanzar para un equipo de expansión.(checkoutmycards.com).
46.- Luis González. OF. (1990-1995, 1997). .266, 62 jonrones, 366 empujadas, 344 anotadas. 745 juegos. (Courtesy of the Astros). Vino a la LVBP con Magallanes. (1992-93, 1994-95).
45.- Derek Bell. OF. (1995-1999). .284, 74 jonrones, 444 empujadas, 386 anotadas. 683 juegos. Jugador de temporadas muy irregulares tuvo dos temporadas sobre .300 y luego caía por debajo de .280. Tuvo temporadas de 100 empujadas y luego caía por debajo de 75. (Karen Warren/ Houston Chronicle). LVBP: Cardenales de Lara. (1990-92, 1993-94).
44.- Jim Deshaies.PZ. (1985-1991) 61-59. Efectividad de 3.67 en 1102 innings. 731 ponches. Ayudó al equipo con un título divisional (1986). (AP)
43.- Bob Knepper PZ. (1981-1989). 93-100. Efectividad 3.66 en 1738 innings. 946 ponches. Zurdo de lanzamientos lentos de períodos altos y bajos. (Timiothy Bullard/ Houston Chronicle)
42.- Wandy Rodríguez PZ. (2005-2011). 73-75. Efectividad 4.07 en 1176 innings. 1004 ponches. Zurdo de recursos que ha pasado su carrera lanzando para un equipo de poca ofensiva. (Cody Duty/ Houston Chronicle)
41.- Phil Garner 3b, 2b. (1981-1987). .260. 49 jonrones. 320 empuijadas. 337 anotadas. 753 juegos. Miembro del campeón divisional de 1986 y dirigió a los Astros en la Serie Mundial de 2005. (Steve Campbell/ Houston Chronicle) LVBP: Tigres de Aragua. (1974-75)
40.- Michael Bourn OF. (2008-2011). .271. 11 jonrones. 134 empujadas. 302 anotadas, 193 bases robadas. 541 juegos. Ganó dos guantes de oro, participó en un Juego de Estrellas y comandó la liga en bases robadas en 2008, 2009 y 2010. (Patrick T. Fallon/ Houston Chronicle)
39.- Kevin Bass OF. (1982-1989, 1993-1994). .278. 87 jonrones. 468 empujadas. 465 anotadas. 120 bases robadas. 1122 juegos. Bateador ambidiestro que participó en el Juego de Estrellas. Llegó 7mo. en la votación del jugador más valioso en 1986. (Steve Campbell/ Houston Chronicle) LVBP: Leones del Caracas. (1982-84)
38.- Dennis Menke. IF. (1968-1971) .266. 30 jonrones. 282 empujadas. 269 anotadas en 634 juegos. Carecía de gran alcance a la defensiva pero fue un jugador productivo a la ofensiva que empujó 90 o más carreras y participó en el Juego de Estrellas en 1969 y 1970. (Houston Chronicle)
37.- Hunter Pence. OF. (2007-2011) . .290. 103 jonrones. 377 empujadas. 353 anotadas. 61 bases robadas. 680 juegos. Tenaz. Participó en dos juegos de estrellas para un equipo que iba de capa caída cuando él llegó. (Mark J. Terrill/ Houston Chronicle)
36.- Brad Lidge. PD. (2002-2007). 23-20. 123 salvados. Efectividad: 3.30. 401 innings. 561 ponches. Entre 2004 y 2005 tuvo efectividad de 2.09 con 71 salvados y un promedio de 14.2 ponches por cada 9 innings. (Karen Warren/ Houston Chronicle)
35.- Rusty Staub OF. (1963-1968). .273. 57 jonrones. 370 empujadas. 297 anotadas. 833 juegos. Desafortunadamente para los Astros él bateó 1924 de sus imparables, 235 de sus jonrones y 1096 de sus carreras empujadas después que lo cambiaron por Jack Billingham, Skip Guinn y 100.000 dólares. (AP)
34.- Andy Pettitte. PZ. (2004-2006). 37-26. Efectividad: 3.38. 519.2 innings. 428 ponches. Tuvo marca de 17-9 y 2.39 de efectividad en el equipo que fue a la Serie Mundial en 2005. (Karen Warren/ Houston Chronicle)
33.- Wade Miller. PD. (1999-2004). 58-39. Efectividad: 3.89. 769 innings. 659 ponches. Tuvo marca de 45-25 con 3.61 de efectividad entre 2001 y 2003. (Christobal Pérez/ Houston Chronicle)
32.- Ken Caminiti 3b. (1987-1994, 1999-2000). .264. 103 jonrones. 546 empujadas. 496 anotadas. 1085 juegos. Asistió al Juego de Estrellas por primera vez en 1994 con los Astros. Luego fue jugador más valioso con los Padres de San Diego en 1996. (Kevin Fujii/ Houston Chronicle)
31.- Steve Finley. OF. (1991-1994). .281. 32 jonrones. 186 empujadas. 301 anotadas. 110 bases robadas. 557 juegos. Destacado jugador defensivo, ganó 6 guantes de oro luego de salir de los Astros quienes lo enviaron junto a Ken Caminiti a los Padres en el cambio que trajo a Derek Bell, Doug Brocail y al Pedro Martínez equivocado. (Houston Chronicle)
30.- Miguel Cuellar. PZ. (1965-1968). 37-36. Efectividad: 2.74. 700.1 innings.557 ponches. Zurdo de recursos más recordado por lo que hizo después de salir de los Astros en un cambio que lo envió a los Orioles de Baltimore por Curt Blefary. (125-63 con un Cy Young en 1969 de 1969 a 1974). (AP).Industriales del Valencia. (1961-62).
29.- Morgan Ensberg. 3b. (2000, 2002-2007). .266. 105 jonrones. 335 empujadas. 323 anotadas. 673 juegos. Fue el jugador regular más productivo del equipo que alcanzó la Serie Mundial en 2005, con 36 jonrones y 101 empujadas. (Kevin Fujii/ Houston Chronicle) LVBP: Leones del Caracas. (2000-01).
28. Richard Hidalgo. OF. (1997-2004). .278. 134 jonrones. 465 empujadas. 442 anotadas. 44 bases robadas. 813 juegos. Tuvo grandes temporadas en 2000 (44 jonrones) y 2003. Pero estaba acabado como pelotero de Grandes Ligas a los 30 años. (Christobal Pérez/ Houston Chronicle). Navegantes del Magallanes. (1991-92, 1993-2000- 2001-02, 2005-2011)
27.- Doug Rader. 3b. (1967-1975). .250. 128 jonrones. 600 empujadas. 520 anotadas.1178 juegos. Ganó 5 guantes de oro. Pasó de 20 jonrones y 80 empujadas tres veces. LVBP: Cardenales de Lara. (1969-70)
26.- Dave Smith. PD. (1980-1990). 53-47. 199 salvados. 2.53 efectividad. 762 innings. 529 ponches. Ayudó a los Astros a ganar dos títulos divisionales. En dos ocasiones bajó su efectividad por debajo de 2. (1980, 1987). (AP).
25. Dickie Thon. SS. (1981-1987). .270. 33 jonrones. 172 empujadas. 226 anotadas. 94 bases robadas. 566 juegos Fue golpeado por un lanzamiento de Mike Torrez en 1984 y nunca más fue el mismo pelotero. (Houston Chronicle)
24.- Mike Hampton. PD. (1994-1999, 2009). 76-50. Efectividad: 3.59. 1138 innings. 767 ponches. Su mejor temporada fue la de 1999 cuando dejó marca de 22-4 (lideró la Liga Nacional en porcentaje de juegos ganados .846) y 2.90 de efectividad y terminó segundo en la votación del Cy Young. (Julio Cortéz/ Houston Chronicle) LVBP: Navegantes del Magallanes. (1994-95)
23.- Ken Forsch. PD. (1970-1980). 78-81. Efectividad: 3.18. 1493.2 innings. 815 ponches. Versátil especialista del sinker. Ganó 12 juegos como abridor para el equipo ganador de la división en 1980. Participó en el Juego de Estrellas de 1976 como relevista. (Steve Ueckert/ Houston Chronicle). LVBP: Cardenales de Lara, Tiburones de La Guaira. (1970-71, 1972-74).
22.- Shane Reynolds. PD. (1992-2002). 103-86. Efectividad: 3.95. 1622.1 innings. 1309 ponches. Artista del control. (2.1 boleto por cada 9 innings a lo largo de su carrera). Tuvo cinco temporadas de doble figura en juegos ganados con los Astros. (Incluyendo 19-8 en 1998). (Smiley N. Pool/Houston Chronicle) LVBP: Navegantes del Magallanes. (1991-92)
21.- Terry Puhl. OF. (1977-1990). .281. 62 jonrones. 432 empujadas. 676 anotadas. 217 bases robadas. 1516 juegos. Participó en el Juego de Estrellas de 1978. Uno de los mejores peloteros nativos de Canadá. (Courtesy of the Astros) LVBP: Cardenales de Lara. (1977-78)
20.- Bob Watson. 1b-OF. (1966-1979). .297. 139 jonrones. 782 empujadas. 640 anotadas. 1381 juegos. Uno de los mejores bateadores en la historia de la franquicia, sus números fueron atenuados por el Astrodomo. (Houston Chronicle). LVBP: Tiburones de La Guaira. Cardenales de Lara. (1967-68, 1970-71)
19.- Bill Doran. 2b. (1982-1990). .267. 69 jonrones. 404 empujadas. 611 anotadas. 191 bases robadas. 1165 juegos. Maravilloso bateador abridor de alineación. (Steve Campbell/Houston Chronicle)
18.- Moisés Alou. OF. (1998-2001). .331. 95 jonrones. 346 empujadas. 265 anotadas. 421 juegos. Terminó tercero en la votación del jugador mas valioso en 1998. Bateó .355 en 2000. (Smiley N. Pool/Houston Chronicle)
17.- Glenn Davis. 1b. (1984-1990). .262. 166 jonrones. 518 empujadas. 427 anotadas. 830 juegos. Segundo en la votación del jugador más valioso en 1986. Fue parte del cambio que trajo a Curt Schilling, Steve Finley y Pete Harnisch. (AP)
16.- Billy Wagner. PZ. (1995-2003). 26-29. 225 salvados. 2.53 de efectividad. 504.1 innings. 694 ponches. Formó parte de tres equipos de estrellas. Terminó cuarto en la votación del Cy Young en 1999. (1.57 de efectividad, 39 salvados, 124 ponches, y solo 35 hits permitidos en 74.2 innings). (Karen Warren/Houston Chronicle).
15.- Roger Clemens. PD. (2004-2006). 38-18. Efectividad: 2.40. 539 innings., 505 ponches. En solo 3 temporadas con los Astros ganó 1 Cy Young (2004). Comandó la liga en efectividad (2005) y ayudó al equipo a llegar a la Serie Mundial. (Billy Smith II/Houston Chronicle)
14.- Don Wilson. PD. (1966-1974). 104-92. Efectividad: 3.15. 1748.1 innings. 1283 ponches. Derecho de repertorio incandescente. Lanzó dos juegos sin hits ni carreras. Participó en el Juego de Estrellas de 1971. Ganó entre 10 y 16 juegos en sus 8 temporadas completas en Grandes Ligas. (Houston Chronicle)
13.- J.R. Richard. PD. (1971-1980). 107-71. Efectividad: 3.15. 1606 innings. 1493 ponches. Terminó entre los primeros cinco de la votación del Cy Young en tres de sus últimas cinco temporadas. En ese lapso dejó marca de 84-55 con 2.79 de efectividad antes del infarto que terminó su carrera. (Mike Robinson/Houston Chronicle).
12.- Joe Niekro. PD. (1975-1985). 144-116. Efectividad: 3.22. 2270 innings. 1178 ponches. Líder en victorias de la franquicia. Tuvo dos temporadas seguidas de 20 victorias (1979-1980). Y ganó 17, 15 y 16 juegos entre 1982 y 1984. (Lenny Ignelzi/AP)
11.- Mike Scott. PD. (1983-1991). 110-81. Efectividad: 3.30. 1704 innings. 1318 ponches. Incluyendo los play offs tuvo marca de 22-10 con 2.12 de efectividad y 325 ponche en 293.1 innings en su temporada mágica de 1986 cuando ganó el Cy Young. (Steve Campbell/Houstyon Chronicle).
10.- Joe Morgan. 2b. (1963-1971, 1980). .261. 72 jonrones. 327 empujadas. 597 anotadas. 219 bases robadas. Fue mejor reconocido con los Rojos de Cincinnati donde se convirtió en superestrella después de un cambio múltiple. (Houston Chronicle).
9.- Nolan Ryan. PD. (1980-1988). 106-94. Efectividad: 3.13. 1854.2 innings. 1866 ponches. Comandó dos veces la liga en efectividad (1981 y 1987). Ayudó a los Astros a ganar 2 títulos divisionales. (Tim Johnson/Houston Chronicle).
8.- Larry Dierker. PD. (1964-1976). 137-117. Efectividad: 3.28. 2294.1 innings. 1487 ponches. Primer pitcher de los Astros en ganar 20 juegos en una temporada (1969). Tercero en la lista de los pitchers con más victorias en la franquicia. Dirigió a cuatro equipos ganadores del título divisional (1997, 1998, 1999, 2001). (Houston Chronicle)
7.- José Cruz. OF. (1975-1987). .292. 138 jonrones. 942 empujadas. 871 anotadas. 288 bases robadas. 1870 juegos. Su velocidad y habilidad para regar líneas por todo el campo lo convirtieron en el jugador apropiado para el Astródomo. (Julio Cortez/Houston Chronicle).
6.- Roy Oswalt. PD. (2001-2010). 143-82. Efectividad: 3.42. 1932.1 innings. 1593 ponches. Segundo en la lista de pitchers con más victorias en la franquicia. Ganó por lo menos 20 juegos dos veces (2004, 2005). Comandó la liga en efectividad en 2006. Terminó entre los cinco primeros de la votación para el Cy Young, en cinco ocasiones. (Julio Cortez/Houston Chronicle).
5.- Cesar Cedeño. OF-1b. (1970-1981). .289. 163 jonrones. 778 empujadas. 880 anotadas. 487 bases robadas. Quizás el talento más grande que se pusiese un uniforme de los Astros, sus destrezas de jugador completo hizo que el antiguo manager de los Astros Leo Durocher lo comparase con Willie Mays, Cedeño participó en su cuarto y último Juego de Estrellas a los 25 años. (Houston Chronicle).
4.- Jimmy Wynn. OF. (1963-1973). .255. 223 jonrones. 713 empujadas. 829 anotadas. 180 bases robadas. 1426 juegos. Los números crudos que produjo jugando en una época de lanzadores con estadios poco amigables (Colt Stadium, Astrodomo), fueron disminuidos y no se pudo apreciar la clase de bateador productivo que fue. (Bill Clough/Houston Chronicle). LVBP: Tiburones de La Guaira (1964-66).
3.- Lance Berkman, OF, 1b. (1999-2010). .296. 326 jonrones. 1090 empujadas. 1008 anotadas. 82 bases robadas. 1592 juegos. De los bateadores ambidiestros que en la historia de las Grandes Ligas han aparecido en al menos 1000 juegos sólo Mickey Mantle tiene un mayor porcentaje de embasado y promedio de slugging. (Karen Warren/ Houston Chronicle).
2.- Craig Biggio. C, 2b, OF. (1988-2007). .281. 291 jonrones. 1175 empujadas. 1844 anotadas. 414 bases robadas. 2850 juegos. Elegible para el Salón de la Fama en 2013. 3000 hits. (James Nielsen/Houston Chronicle)
1.- Jeff Bagwell. 1b. (1991-2005). .297. 449 jonrones. 1529 empujadas. 1517 anotadas. 202 bases robadas. 2150 juegos. 3000 hits.
50.- Danny Darwin. PD. (1986-1990, 1996). Dejó marca de 47-32 con 3.21 de efectividad en 769 innings. Ponchó 543. Dr. Death tuvo marca de 11-4 y 2.21 de efectividad en 1990. (Howard Castleberry/ Houston Chronicle)
49.- Brad Ausmus. C. (1997-1998, 2002-2008). .246. 41 jonrones. 386 empujadas. 415 anotadas. 1259 juegos. Gran receptor defensivo. Estabilizador de muchos buenos equipos de los Astros. (Brett Coomer/ Houston Chronicle)
48.- Carlos Lee. OF. (2007-2011). .286 promedio al bate, 128 jonrones, 504 carreras empujadas, 352 anotadas. 749 juegos. LVBP: Cariobes de Oriente (1999-2000). (Patrick T. Fallon/ Houston Chronicle)
47.- Turk Farrell. PD. (1962-1967). 53-64. 3.42 de efectividad. 1015 innings. 694 ponches. Le tocó la difícil tarea de lanzar para un equipo de expansión.(checkoutmycards.com).
46.- Luis González. OF. (1990-1995, 1997). .266, 62 jonrones, 366 empujadas, 344 anotadas. 745 juegos. (Courtesy of the Astros). Vino a la LVBP con Magallanes. (1992-93, 1994-95).
45.- Derek Bell. OF. (1995-1999). .284, 74 jonrones, 444 empujadas, 386 anotadas. 683 juegos. Jugador de temporadas muy irregulares tuvo dos temporadas sobre .300 y luego caía por debajo de .280. Tuvo temporadas de 100 empujadas y luego caía por debajo de 75. (Karen Warren/ Houston Chronicle). LVBP: Cardenales de Lara. (1990-92, 1993-94).
44.- Jim Deshaies.PZ. (1985-1991) 61-59. Efectividad de 3.67 en 1102 innings. 731 ponches. Ayudó al equipo con un título divisional (1986). (AP)
43.- Bob Knepper PZ. (1981-1989). 93-100. Efectividad 3.66 en 1738 innings. 946 ponches. Zurdo de lanzamientos lentos de períodos altos y bajos. (Timiothy Bullard/ Houston Chronicle)
42.- Wandy Rodríguez PZ. (2005-2011). 73-75. Efectividad 4.07 en 1176 innings. 1004 ponches. Zurdo de recursos que ha pasado su carrera lanzando para un equipo de poca ofensiva. (Cody Duty/ Houston Chronicle)
41.- Phil Garner 3b, 2b. (1981-1987). .260. 49 jonrones. 320 empuijadas. 337 anotadas. 753 juegos. Miembro del campeón divisional de 1986 y dirigió a los Astros en la Serie Mundial de 2005. (Steve Campbell/ Houston Chronicle) LVBP: Tigres de Aragua. (1974-75)
40.- Michael Bourn OF. (2008-2011). .271. 11 jonrones. 134 empujadas. 302 anotadas, 193 bases robadas. 541 juegos. Ganó dos guantes de oro, participó en un Juego de Estrellas y comandó la liga en bases robadas en 2008, 2009 y 2010. (Patrick T. Fallon/ Houston Chronicle)
39.- Kevin Bass OF. (1982-1989, 1993-1994). .278. 87 jonrones. 468 empujadas. 465 anotadas. 120 bases robadas. 1122 juegos. Bateador ambidiestro que participó en el Juego de Estrellas. Llegó 7mo. en la votación del jugador más valioso en 1986. (Steve Campbell/ Houston Chronicle) LVBP: Leones del Caracas. (1982-84)
38.- Dennis Menke. IF. (1968-1971) .266. 30 jonrones. 282 empujadas. 269 anotadas en 634 juegos. Carecía de gran alcance a la defensiva pero fue un jugador productivo a la ofensiva que empujó 90 o más carreras y participó en el Juego de Estrellas en 1969 y 1970. (Houston Chronicle)
37.- Hunter Pence. OF. (2007-2011) . .290. 103 jonrones. 377 empujadas. 353 anotadas. 61 bases robadas. 680 juegos. Tenaz. Participó en dos juegos de estrellas para un equipo que iba de capa caída cuando él llegó. (Mark J. Terrill/ Houston Chronicle)
36.- Brad Lidge. PD. (2002-2007). 23-20. 123 salvados. Efectividad: 3.30. 401 innings. 561 ponches. Entre 2004 y 2005 tuvo efectividad de 2.09 con 71 salvados y un promedio de 14.2 ponches por cada 9 innings. (Karen Warren/ Houston Chronicle)
35.- Rusty Staub OF. (1963-1968). .273. 57 jonrones. 370 empujadas. 297 anotadas. 833 juegos. Desafortunadamente para los Astros él bateó 1924 de sus imparables, 235 de sus jonrones y 1096 de sus carreras empujadas después que lo cambiaron por Jack Billingham, Skip Guinn y 100.000 dólares. (AP)
34.- Andy Pettitte. PZ. (2004-2006). 37-26. Efectividad: 3.38. 519.2 innings. 428 ponches. Tuvo marca de 17-9 y 2.39 de efectividad en el equipo que fue a la Serie Mundial en 2005. (Karen Warren/ Houston Chronicle)
33.- Wade Miller. PD. (1999-2004). 58-39. Efectividad: 3.89. 769 innings. 659 ponches. Tuvo marca de 45-25 con 3.61 de efectividad entre 2001 y 2003. (Christobal Pérez/ Houston Chronicle)
32.- Ken Caminiti 3b. (1987-1994, 1999-2000). .264. 103 jonrones. 546 empujadas. 496 anotadas. 1085 juegos. Asistió al Juego de Estrellas por primera vez en 1994 con los Astros. Luego fue jugador más valioso con los Padres de San Diego en 1996. (Kevin Fujii/ Houston Chronicle)
31.- Steve Finley. OF. (1991-1994). .281. 32 jonrones. 186 empujadas. 301 anotadas. 110 bases robadas. 557 juegos. Destacado jugador defensivo, ganó 6 guantes de oro luego de salir de los Astros quienes lo enviaron junto a Ken Caminiti a los Padres en el cambio que trajo a Derek Bell, Doug Brocail y al Pedro Martínez equivocado. (Houston Chronicle)
30.- Miguel Cuellar. PZ. (1965-1968). 37-36. Efectividad: 2.74. 700.1 innings.557 ponches. Zurdo de recursos más recordado por lo que hizo después de salir de los Astros en un cambio que lo envió a los Orioles de Baltimore por Curt Blefary. (125-63 con un Cy Young en 1969 de 1969 a 1974). (AP).Industriales del Valencia. (1961-62).
29.- Morgan Ensberg. 3b. (2000, 2002-2007). .266. 105 jonrones. 335 empujadas. 323 anotadas. 673 juegos. Fue el jugador regular más productivo del equipo que alcanzó la Serie Mundial en 2005, con 36 jonrones y 101 empujadas. (Kevin Fujii/ Houston Chronicle) LVBP: Leones del Caracas. (2000-01).
28. Richard Hidalgo. OF. (1997-2004). .278. 134 jonrones. 465 empujadas. 442 anotadas. 44 bases robadas. 813 juegos. Tuvo grandes temporadas en 2000 (44 jonrones) y 2003. Pero estaba acabado como pelotero de Grandes Ligas a los 30 años. (Christobal Pérez/ Houston Chronicle). Navegantes del Magallanes. (1991-92, 1993-2000- 2001-02, 2005-2011)
27.- Doug Rader. 3b. (1967-1975). .250. 128 jonrones. 600 empujadas. 520 anotadas.1178 juegos. Ganó 5 guantes de oro. Pasó de 20 jonrones y 80 empujadas tres veces. LVBP: Cardenales de Lara. (1969-70)
26.- Dave Smith. PD. (1980-1990). 53-47. 199 salvados. 2.53 efectividad. 762 innings. 529 ponches. Ayudó a los Astros a ganar dos títulos divisionales. En dos ocasiones bajó su efectividad por debajo de 2. (1980, 1987). (AP).
25. Dickie Thon. SS. (1981-1987). .270. 33 jonrones. 172 empujadas. 226 anotadas. 94 bases robadas. 566 juegos Fue golpeado por un lanzamiento de Mike Torrez en 1984 y nunca más fue el mismo pelotero. (Houston Chronicle)
24.- Mike Hampton. PD. (1994-1999, 2009). 76-50. Efectividad: 3.59. 1138 innings. 767 ponches. Su mejor temporada fue la de 1999 cuando dejó marca de 22-4 (lideró la Liga Nacional en porcentaje de juegos ganados .846) y 2.90 de efectividad y terminó segundo en la votación del Cy Young. (Julio Cortéz/ Houston Chronicle) LVBP: Navegantes del Magallanes. (1994-95)
23.- Ken Forsch. PD. (1970-1980). 78-81. Efectividad: 3.18. 1493.2 innings. 815 ponches. Versátil especialista del sinker. Ganó 12 juegos como abridor para el equipo ganador de la división en 1980. Participó en el Juego de Estrellas de 1976 como relevista. (Steve Ueckert/ Houston Chronicle). LVBP: Cardenales de Lara, Tiburones de La Guaira. (1970-71, 1972-74).
22.- Shane Reynolds. PD. (1992-2002). 103-86. Efectividad: 3.95. 1622.1 innings. 1309 ponches. Artista del control. (2.1 boleto por cada 9 innings a lo largo de su carrera). Tuvo cinco temporadas de doble figura en juegos ganados con los Astros. (Incluyendo 19-8 en 1998). (Smiley N. Pool/Houston Chronicle) LVBP: Navegantes del Magallanes. (1991-92)
21.- Terry Puhl. OF. (1977-1990). .281. 62 jonrones. 432 empujadas. 676 anotadas. 217 bases robadas. 1516 juegos. Participó en el Juego de Estrellas de 1978. Uno de los mejores peloteros nativos de Canadá. (Courtesy of the Astros) LVBP: Cardenales de Lara. (1977-78)
20.- Bob Watson. 1b-OF. (1966-1979). .297. 139 jonrones. 782 empujadas. 640 anotadas. 1381 juegos. Uno de los mejores bateadores en la historia de la franquicia, sus números fueron atenuados por el Astrodomo. (Houston Chronicle). LVBP: Tiburones de La Guaira. Cardenales de Lara. (1967-68, 1970-71)
19.- Bill Doran. 2b. (1982-1990). .267. 69 jonrones. 404 empujadas. 611 anotadas. 191 bases robadas. 1165 juegos. Maravilloso bateador abridor de alineación. (Steve Campbell/Houston Chronicle)
18.- Moisés Alou. OF. (1998-2001). .331. 95 jonrones. 346 empujadas. 265 anotadas. 421 juegos. Terminó tercero en la votación del jugador mas valioso en 1998. Bateó .355 en 2000. (Smiley N. Pool/Houston Chronicle)
17.- Glenn Davis. 1b. (1984-1990). .262. 166 jonrones. 518 empujadas. 427 anotadas. 830 juegos. Segundo en la votación del jugador más valioso en 1986. Fue parte del cambio que trajo a Curt Schilling, Steve Finley y Pete Harnisch. (AP)
16.- Billy Wagner. PZ. (1995-2003). 26-29. 225 salvados. 2.53 de efectividad. 504.1 innings. 694 ponches. Formó parte de tres equipos de estrellas. Terminó cuarto en la votación del Cy Young en 1999. (1.57 de efectividad, 39 salvados, 124 ponches, y solo 35 hits permitidos en 74.2 innings). (Karen Warren/Houston Chronicle).
15.- Roger Clemens. PD. (2004-2006). 38-18. Efectividad: 2.40. 539 innings., 505 ponches. En solo 3 temporadas con los Astros ganó 1 Cy Young (2004). Comandó la liga en efectividad (2005) y ayudó al equipo a llegar a la Serie Mundial. (Billy Smith II/Houston Chronicle)
14.- Don Wilson. PD. (1966-1974). 104-92. Efectividad: 3.15. 1748.1 innings. 1283 ponches. Derecho de repertorio incandescente. Lanzó dos juegos sin hits ni carreras. Participó en el Juego de Estrellas de 1971. Ganó entre 10 y 16 juegos en sus 8 temporadas completas en Grandes Ligas. (Houston Chronicle)
13.- J.R. Richard. PD. (1971-1980). 107-71. Efectividad: 3.15. 1606 innings. 1493 ponches. Terminó entre los primeros cinco de la votación del Cy Young en tres de sus últimas cinco temporadas. En ese lapso dejó marca de 84-55 con 2.79 de efectividad antes del infarto que terminó su carrera. (Mike Robinson/Houston Chronicle).
12.- Joe Niekro. PD. (1975-1985). 144-116. Efectividad: 3.22. 2270 innings. 1178 ponches. Líder en victorias de la franquicia. Tuvo dos temporadas seguidas de 20 victorias (1979-1980). Y ganó 17, 15 y 16 juegos entre 1982 y 1984. (Lenny Ignelzi/AP)
11.- Mike Scott. PD. (1983-1991). 110-81. Efectividad: 3.30. 1704 innings. 1318 ponches. Incluyendo los play offs tuvo marca de 22-10 con 2.12 de efectividad y 325 ponche en 293.1 innings en su temporada mágica de 1986 cuando ganó el Cy Young. (Steve Campbell/Houstyon Chronicle).
10.- Joe Morgan. 2b. (1963-1971, 1980). .261. 72 jonrones. 327 empujadas. 597 anotadas. 219 bases robadas. Fue mejor reconocido con los Rojos de Cincinnati donde se convirtió en superestrella después de un cambio múltiple. (Houston Chronicle).
9.- Nolan Ryan. PD. (1980-1988). 106-94. Efectividad: 3.13. 1854.2 innings. 1866 ponches. Comandó dos veces la liga en efectividad (1981 y 1987). Ayudó a los Astros a ganar 2 títulos divisionales. (Tim Johnson/Houston Chronicle).
8.- Larry Dierker. PD. (1964-1976). 137-117. Efectividad: 3.28. 2294.1 innings. 1487 ponches. Primer pitcher de los Astros en ganar 20 juegos en una temporada (1969). Tercero en la lista de los pitchers con más victorias en la franquicia. Dirigió a cuatro equipos ganadores del título divisional (1997, 1998, 1999, 2001). (Houston Chronicle)
7.- José Cruz. OF. (1975-1987). .292. 138 jonrones. 942 empujadas. 871 anotadas. 288 bases robadas. 1870 juegos. Su velocidad y habilidad para regar líneas por todo el campo lo convirtieron en el jugador apropiado para el Astródomo. (Julio Cortez/Houston Chronicle).
6.- Roy Oswalt. PD. (2001-2010). 143-82. Efectividad: 3.42. 1932.1 innings. 1593 ponches. Segundo en la lista de pitchers con más victorias en la franquicia. Ganó por lo menos 20 juegos dos veces (2004, 2005). Comandó la liga en efectividad en 2006. Terminó entre los cinco primeros de la votación para el Cy Young, en cinco ocasiones. (Julio Cortez/Houston Chronicle).
5.- Cesar Cedeño. OF-1b. (1970-1981). .289. 163 jonrones. 778 empujadas. 880 anotadas. 487 bases robadas. Quizás el talento más grande que se pusiese un uniforme de los Astros, sus destrezas de jugador completo hizo que el antiguo manager de los Astros Leo Durocher lo comparase con Willie Mays, Cedeño participó en su cuarto y último Juego de Estrellas a los 25 años. (Houston Chronicle).
4.- Jimmy Wynn. OF. (1963-1973). .255. 223 jonrones. 713 empujadas. 829 anotadas. 180 bases robadas. 1426 juegos. Los números crudos que produjo jugando en una época de lanzadores con estadios poco amigables (Colt Stadium, Astrodomo), fueron disminuidos y no se pudo apreciar la clase de bateador productivo que fue. (Bill Clough/Houston Chronicle). LVBP: Tiburones de La Guaira (1964-66).
3.- Lance Berkman, OF, 1b. (1999-2010). .296. 326 jonrones. 1090 empujadas. 1008 anotadas. 82 bases robadas. 1592 juegos. De los bateadores ambidiestros que en la historia de las Grandes Ligas han aparecido en al menos 1000 juegos sólo Mickey Mantle tiene un mayor porcentaje de embasado y promedio de slugging. (Karen Warren/ Houston Chronicle).
2.- Craig Biggio. C, 2b, OF. (1988-2007). .281. 291 jonrones. 1175 empujadas. 1844 anotadas. 414 bases robadas. 2850 juegos. Elegible para el Salón de la Fama en 2013. 3000 hits. (James Nielsen/Houston Chronicle)
1.- Jeff Bagwell. 1b. (1991-2005). .297. 449 jonrones. 1529 empujadas. 1517 anotadas. 202 bases robadas. 2150 juegos. 3000 hits.
Mel Parnell, antíguo lanzador zurdo de los Medias Rojas de Boston fallece a los 89 años.
ESPNBoston.com 21-03-2012.
Bruce Weber. The New York Times.
Mel Parnell el zurdo más ganador en la historia de los Medias Rojas, dejó de existir este martes a causa de una neumonía, luego de batallar con el cáncer, de acuerdo a los reportes enviados desde su ciudad de Nueva Orleans por su hijo Dr. Mel Parnell Jr.
Parnell pasó su carrera completa de 10 años con Boston, lanzó para los Medias Rojas desde 1947 hasta 1956. Su mejor temporada fue la de 1949, cuando dejó marca de 25-7 con 2.77 de efectividad. Parnell comandó la Liga Americana en victorias, juegos completos (27), y comenzó el Juego de Estrellas.
La marca vitalicia de Parnell fue de 123-75 con 3.50 de efectividad. Su total de victorias es el cuarto más alto en la historia del equipo, por detrás de Cy Young, Roger Clemens y Tim Wakefield. Parnell dejó marca de 70-30 en Fenway Park.
Parnell también es recordado por lanzar un no-hitter ante los Medias Blancas de Chicago el 14 de julio de 1956, su última temporada, el primero de la franquicia en 33 años.
Fue un dolor de cabeza para aquellos Yanquis imbatibles de finales de los años 40 y principios de los 50. Entre 1949 y 1953 los venció 15 veces aunque en 1949 perdió los últimos dos juegos que decidieron el banderín. En 1953 Parnell tuvo marca de 5-0 ante los Yanquis. Les permitió sólo 3 carreras limpias en 42 innings. Cuatro de esos triunfos fueron blanqueos.
Parnell fue narrador del circuito radial de los Medias Rojas desde 1965 hasta 1968 y fue elegido al Salón de la Fama de los Medias Rojas en 1997.
Además de Mel Jr., a Parnell le sobreviven su esposa de 64 años Velma Buras, 3 hijas, Barbara Parnell, Sheryl Boraski y Patti Parnell; y tres nietos.
Traducción: Alfonso L. Tusa C,
Bruce Weber. The New York Times.
Mel Parnell el zurdo más ganador en la historia de los Medias Rojas, dejó de existir este martes a causa de una neumonía, luego de batallar con el cáncer, de acuerdo a los reportes enviados desde su ciudad de Nueva Orleans por su hijo Dr. Mel Parnell Jr.
Parnell pasó su carrera completa de 10 años con Boston, lanzó para los Medias Rojas desde 1947 hasta 1956. Su mejor temporada fue la de 1949, cuando dejó marca de 25-7 con 2.77 de efectividad. Parnell comandó la Liga Americana en victorias, juegos completos (27), y comenzó el Juego de Estrellas.
La marca vitalicia de Parnell fue de 123-75 con 3.50 de efectividad. Su total de victorias es el cuarto más alto en la historia del equipo, por detrás de Cy Young, Roger Clemens y Tim Wakefield. Parnell dejó marca de 70-30 en Fenway Park.
Parnell también es recordado por lanzar un no-hitter ante los Medias Blancas de Chicago el 14 de julio de 1956, su última temporada, el primero de la franquicia en 33 años.
Fue un dolor de cabeza para aquellos Yanquis imbatibles de finales de los años 40 y principios de los 50. Entre 1949 y 1953 los venció 15 veces aunque en 1949 perdió los últimos dos juegos que decidieron el banderín. En 1953 Parnell tuvo marca de 5-0 ante los Yanquis. Les permitió sólo 3 carreras limpias en 42 innings. Cuatro de esos triunfos fueron blanqueos.
Parnell fue narrador del circuito radial de los Medias Rojas desde 1965 hasta 1968 y fue elegido al Salón de la Fama de los Medias Rojas en 1997.
Además de Mel Jr., a Parnell le sobreviven su esposa de 64 años Velma Buras, 3 hijas, Barbara Parnell, Sheryl Boraski y Patti Parnell; y tres nietos.
Traducción: Alfonso L. Tusa C,
El Colt .45 original, Bob Aspromonte lanzará la primera pelota 50 años después de participar en el debut de la franquicia.
Zachary Levine. Astros/MLB.
Kissimmee, Fla. Bob Aspromonte, un miembro original de los Colt .45 de Houston, lanzará la primera pelota el 10 de abril de 2012 para conmemorar el aniversario 50 del primer juego de la franquicia Astros/ Colt .45.
Aspromonte bateó de 4-3 con tres carreras anotadas en aquel juego, una victoria 11-2 sobre los Cachorros de Chicago en Colt Stadium. Jugó siete años con la franquicia luego de ser tomado de los Dodgers en el draft de expansión.
Él iniciará un desfile de 13 exAstros autores de grandes momentos en la historia de la franquicia. Los 13 subirán al montículo para los Viernes de Remembranzas donde los Astros usarán uniformes de distintas épocas.
Este es el calendario de primeros lanzamientos.
Abril 10: Bob Aspromonte
Abril 20: Larry Dierker
Mayo 4: Rusty Staub
Mayo 18: Nolan Ryan (juego vs. los Rangers de Ryan)
Junio 1: J.R. Richard
Junio 22: Joe Morgan
Julio 6: Jose Cruz
Julio 27: Mike Scott
Ago. 10: Jeff Bagwell
Ago. 17: Brad Ausmus
Ago. 31: Shane Reynolds
Sept. 14: Jeff Kent
Sept. 21: Craig Biggio
Kissimmee, Fla. Bob Aspromonte, un miembro original de los Colt .45 de Houston, lanzará la primera pelota el 10 de abril de 2012 para conmemorar el aniversario 50 del primer juego de la franquicia Astros/ Colt .45.
Aspromonte bateó de 4-3 con tres carreras anotadas en aquel juego, una victoria 11-2 sobre los Cachorros de Chicago en Colt Stadium. Jugó siete años con la franquicia luego de ser tomado de los Dodgers en el draft de expansión.
Él iniciará un desfile de 13 exAstros autores de grandes momentos en la historia de la franquicia. Los 13 subirán al montículo para los Viernes de Remembranzas donde los Astros usarán uniformes de distintas épocas.
Este es el calendario de primeros lanzamientos.
Abril 10: Bob Aspromonte
Abril 20: Larry Dierker
Mayo 4: Rusty Staub
Mayo 18: Nolan Ryan (juego vs. los Rangers de Ryan)
Junio 1: J.R. Richard
Junio 22: Joe Morgan
Julio 6: Jose Cruz
Julio 27: Mike Scott
Ago. 10: Jeff Bagwell
Ago. 17: Brad Ausmus
Ago. 31: Shane Reynolds
Sept. 14: Jeff Kent
Sept. 21: Craig Biggio
jueves, 15 de marzo de 2012
Látigo indeleble
Hace unos años vi una película donde unos muchachos entierran en el jardín de su casa una botella con varios papeles donde escribieron sus experiencias de la época. Juegos, amistades, noviazgos, monedas, letras de canciones, envoltorios de caramelos y hasta arena de mar. En la noche soñé que tenía una botella de kolita sifón, aquella sabrosísima gaseosa que envasaban frente al parque Ayacucho cumanés, en medio de la agitación de mis amigos metimos un pedazo de pabilo de un papagayo, varios mechones de cabello de la chica que espiábamos, un gurrufío, un envoltorio de aeromint, un pedazo de pelota de goma, y un papel que fui a sacar debajo del colchón de mi cama. Mis amigos se quejaban que cuarenta años después ya no íbamos a vivir allí, que a lo mejor cualquier jardinero obstinado empezaba a cavar y rompía la botella, o quién sabe que iba a ser de nuestras vidas.
Aquel papel dibujó los rayos de luz que atravesaban la persiana el mediodía del 16 de marzo de 1969. El locutor anunció en la radio “Zingara. Bobby Solo”. “Prendi questa mano zingara. Dimmi pure che destino havro…” Una fanfarria atravesó la canción. “Extra de NotiRumbos. En el peor accidente aereo que se recuerde en Venezuela perecieron todos los ocupantes de la aeronave de Viasa con destino a Estados Unidos. Entre los pasajeros se encontraba el dueño de Cardenales de Lara Antonio Herrera y los peloteros Carlos Santeliz e Isaías Látigo Chávez. Del baño llegó un ruido metálico. Cuando me asomé dos líneas escarlata surcaban las mejillas de Felipe. La afeitadora rebotó en el grifo y cayó en el bidet. Se enrrolló la mano en papel higiénico y se agarró del marco de la puerta. Ya no iba a saber más de aquel muchacho que lo retrasó en el mandado de su mamá cuando un mediodía se quedó oyendo en la radio que un pitcher de Distrito Federal se había fajado con el equipo de Nueva Esparta por 13 episodios y aunque perdió el juego, ponchó 18 y estuvo a punto de ganar. Felipe me pasó la mano por los hombros mientras ladeaba la cabeza. Se paró sin retirar el papel de su mejilla. Abrió el gabinete y sacó una barajita de un compartimiento secreto. Se quedó mirando la foto del Látigo y refirió como se lió a puñetazos con un muchacho que intentó arrebatarle la barajita de su héroe.
Pregunté si ese era el pitcher que él y Jesús Mario decían que transformaba aquel Magallanes mediocre de mediados de los años sesenta. Felipe se untó un dedo con saliva y lo masajeó en la herida. “El Látigo no sólo transformaba aquel Magallanes, cuando él pitcheaba el equipo era capaz de ganarle al Caracas, La Guaira o a cualquier equipo de Grandes Ligas”.
Jesús Mario contó que venía saliendo de un examen de reparación cuando escuchó que el Látigo había debutado en Grandes Ligas y aunque San Francisco perdió con los Cachorros, el Látigo había dominado a Ron Santo y Ernie Banks. “La noticia que llegaba del radio de una casa, me tranquilizó y me hizo tener esperanzas en que había hecho un buen examen”.
Le pregunté a Felipe si el Látigo era el pitcher que los había hecho saltar por todo el cuarto, y ni les importó el regaño de papá, ni que estaba reforzando a los archirivales Leones del Caracas, porque había retirado 25 bateadores en fila de los Industriales del Valencia. Felipe asintió y bajó la cara. ¿Cómo iba a hacer para volver a escuchar o ver un juego del Látigo?
No quise salir a jugar con mis hermanos. Papá se sentó conmigo en la cama. Me dijo que la vida es muy dura a veces y hay que respirar profundo y seguir adelante, aún con lágrimas en los ojos. Seguramente podría ver varios juegos del Látigo. “Si buscas en los ‘Sport Gráfico’ de tus hermanos y registras en los periódicos, encontrarás todos los juegos que quisiste ver del Látigo, y muchos que ni te imaginaste. Y si le preguntas a quienes lo vieron actuar dentro y fuera del campo, por supuesto que completarás la escena de ese juego”. Reclamé que mi sueño había sido asistir a un juego en vivo en el estadio Universitario, con las tribunas repletas, la sirena abrasando el ambiente y la punta del spike izquierdo del Látigo apuntando hacia el cielo. Papá me dio dos palmaditas en el hombro y un abrazo.
Unas noches atrás se me paralizó el dedo sobre el control al ver las imágenes de la película. Estaban sacando la botella del jardín cuarenta años después. Los papeles estaban fracturados, las monedas corroídas y la arena de mar era un polvillo apenas perceptible. Aquella noche me levanté varias veces. Es la única vez que he continuado un sueño. Mis amigos se quedaron mirando lo desgastada que estaba la litografía de la kolita Sifón. Sólo la podía leer quién había visto su estado original. Del pabilo sólo quedaban motas segmentadas. Los mechones de cabello parecían transparentes. El gurrufío se deshizo al primer movimiento. Del envoltorio de Aeromint sólo quedó la tirita azul que servía para abrir el paquete. El fragmento de pelota despedía vahos húmedos. Y el pedazo de papel se quebró en dos mitades al sacarlo de la botella. A duras penas lo juntamos sobre la grama. En letras desteñidas apareció el encabezado “La última entrevista de Isaías “Látigo” Chávez”. A pie de página decía Sport Gráfico y el número de la página.
Alfonso L. Tusa C.
Aquel papel dibujó los rayos de luz que atravesaban la persiana el mediodía del 16 de marzo de 1969. El locutor anunció en la radio “Zingara. Bobby Solo”. “Prendi questa mano zingara. Dimmi pure che destino havro…” Una fanfarria atravesó la canción. “Extra de NotiRumbos. En el peor accidente aereo que se recuerde en Venezuela perecieron todos los ocupantes de la aeronave de Viasa con destino a Estados Unidos. Entre los pasajeros se encontraba el dueño de Cardenales de Lara Antonio Herrera y los peloteros Carlos Santeliz e Isaías Látigo Chávez. Del baño llegó un ruido metálico. Cuando me asomé dos líneas escarlata surcaban las mejillas de Felipe. La afeitadora rebotó en el grifo y cayó en el bidet. Se enrrolló la mano en papel higiénico y se agarró del marco de la puerta. Ya no iba a saber más de aquel muchacho que lo retrasó en el mandado de su mamá cuando un mediodía se quedó oyendo en la radio que un pitcher de Distrito Federal se había fajado con el equipo de Nueva Esparta por 13 episodios y aunque perdió el juego, ponchó 18 y estuvo a punto de ganar. Felipe me pasó la mano por los hombros mientras ladeaba la cabeza. Se paró sin retirar el papel de su mejilla. Abrió el gabinete y sacó una barajita de un compartimiento secreto. Se quedó mirando la foto del Látigo y refirió como se lió a puñetazos con un muchacho que intentó arrebatarle la barajita de su héroe.
Pregunté si ese era el pitcher que él y Jesús Mario decían que transformaba aquel Magallanes mediocre de mediados de los años sesenta. Felipe se untó un dedo con saliva y lo masajeó en la herida. “El Látigo no sólo transformaba aquel Magallanes, cuando él pitcheaba el equipo era capaz de ganarle al Caracas, La Guaira o a cualquier equipo de Grandes Ligas”.
Jesús Mario contó que venía saliendo de un examen de reparación cuando escuchó que el Látigo había debutado en Grandes Ligas y aunque San Francisco perdió con los Cachorros, el Látigo había dominado a Ron Santo y Ernie Banks. “La noticia que llegaba del radio de una casa, me tranquilizó y me hizo tener esperanzas en que había hecho un buen examen”.
Le pregunté a Felipe si el Látigo era el pitcher que los había hecho saltar por todo el cuarto, y ni les importó el regaño de papá, ni que estaba reforzando a los archirivales Leones del Caracas, porque había retirado 25 bateadores en fila de los Industriales del Valencia. Felipe asintió y bajó la cara. ¿Cómo iba a hacer para volver a escuchar o ver un juego del Látigo?
No quise salir a jugar con mis hermanos. Papá se sentó conmigo en la cama. Me dijo que la vida es muy dura a veces y hay que respirar profundo y seguir adelante, aún con lágrimas en los ojos. Seguramente podría ver varios juegos del Látigo. “Si buscas en los ‘Sport Gráfico’ de tus hermanos y registras en los periódicos, encontrarás todos los juegos que quisiste ver del Látigo, y muchos que ni te imaginaste. Y si le preguntas a quienes lo vieron actuar dentro y fuera del campo, por supuesto que completarás la escena de ese juego”. Reclamé que mi sueño había sido asistir a un juego en vivo en el estadio Universitario, con las tribunas repletas, la sirena abrasando el ambiente y la punta del spike izquierdo del Látigo apuntando hacia el cielo. Papá me dio dos palmaditas en el hombro y un abrazo.
Unas noches atrás se me paralizó el dedo sobre el control al ver las imágenes de la película. Estaban sacando la botella del jardín cuarenta años después. Los papeles estaban fracturados, las monedas corroídas y la arena de mar era un polvillo apenas perceptible. Aquella noche me levanté varias veces. Es la única vez que he continuado un sueño. Mis amigos se quedaron mirando lo desgastada que estaba la litografía de la kolita Sifón. Sólo la podía leer quién había visto su estado original. Del pabilo sólo quedaban motas segmentadas. Los mechones de cabello parecían transparentes. El gurrufío se deshizo al primer movimiento. Del envoltorio de Aeromint sólo quedó la tirita azul que servía para abrir el paquete. El fragmento de pelota despedía vahos húmedos. Y el pedazo de papel se quebró en dos mitades al sacarlo de la botella. A duras penas lo juntamos sobre la grama. En letras desteñidas apareció el encabezado “La última entrevista de Isaías “Látigo” Chávez”. A pie de página decía Sport Gráfico y el número de la página.
Alfonso L. Tusa C.
jueves, 8 de marzo de 2012
Los Yanquis de la mediocridad tuvieron su propio extraño carisma
Dan Barry. The New York Times. 25-02-2012
En alguna parte entre el interminable espiral de aspiraciones de Long Island, un padre se sienta en la sala, toma varias veces de su cáliz de cerveza mientras considera las distintas amenazas financieras que se ciernen sobre su castillo de clase media. Por otro lado, en el piso de arriba, su hijo mayor pondera asuntos más urgentes mientras yace sobre el piso de su habitación, atrapado en la fiebre juvenil que lo envuelve:
El pantalón blue jean sucio y ajustado; las pelotas grises de originales medias blancas, los suplementos rotos de comiquitas; la dispersión de varias monedas de colección, algunas de las cuales costaban más del doble de su valor. Hasta el aire, cargado de un sándwich de boloña perdido y olvidado, pasan desapercibidos.
Larguirucho, con dientes prominentes, acostumbrado a las chanzas diarias, el muchacho analiza con fruición pilas de pequeños documentos rectangulares desperdigados frente a él, busca respuestas a porque le ha sido negada la oportunidad de seguir un equipo campeón. Está confundido más allá de la confusión que implica tener 11 años.
Gracias a la herencia del padre que está sentado en planta baja, él aupa con cada gramo de su cuerpo a un perenne equipo de mitad de la tabla: Los Yanquis de Nueva York.
Mientras escribo esto, oigo el clamor público a través del continente, los gritos de molestia en ciertos lugares de largo sufrimiento: las colinas mojadas de lluvia de Seattle, el desastre del Distrito de Columbia, la zona norte de Chicago, el lago de Cleveland. Hasta Boston, forzado por dos recientes victorias de Serie Mundial a ocultar el estatus de perdedor meticulosamente cultivado por varias generaciones, tiene su lugar.
¿Los Yanquis de Nueva York un equipo de mitad de la tabla? ¡No puede ser!
Ah, pero la citada documentación fue desplegada en el piso de aquella habitación en el verano de 1969, y el muchacho todavía la tiene. Así es, todavía la tengo guardada en una caja de zapatos Rockport cuya ubicación permanecerá en secreto: cientos de barajitas viejas de béisbol, salvadas con empeño de los esporádicos frenesíes de limpieza que barrieron nuestro hogar del desorden natural.
La mayoría de las barajitas valen menos de la mitad del valor de las monedas de colección; algunas hasta tienen marcas de deterioro por fuego. (Es extraño como no recuerdo haberle quemado los ojos al jardinero de los Angelinos de California Rick Reichart con una lupa). Mantengo las barajitas como evidencia, junto con las guía de medios de aquellos Yanquis que ilustran la casi olvidada era pre Steinbrenner, Mike Burke, y unos pocos recortes de periódicos de comienzos de 1969, cuando Mickey Mantle, mi ídolo roto, anunció que no podía jugar más, noté entonces, que el Mick nunca se adaptaría por completo a un trabajo sin grama.
Las barajitas de los Yanquis de mi colección, son como exhibiciones de fotografías sospechosas, preparadas para presentarlas ante lo Corte de Beligerancia. Desde Jake Gibbs, un catcher sin bate, hasta Walt Williams, un jardinero sin cuello, ellas confirman mi estatus de fanático de un equipo de mitad de la tabla. Aquí está Bill Robinson, un supuesto fenómeno, bateando .196; aquí está Steve Whitaker, otro, bateando un poco mejor. Aquí está el primera base Joe Pepitone mostrando su peluquín de juegos diurnos. Aquí está el segunda base Horace Clark, quién esquivaba tanto los contactos corporales que a menudo fallaba los relevos hacia primera base de potenciales dobleplays.
Aquí están Roger Repoz y Rubén Amaro, Andy Kosco y Charley Smith, Fred Talbot y Hal Reniff, Frank Tepedino y Gene Michael y Joe Verbanic y Thad Tillotson y Johnny Callison y Danny Cater y Curt Blefary y Jerry Kenney y Jimmy Lyttle y Celerino Sanchez, pobre Celerino Sanchez, y muchos otros que usted no recuerda.
Tan hueco como pueda sonar, estos fueron mis héroes. Sufría y aupaba a cada uno de ellos mientras fallaban en el Broadway del béisbol, Yankee Stadium, enfrentaban dos oponentes cada vez que salían al campo: El equipo de turno de la Liga Americana y los Yanquis del pasado. Los Yanquis de mi padre.
¿Quién sabe cuando un niño empieza a ser consciente del béisbol? Empecé a seguir el juego a los 7 años, en el invertido año de 1965. Mi madre venía de la rural Irlanda, donde el deporte significaba fútbol, rugby, lanzamientos y sangre; ella veía al béisbol como algo pastoral, cási como cortar la grama, sólo que con uniforme. Aún así, se hizo conocedora de nuestra afición central por los héroes post-Mantle, Bobby Murcer, Mel Stottlemyre, Roy White y Steve Hamilton, porque era esposa y madre, resolvió mantener la paz doméstica que ocasionalmente lograba alcanzar.
Mi padre en cambio era un neoyorquino hasta la médula, sin importar cuantas veces la ciudad le diera la espalda. Creció en medio de la Depresión, fue de tropiezo en tropiezo, nunca permaneció lo suficiente en una escuela para desarrollar amistades, nunca encontró raíces urbanas. Terminó la secundaria de noche, obtuvo su educación superior en el ejército durante la guerra de Corea, y regresó a trabajar en Wall Street, literalmente en la calle, como vendedor de puerta en puerta.
Pero atesoraba su pisacorbatas de los Yanquis como un anillo de diamantes. Eso le daba un toque de elegancia a sus camisas manchadas de sudor, sus zapatos de suelas gastadas, sus carreras. Un niño de padres alcohólicos, cuyas opciones de crianza incluían amarrarlo a un árbol del patio, él ahora aupaba al mejor equipo de béisbol en el día y socializaba con los peloteros en la noche en Toots Shor’s o el Copa con aquella pandilla de Billy Martin, Whitey Ford y Mickey Mantle. Todos ganadores.
Cuando yo tenía 7 años, sabía que Mickey Mantle había nacido el 20 de octubre de 1931, diez días después que mi padre. Que mi padre había visto a Don Larsen lanzar su juego perfecto en la Serie Mundial de 1956. Que Ruth predijo un jonrón en la Serie Mundial de 1932; que Gehrig fue el hombre más sortario en la faz de la tierra, pero no completamente; que DiMaggio una vez bateó imparables en 56 juegos seguidos; que Berra era el mejor y Maris era el mejor y Mantle era el mejor, siempre, aún con las piernas lesionadas
Y de pronto, los Yanquis perdieron la Serie Mundial de 1964 en siete juegos. Regresarán hijo, porque, son ganadores, no segundones. Los mejores, los mejores, mejores absolutos.
Pero justo cuando tenía la edad para entender mejor el béisbol, en la primavera de 1965, mi preciosa herencia se rompió en pedazos como algún pequeño juguete de una tienda de descuentos: los reverenciados y de repente mediocres Yanquis de Nueva York.
Las estadísticas, incluyendo aquellas del revés de aquellas barajitas, contaban el condenado cuento.
En 1965, cuando tenía 7 años, los Yanquis terminaron bajo .500 por primera vez desde 1925, 6 años antes que naciera mi padre.
En 1966, cuando tenía 8 años, terminaron en último lugar por primera vez desde 1912, tan lejos en el tiempo que entonces se llamaban los Highlanders, tenían un equipo con nombres como Hippo Vaughn, Cozy Dolan y Klondike Wilson.
Y en 1967, cuando tenía—si lo adivinaron—9 años, ellos de nuevo perdieron muchos más juegos de los que ganaron y completaron un trío de descalabros desconocido en la organización desde los días de Woodrow Wilson.
De hecho, los Yanquis de Nueva York de mis años formativos estuvieron plagados de fallas y mediocridad, con ocasionales relumbrones de competitividad, por 11 temporadas consecutivas. Este período fue tan negativo, tan impropio de los Yanquis, que hay que regresar a tiempos prehistóricos para hallar algo parecido, esto es aquellos años oscuros anteriores a la adquisición de Babe Ruth en 1919, dos décadas que son generalmente desestimadas en la narrativa histórica del equipo como un tipo de entrenamiento primaveral frustrado.
Es cierto que los Yanquis pronto pasarían por una sequía aún mayor: la era Mattingly, podría llamarse, cuando la impresionante carrera del corazón de león Don Mattingly, el Sísifo del Bronx, coincidió con 13 años de futilidad, entre 1982 y 1994, que no terminó hasta que el equipo clasificó para los play offs de 1995. Pero la anterior década de fallas, mi década, todavía estaba fresca en la memoria colectiva de los Yanquis. De muchas maneras, esto preparó a los aficionados del equipo para su descenso a las humillaciones sostenidas.
Como el colapso de otros imperios antes de éste, la caída de los Yanquis ha sido sometida a un intenso escrutinio académico, aunque al final las causas son esencialmente las mismas: envejecimiento, autosatisfacción, prejuicio. En 1965, los Yanquis adquirieron a un buen catcher defensivo de nombre Doc Edwards, quién saludó a sus nuevos compañeros con efusividad, pero de inmediató reconoció que aquellos hombres vendados a su alrededor ya no eran los famosos, dominantes Yanquis de años pasados.
“Ya no eran los Mickey Mantle y Whitey Ford y el Roger Marias que conocimos”, dijo Edwards. “Ellos habían alcanzado un punto de sus vidas donde todos estaban adoloridos. No se puede reemplazar a muchos purasangres con ponys, y en mi caso, un caballo de ocasión. No se puede hacer eso”.
No se puede hacer. Pero yo no entendía eso. ¿No eran los mismos los apellidos de los box scores de cuando el equipo dominaba octubre? ¿El sólo hecho de usar el uniforme de rayas no le imbuía a los peloteros el poder de Ruth y la gracia de DiMaggio? No sabía, por ejemplo, que Mantle estaba pagando el precio por años de abuso alcohólico, o que Ford y Elston Howard, a los 36 años, eran los Matusalén del béisbol.
Debido a las curiosidades del tiempo, y a las alianzas heredadas, me convertí en fanático de un equipo segundón. Y estoy muy agradecido.
De otra manera, no habría apreciado la necesidad de encontrar equilibrio cuando el mundo está patas arriba, como cuando una monja llevó un televisor al salón de sexto grado del Cyril and Methodius School para que viéramos un evento más espiritual que la visita papal de 1965: la Serie Mundial de 1969, que fue ganada por el otro equipo de Nueva York.
Los una vez sotaneros Mets estaban arriba, los una vez invencibles Yanquis estaban abajo, y los hijos e hijas de aquellos abandonados hacía una década por Dodgers de Brooklyn y los Gigantes de Nueva York secaron sus lágrimas y volvieron al estadio. Encasillado entonces como un yanquista perdedor, aprendí a ser buen deportista; a ver las maravillas del béisbol más allá de las algunas veces claustrofóbicas barras de las rayas del uniforme de los Yanquis.
A comprender por completo los poderes restauradores inherentes a la derrota, o la profunda resonancia del cliché que invitaba a esperar hasta el próximo año. Mientras otras familias se vinculaban a la victoria, mi familia se vinculaba a la derrota, un sentido persuasivo de estar fuera de lugar que se agudizaba por el conocimiento de la grandeza que hubo alguna vez.
Los nativos de Nueva Inglaterra de seguro recordarán donde estaban cuando sus amados Medias Rojas ganaron el banderín en 1967. Yo nunca he olvidado un domingo de principios de esa temporada, en junio, cuando los Yanquis ganaron el primer juego de una doble cartelera contra los Tigres de Detroit, e iban por la barrida.
¡Imagínense! ¡Ganar el doblejuego significaba acercarse más a jugar para .500, donde reside la mediocridad oficial! ¡Existía la posibilidad!
Mi hermano menor y yo entrábamos y salíamos de la casa en carreras infantiles, veíamos un inning en televisión, luego íbamos a jugar en la grama de enfrente, veíamos un inning en blanco y negro, jugábamos un inning en colores, y molestábamos a nuestro padre sobre lo que nos habíamos perdido. Fritz Peterson, el pitcher de los Yanquis, había permitido 6 carreras temprano en el juego, pero el equipo reaccionó hasta que con un out en el noveno inning, Jake Gibbs rompió el libreto y bateó un jonrón como emergente para empatar el juego.
Nuestro momento a la Bobby Thomson: ¡un batazo que se escuchó alrededor de la sala!
Ahora la modesta fortuna de nuestro equipo dependía del relevista Dooley Womack, cuyo nombre nunca nos pareció tonto; era sólo Dooley Womack. Mantuvo el juego igualado a través del décimo, undécimo y duodécimo innings, mientras las sombras del atardecer se adentraban sobre la grama de nuestro estadio, y nuestras peticiones telepáticas fallaron una vez más en mejorar las actuaciones de tipos como Bill Robinson (roletazo) y Steve Whitaker (roletazo para dobleplay).
Entonces, en la parte de arriba del décimo tercer inning, los Tigres llenaron las bases, y vino a batear con dos outs su segunda base, Dick McAuliffe, con aquel estilo de bateo gloriosamente excéntrico, con las piernas totalmente abiertas, nosotros lo imitábamos cuando jugábamos chapita. Dick McAuliffe. No era precisamente lo que se llamaba una amenaza. No era un Al Kaline o un Norman Cash. Sólo Dick McAuliffe.
Bien, bateando a la zurda, Dick McAuliffe le sacó un jonrón con las bases llenas a Dooley Womack por las gradas del jardín derecho.
Casi 45 años después, todavía recuerdo el dolor que me causó la derrota de aquel juego inconsecuente: el deprimente momento del contacto de McAuliffe; el marcador final, 11-7, números que en otros contextos son considerados sortarios; la sensación de insignificancia, muerte súbita en nuestra sala; y la reflexión de que el equipo de mi niñez simplemente no era lo suficientemente bueno, y nunca lo sería. Y estoy agradecido.
Los contínuos descalabros de los Yanquis hacían del juego de béisbol algo dulce. Se convirtió en un tipo de agente aglutinador para una familia suburbana que necesitaba una distracción compartida, un recurso siempre a la mano para cambiar la conversación. Cuando mi padre perdía su trabajo, o su compostura; cuando las discusiones domésticas de nuestro hogar subían tanto de tono que toda la vecindad las disfrutaba (Todos eran fanáticos de los Mets); cuando los perros se deslizaban debajo de la cerca y se escapaban de nuevo, siempre había algo como esto:
Papá, ¿viste que los Yanquis van a conseguir a Rocky Colavito?
Papá, ¡mira como levanto el pie alto como Lindy McDaniel!
Papá ¿sabés qué? ¡Bobby Murcer es un Todos Estrellas!
Papá, aquí dice que Mickey Mantle va a participar en el juego de los veteranos. ¿Podemos verlo juntos?
Cuando Chris Chambliss acabó con la década de sinsabores de los Yanquis con un jonrón para terminar el juego que envió al equipo a la Serie Mundial de 1976, yo era un estudiante de primer año en la universidad y tenía 18 años, técnicamente un hombre, quién brincó de su silla con la pasión de un niño de 11 años en el instante cuando la pelota se llevó la cerca.
Pero en los años siguientes, mientras los Yanquis volvieron a coleccionar campeonatos de Series Mundiales como yo una vez coleccionaba monedas, mi sangre Yanqui batallaba contra mi naturaleza de apoyar equipos débiles. Había sido condicionado por las burlas y el béisbol a resistir, a no dominar. Me encontré aupando por momentos a equipos de pequeños mercados, como los Mellizos de Minnesota, y equipo de cinturón oxidado, como los Tigres, como una manera de honrar a mi padre: fanático de los Yanquis de toda la vida, un subestimado toda la vida.
La familia hace tiempo se fue de Long Island. La madre irlandesa se marchó, y el padre de los Yanquis también. De vez en cuando abro la vieja caja de zapatos, agarro unos cuantos rectángulos de cartón, y despliego mi orgullosa herencia ante mí.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
En alguna parte entre el interminable espiral de aspiraciones de Long Island, un padre se sienta en la sala, toma varias veces de su cáliz de cerveza mientras considera las distintas amenazas financieras que se ciernen sobre su castillo de clase media. Por otro lado, en el piso de arriba, su hijo mayor pondera asuntos más urgentes mientras yace sobre el piso de su habitación, atrapado en la fiebre juvenil que lo envuelve:
El pantalón blue jean sucio y ajustado; las pelotas grises de originales medias blancas, los suplementos rotos de comiquitas; la dispersión de varias monedas de colección, algunas de las cuales costaban más del doble de su valor. Hasta el aire, cargado de un sándwich de boloña perdido y olvidado, pasan desapercibidos.
Larguirucho, con dientes prominentes, acostumbrado a las chanzas diarias, el muchacho analiza con fruición pilas de pequeños documentos rectangulares desperdigados frente a él, busca respuestas a porque le ha sido negada la oportunidad de seguir un equipo campeón. Está confundido más allá de la confusión que implica tener 11 años.
Gracias a la herencia del padre que está sentado en planta baja, él aupa con cada gramo de su cuerpo a un perenne equipo de mitad de la tabla: Los Yanquis de Nueva York.
Mientras escribo esto, oigo el clamor público a través del continente, los gritos de molestia en ciertos lugares de largo sufrimiento: las colinas mojadas de lluvia de Seattle, el desastre del Distrito de Columbia, la zona norte de Chicago, el lago de Cleveland. Hasta Boston, forzado por dos recientes victorias de Serie Mundial a ocultar el estatus de perdedor meticulosamente cultivado por varias generaciones, tiene su lugar.
¿Los Yanquis de Nueva York un equipo de mitad de la tabla? ¡No puede ser!
Ah, pero la citada documentación fue desplegada en el piso de aquella habitación en el verano de 1969, y el muchacho todavía la tiene. Así es, todavía la tengo guardada en una caja de zapatos Rockport cuya ubicación permanecerá en secreto: cientos de barajitas viejas de béisbol, salvadas con empeño de los esporádicos frenesíes de limpieza que barrieron nuestro hogar del desorden natural.
La mayoría de las barajitas valen menos de la mitad del valor de las monedas de colección; algunas hasta tienen marcas de deterioro por fuego. (Es extraño como no recuerdo haberle quemado los ojos al jardinero de los Angelinos de California Rick Reichart con una lupa). Mantengo las barajitas como evidencia, junto con las guía de medios de aquellos Yanquis que ilustran la casi olvidada era pre Steinbrenner, Mike Burke, y unos pocos recortes de periódicos de comienzos de 1969, cuando Mickey Mantle, mi ídolo roto, anunció que no podía jugar más, noté entonces, que el Mick nunca se adaptaría por completo a un trabajo sin grama.
Las barajitas de los Yanquis de mi colección, son como exhibiciones de fotografías sospechosas, preparadas para presentarlas ante lo Corte de Beligerancia. Desde Jake Gibbs, un catcher sin bate, hasta Walt Williams, un jardinero sin cuello, ellas confirman mi estatus de fanático de un equipo de mitad de la tabla. Aquí está Bill Robinson, un supuesto fenómeno, bateando .196; aquí está Steve Whitaker, otro, bateando un poco mejor. Aquí está el primera base Joe Pepitone mostrando su peluquín de juegos diurnos. Aquí está el segunda base Horace Clark, quién esquivaba tanto los contactos corporales que a menudo fallaba los relevos hacia primera base de potenciales dobleplays.
Aquí están Roger Repoz y Rubén Amaro, Andy Kosco y Charley Smith, Fred Talbot y Hal Reniff, Frank Tepedino y Gene Michael y Joe Verbanic y Thad Tillotson y Johnny Callison y Danny Cater y Curt Blefary y Jerry Kenney y Jimmy Lyttle y Celerino Sanchez, pobre Celerino Sanchez, y muchos otros que usted no recuerda.
Tan hueco como pueda sonar, estos fueron mis héroes. Sufría y aupaba a cada uno de ellos mientras fallaban en el Broadway del béisbol, Yankee Stadium, enfrentaban dos oponentes cada vez que salían al campo: El equipo de turno de la Liga Americana y los Yanquis del pasado. Los Yanquis de mi padre.
¿Quién sabe cuando un niño empieza a ser consciente del béisbol? Empecé a seguir el juego a los 7 años, en el invertido año de 1965. Mi madre venía de la rural Irlanda, donde el deporte significaba fútbol, rugby, lanzamientos y sangre; ella veía al béisbol como algo pastoral, cási como cortar la grama, sólo que con uniforme. Aún así, se hizo conocedora de nuestra afición central por los héroes post-Mantle, Bobby Murcer, Mel Stottlemyre, Roy White y Steve Hamilton, porque era esposa y madre, resolvió mantener la paz doméstica que ocasionalmente lograba alcanzar.
Mi padre en cambio era un neoyorquino hasta la médula, sin importar cuantas veces la ciudad le diera la espalda. Creció en medio de la Depresión, fue de tropiezo en tropiezo, nunca permaneció lo suficiente en una escuela para desarrollar amistades, nunca encontró raíces urbanas. Terminó la secundaria de noche, obtuvo su educación superior en el ejército durante la guerra de Corea, y regresó a trabajar en Wall Street, literalmente en la calle, como vendedor de puerta en puerta.
Pero atesoraba su pisacorbatas de los Yanquis como un anillo de diamantes. Eso le daba un toque de elegancia a sus camisas manchadas de sudor, sus zapatos de suelas gastadas, sus carreras. Un niño de padres alcohólicos, cuyas opciones de crianza incluían amarrarlo a un árbol del patio, él ahora aupaba al mejor equipo de béisbol en el día y socializaba con los peloteros en la noche en Toots Shor’s o el Copa con aquella pandilla de Billy Martin, Whitey Ford y Mickey Mantle. Todos ganadores.
Cuando yo tenía 7 años, sabía que Mickey Mantle había nacido el 20 de octubre de 1931, diez días después que mi padre. Que mi padre había visto a Don Larsen lanzar su juego perfecto en la Serie Mundial de 1956. Que Ruth predijo un jonrón en la Serie Mundial de 1932; que Gehrig fue el hombre más sortario en la faz de la tierra, pero no completamente; que DiMaggio una vez bateó imparables en 56 juegos seguidos; que Berra era el mejor y Maris era el mejor y Mantle era el mejor, siempre, aún con las piernas lesionadas
Y de pronto, los Yanquis perdieron la Serie Mundial de 1964 en siete juegos. Regresarán hijo, porque, son ganadores, no segundones. Los mejores, los mejores, mejores absolutos.
Pero justo cuando tenía la edad para entender mejor el béisbol, en la primavera de 1965, mi preciosa herencia se rompió en pedazos como algún pequeño juguete de una tienda de descuentos: los reverenciados y de repente mediocres Yanquis de Nueva York.
Las estadísticas, incluyendo aquellas del revés de aquellas barajitas, contaban el condenado cuento.
En 1965, cuando tenía 7 años, los Yanquis terminaron bajo .500 por primera vez desde 1925, 6 años antes que naciera mi padre.
En 1966, cuando tenía 8 años, terminaron en último lugar por primera vez desde 1912, tan lejos en el tiempo que entonces se llamaban los Highlanders, tenían un equipo con nombres como Hippo Vaughn, Cozy Dolan y Klondike Wilson.
Y en 1967, cuando tenía—si lo adivinaron—9 años, ellos de nuevo perdieron muchos más juegos de los que ganaron y completaron un trío de descalabros desconocido en la organización desde los días de Woodrow Wilson.
De hecho, los Yanquis de Nueva York de mis años formativos estuvieron plagados de fallas y mediocridad, con ocasionales relumbrones de competitividad, por 11 temporadas consecutivas. Este período fue tan negativo, tan impropio de los Yanquis, que hay que regresar a tiempos prehistóricos para hallar algo parecido, esto es aquellos años oscuros anteriores a la adquisición de Babe Ruth en 1919, dos décadas que son generalmente desestimadas en la narrativa histórica del equipo como un tipo de entrenamiento primaveral frustrado.
Es cierto que los Yanquis pronto pasarían por una sequía aún mayor: la era Mattingly, podría llamarse, cuando la impresionante carrera del corazón de león Don Mattingly, el Sísifo del Bronx, coincidió con 13 años de futilidad, entre 1982 y 1994, que no terminó hasta que el equipo clasificó para los play offs de 1995. Pero la anterior década de fallas, mi década, todavía estaba fresca en la memoria colectiva de los Yanquis. De muchas maneras, esto preparó a los aficionados del equipo para su descenso a las humillaciones sostenidas.
Como el colapso de otros imperios antes de éste, la caída de los Yanquis ha sido sometida a un intenso escrutinio académico, aunque al final las causas son esencialmente las mismas: envejecimiento, autosatisfacción, prejuicio. En 1965, los Yanquis adquirieron a un buen catcher defensivo de nombre Doc Edwards, quién saludó a sus nuevos compañeros con efusividad, pero de inmediató reconoció que aquellos hombres vendados a su alrededor ya no eran los famosos, dominantes Yanquis de años pasados.
“Ya no eran los Mickey Mantle y Whitey Ford y el Roger Marias que conocimos”, dijo Edwards. “Ellos habían alcanzado un punto de sus vidas donde todos estaban adoloridos. No se puede reemplazar a muchos purasangres con ponys, y en mi caso, un caballo de ocasión. No se puede hacer eso”.
No se puede hacer. Pero yo no entendía eso. ¿No eran los mismos los apellidos de los box scores de cuando el equipo dominaba octubre? ¿El sólo hecho de usar el uniforme de rayas no le imbuía a los peloteros el poder de Ruth y la gracia de DiMaggio? No sabía, por ejemplo, que Mantle estaba pagando el precio por años de abuso alcohólico, o que Ford y Elston Howard, a los 36 años, eran los Matusalén del béisbol.
Debido a las curiosidades del tiempo, y a las alianzas heredadas, me convertí en fanático de un equipo segundón. Y estoy muy agradecido.
De otra manera, no habría apreciado la necesidad de encontrar equilibrio cuando el mundo está patas arriba, como cuando una monja llevó un televisor al salón de sexto grado del Cyril and Methodius School para que viéramos un evento más espiritual que la visita papal de 1965: la Serie Mundial de 1969, que fue ganada por el otro equipo de Nueva York.
Los una vez sotaneros Mets estaban arriba, los una vez invencibles Yanquis estaban abajo, y los hijos e hijas de aquellos abandonados hacía una década por Dodgers de Brooklyn y los Gigantes de Nueva York secaron sus lágrimas y volvieron al estadio. Encasillado entonces como un yanquista perdedor, aprendí a ser buen deportista; a ver las maravillas del béisbol más allá de las algunas veces claustrofóbicas barras de las rayas del uniforme de los Yanquis.
A comprender por completo los poderes restauradores inherentes a la derrota, o la profunda resonancia del cliché que invitaba a esperar hasta el próximo año. Mientras otras familias se vinculaban a la victoria, mi familia se vinculaba a la derrota, un sentido persuasivo de estar fuera de lugar que se agudizaba por el conocimiento de la grandeza que hubo alguna vez.
Los nativos de Nueva Inglaterra de seguro recordarán donde estaban cuando sus amados Medias Rojas ganaron el banderín en 1967. Yo nunca he olvidado un domingo de principios de esa temporada, en junio, cuando los Yanquis ganaron el primer juego de una doble cartelera contra los Tigres de Detroit, e iban por la barrida.
¡Imagínense! ¡Ganar el doblejuego significaba acercarse más a jugar para .500, donde reside la mediocridad oficial! ¡Existía la posibilidad!
Mi hermano menor y yo entrábamos y salíamos de la casa en carreras infantiles, veíamos un inning en televisión, luego íbamos a jugar en la grama de enfrente, veíamos un inning en blanco y negro, jugábamos un inning en colores, y molestábamos a nuestro padre sobre lo que nos habíamos perdido. Fritz Peterson, el pitcher de los Yanquis, había permitido 6 carreras temprano en el juego, pero el equipo reaccionó hasta que con un out en el noveno inning, Jake Gibbs rompió el libreto y bateó un jonrón como emergente para empatar el juego.
Nuestro momento a la Bobby Thomson: ¡un batazo que se escuchó alrededor de la sala!
Ahora la modesta fortuna de nuestro equipo dependía del relevista Dooley Womack, cuyo nombre nunca nos pareció tonto; era sólo Dooley Womack. Mantuvo el juego igualado a través del décimo, undécimo y duodécimo innings, mientras las sombras del atardecer se adentraban sobre la grama de nuestro estadio, y nuestras peticiones telepáticas fallaron una vez más en mejorar las actuaciones de tipos como Bill Robinson (roletazo) y Steve Whitaker (roletazo para dobleplay).
Entonces, en la parte de arriba del décimo tercer inning, los Tigres llenaron las bases, y vino a batear con dos outs su segunda base, Dick McAuliffe, con aquel estilo de bateo gloriosamente excéntrico, con las piernas totalmente abiertas, nosotros lo imitábamos cuando jugábamos chapita. Dick McAuliffe. No era precisamente lo que se llamaba una amenaza. No era un Al Kaline o un Norman Cash. Sólo Dick McAuliffe.
Bien, bateando a la zurda, Dick McAuliffe le sacó un jonrón con las bases llenas a Dooley Womack por las gradas del jardín derecho.
Casi 45 años después, todavía recuerdo el dolor que me causó la derrota de aquel juego inconsecuente: el deprimente momento del contacto de McAuliffe; el marcador final, 11-7, números que en otros contextos son considerados sortarios; la sensación de insignificancia, muerte súbita en nuestra sala; y la reflexión de que el equipo de mi niñez simplemente no era lo suficientemente bueno, y nunca lo sería. Y estoy agradecido.
Los contínuos descalabros de los Yanquis hacían del juego de béisbol algo dulce. Se convirtió en un tipo de agente aglutinador para una familia suburbana que necesitaba una distracción compartida, un recurso siempre a la mano para cambiar la conversación. Cuando mi padre perdía su trabajo, o su compostura; cuando las discusiones domésticas de nuestro hogar subían tanto de tono que toda la vecindad las disfrutaba (Todos eran fanáticos de los Mets); cuando los perros se deslizaban debajo de la cerca y se escapaban de nuevo, siempre había algo como esto:
Papá, ¿viste que los Yanquis van a conseguir a Rocky Colavito?
Papá, ¡mira como levanto el pie alto como Lindy McDaniel!
Papá ¿sabés qué? ¡Bobby Murcer es un Todos Estrellas!
Papá, aquí dice que Mickey Mantle va a participar en el juego de los veteranos. ¿Podemos verlo juntos?
Cuando Chris Chambliss acabó con la década de sinsabores de los Yanquis con un jonrón para terminar el juego que envió al equipo a la Serie Mundial de 1976, yo era un estudiante de primer año en la universidad y tenía 18 años, técnicamente un hombre, quién brincó de su silla con la pasión de un niño de 11 años en el instante cuando la pelota se llevó la cerca.
Pero en los años siguientes, mientras los Yanquis volvieron a coleccionar campeonatos de Series Mundiales como yo una vez coleccionaba monedas, mi sangre Yanqui batallaba contra mi naturaleza de apoyar equipos débiles. Había sido condicionado por las burlas y el béisbol a resistir, a no dominar. Me encontré aupando por momentos a equipos de pequeños mercados, como los Mellizos de Minnesota, y equipo de cinturón oxidado, como los Tigres, como una manera de honrar a mi padre: fanático de los Yanquis de toda la vida, un subestimado toda la vida.
La familia hace tiempo se fue de Long Island. La madre irlandesa se marchó, y el padre de los Yanquis también. De vez en cuando abro la vieja caja de zapatos, agarro unos cuantos rectángulos de cartón, y despliego mi orgullosa herencia ante mí.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
martes, 6 de marzo de 2012
Un momento emocional para Varitek y su familia
Peter Abraham. The Boston Globe. 01-03-2012
Fort Myers, Fla. _ Jason Varitek tenía sus emociones controladas hasta que levantó la mirada y vio a muchos de sus compañeros alineados detrás de las sillas donde se sentaron sus padres.
Estaban Jon Lester y Clay Buchholz, dos de los cuatro pitchers a los que guió a lanzar sin hit ni carrera. Tim Wakefield, su compañero por 15 años quién había anunciado su retiro dos semanas antes, estaba ahí. También Josh Beckett, el tejano terco que insistía en que Varitek fuera su receptor.
Una docena o más estaban ahí, todos para rendirle homenaje.
Ahí fue donde lo sacudió la marea y por primera vez que alguno de ellos pueda recordar, su capitán, el pelotero más duro que conocían, rompió a llorar.
“Muchachos, ustedes no tienen idea de lo que esto significa”, dijo Varitek antes de hacer una pausa y enjugarse las mejillas.
Varitek habló desde un podio en frente del “home” de JetBlue Park, una nueva facilidad donde nunca jugará. Su esposa, Catherine, y sus tres hijas, Alexandra, Kendall y Caroline, se sentaron a pocos metros de distancia.
“Él ha estado muy emocional toda la semana”, dijo Catherine Varitek. “Es algo muy duro para él. Los muchachos significan mucho para él”.
Beckett dijo: “Es dificil ver llorar a un hombre. No tengo palabras para hablar de él y de lo que significó para nosotros”.
Los Medias Rojas le ofrecieron a Varitek un contrato de ligas menores y no le podían garantizar un puesto en el equipo grande. Él tenía ofertas de otros equipos pero no estaba dispuesto a cambiar de uniforme. Eso llevó a Varitek a ponerse un flux gris y pararse frente al plato donde hubiese querido agacharse a llamar el juego.
“Él estaba muy consciente de que está dejando un legado. Fue muy importante conocerlo”, dijo Scott Boras, el agente por mucho tiempo de Varitek. “Él lideraba un cuerpo de pitcheo y marcaba el paso de una organización, se identificaba con éste equipo”.
“Fue más que un uniforme, o un trabajo, o un lugar. Para él, se trataba de ser parte de la tela”.
Joe Varitek quién crió a Jason y otros tres hijos, dijo que era un momento de orgullo para su familia. Él y su esposa Donna, vieron a su hijo hablar con una cajita de toallas al alcance de la mano.
“Si lideras por ejemplo, que es lo que él hace, siempre es bueno ver a otras persones notarlo y reflexionar sobre eso”, dijo. “Es un gran sentimiento. Es algo que valoras toda la vida”.
El dueño John Henry dijo que ver retirarse a Varitek y Wakefield se sentía como el fin de una era para los Medias Rojas.
“Esto habla más de ellos, del tipo de persona que son, que de cualquier otra cosa.”, dijo. “Estos son dos jugadores extraordinarios que lo dieron todo. Cuando se tienen dos jugadores de su estatura que han sido parte de esta organización por tanto tiempo, cuando ellos se van, comienza un nuevo capítulo”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Fort Myers, Fla. _ Jason Varitek tenía sus emociones controladas hasta que levantó la mirada y vio a muchos de sus compañeros alineados detrás de las sillas donde se sentaron sus padres.
Estaban Jon Lester y Clay Buchholz, dos de los cuatro pitchers a los que guió a lanzar sin hit ni carrera. Tim Wakefield, su compañero por 15 años quién había anunciado su retiro dos semanas antes, estaba ahí. También Josh Beckett, el tejano terco que insistía en que Varitek fuera su receptor.
Una docena o más estaban ahí, todos para rendirle homenaje.
Ahí fue donde lo sacudió la marea y por primera vez que alguno de ellos pueda recordar, su capitán, el pelotero más duro que conocían, rompió a llorar.
“Muchachos, ustedes no tienen idea de lo que esto significa”, dijo Varitek antes de hacer una pausa y enjugarse las mejillas.
Varitek habló desde un podio en frente del “home” de JetBlue Park, una nueva facilidad donde nunca jugará. Su esposa, Catherine, y sus tres hijas, Alexandra, Kendall y Caroline, se sentaron a pocos metros de distancia.
“Él ha estado muy emocional toda la semana”, dijo Catherine Varitek. “Es algo muy duro para él. Los muchachos significan mucho para él”.
Beckett dijo: “Es dificil ver llorar a un hombre. No tengo palabras para hablar de él y de lo que significó para nosotros”.
Los Medias Rojas le ofrecieron a Varitek un contrato de ligas menores y no le podían garantizar un puesto en el equipo grande. Él tenía ofertas de otros equipos pero no estaba dispuesto a cambiar de uniforme. Eso llevó a Varitek a ponerse un flux gris y pararse frente al plato donde hubiese querido agacharse a llamar el juego.
“Él estaba muy consciente de que está dejando un legado. Fue muy importante conocerlo”, dijo Scott Boras, el agente por mucho tiempo de Varitek. “Él lideraba un cuerpo de pitcheo y marcaba el paso de una organización, se identificaba con éste equipo”.
“Fue más que un uniforme, o un trabajo, o un lugar. Para él, se trataba de ser parte de la tela”.
Joe Varitek quién crió a Jason y otros tres hijos, dijo que era un momento de orgullo para su familia. Él y su esposa Donna, vieron a su hijo hablar con una cajita de toallas al alcance de la mano.
“Si lideras por ejemplo, que es lo que él hace, siempre es bueno ver a otras persones notarlo y reflexionar sobre eso”, dijo. “Es un gran sentimiento. Es algo que valoras toda la vida”.
El dueño John Henry dijo que ver retirarse a Varitek y Wakefield se sentía como el fin de una era para los Medias Rojas.
“Esto habla más de ellos, del tipo de persona que son, que de cualquier otra cosa.”, dijo. “Estos son dos jugadores extraordinarios que lo dieron todo. Cuando se tienen dos jugadores de su estatura que han sido parte de esta organización por tanto tiempo, cuando ellos se van, comienza un nuevo capítulo”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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