lunes, 28 de mayo de 2012
Hombres de Negro, 1969, los Milagrosos Mets y aquel Magallanes.
En la entrada del cine insistí varias veces para que viéramos La Isla Misteriosa. Miguelín se quedó mirando los lagartos y abejas gigantes. Sus ojos exploraban el cartelón adyacente y repitió todas las veces, que prefería Hombres de Negro 3. Desde el miércoles me había dicho “Quiero ver esa película contigo papá” y me abrazó. En la puerta nos dieron los lentes. Sólo cuando logré ponérselos de sopetón, se los ajustó y saltó en el asiento. Casi se lanza filas abajo cuando Will Smith salta desde el Empire State Building para perseguir a Boris El Animal en 1969. Imágenes de la crisis de Wall Street. Titulares del viaje del hombre a la luna y la música de la época me hizo evocar a Stevie Wonder y su Yesterme, Yesteryou, Yesterday, junto a la maestra Rosa Elena de tercer grado y el concurso que organizó en el salón para entregarle un album de barajitas del Apolo 11 a quién acertara todas la preguntas de la tabla de multiplicar.
Los Cadillacs y Fords de la época desempolvaron al Plymouth Century negro de Papá y todas las veces que presionaba las teclas del radio cuando anunciaban a Sandro, o cuando regresó a “Mi Viejo” de Piero porque se lo pedí por favor. La persecución de Boris El Animal atravesó varias fiestas hippie y bares psicodélicos. En uno de ellos se quejaban de los Mets. Al llegar a Shea Stadium fue inevitable la descarga de Tom Seaver lanzando aquel juego casi perfecto. La remontada para desalojar a los Cachorros de Chicago del primer lugar de la División Este de la Liga Nacional. Aquella victoria 2-1 de Jerry Koosman para igualar la Serie Mundial ante los Orioles de Baltimore. Tug McGraw. Nolan Ryan. Gary Gentry. El betún excesivo en el zapato de Cleon James que en el sexto inning del quinto juego de la Serie Mundial hizo que el árbitro reconociera que había sido golpeado por Dave McNally. Las palabras de Don Clendenon para Tom Seaver luego de perder el primero de la Serie Mundial ante los Orioles. “Tranquilo, nosotros les vamos a ganar a esos tipos”. Los análisis de los expertos dando por sentado el triunfo de los Orioles. Las atrapadas de Tommie Agee. La zambullida de Ron Swoboda. Ahí recordé la sentencia caraquista: “Magallanes será campeón cuando el hombre llegue a la luna y los Mets ganen la Serie Mundial”.
Cuando salió el batazo que capturó Cleon James para decretar el campeonato de los Mets, fluyó toda la gesta magallanera a través de aquel relevo de 10 episodios de Gregorio Machado, donde el mismo anotó la carrera del triunfo desde primera base con triple de Gustavo Gil. Los blanqueos de Orlando Peña y Don Eddy ante La Guiara en los dos primeros juegos de la final. El jonrón de Armando Ortíz ante Miguel Cuellar en la inauguración de la Serie del Caribe. El juego casi perfecto de Ritchie ante los Tigres de Licey de Rico Carty, Manuel Mota y César Cedeño entre otras estrellas. La jugada de Dámaso Blanco para desactivar el squeeze play de Santos Alomar. El imparable de Gustavo Gil para traer a Dámaso con el mensaje del campeonato del Caribe. El público cantando el himno nacional en el estadio Universitario.
Los Hombres de Negro, finalmente colocan el protector de alienígenas en la punta del Apolo 11. La noche cuando esperábamos la llegada de los astronautas a la luna, le dije a Carmen que me llamara cuando Neil Armstrong pisara la luna, siempre lamentaré haberme quedado dormido. Al final Boris El Animal asesina al padre de Will Smith, cuando el niño de 5 años pregunta por su Papá, Miguelín me abrazó durísimo; de la misma forma que abracé a Papá cuando me cargó aquella noche de 1969 desde la casa hasta el hospital con una fiebre de más de 40 grados.
Alfonso L. Tusa C.
miércoles, 23 de mayo de 2012
La conexión de Harvey Haddix y Graciliano Parra. Dos no-hitters truncados.
De acuerdo, la gesta de Haddix duró 12 episodios a ritmo de juego perfecto. Graciliano sólo tenía un juego sin hits ni carreras luego de 9 entradas. Sin embargo la tensión que ambos vivieron en el décimo tercer y el décimo inning respectivamente registró los escalofríos de cada uno de los presentes en el County Stadium de Milwaukee el 26 de mayo de 1959 y en el estadio Universitario de Caracas el 15 de octubre de 1965. El primer bateador del capítulo 13 fue el segunda base borícua Félix Mantilla. Destapó un roletazo hacia la antesala, Don Hoak tomó la pelota hacia su izquierda con suficiente tiempo de hacer el out, pero apresuró su disparo y el inicialista Rocky Nelson se salió de la base. Mantilla llegó a salvo. Un silencio escandaloso removió el estadio. El juego perfecto se había esfumado. Graciliano logró sacar los dos primeros outs del décimo. José Martínez disparó imparable al centro. “El Pompo” dejó de sonar en la tribuna de la izquierda.
Graciliano debió lidiar con la temible alineación de los Tiburones de La Guaira de Ángel Bravo lf, Luis Aparicio ss, José Cardenal cf, Jim Wynn rf, John Bateman c, José Martínez 2b, José Herrera 3b, Graciano Ravelo 1b y Darrell Brandon p. En el segundo episodio Mike Andrews disparó imparable. Fue retirado en la antesala de Wynn a Herrera luego de otro sencillo de Leopoldo Chingo Tovar. En el cuarto episodio el Chingo Tovar corrió unos cincuenta metros hacia la raya del right field para atrapar una línea bestial de Jim Wynn. En el séptimo acto Mike Andrews recibió cuatro malas. Llegó a segunda por wild pitch. Alli Brandon lo sorprendió y lo sacó en corre y corre. En el noveno episodio Luis Aparicio descargó un linietazo peligrosísimo con etiqueta de extrabases hasta que el Chingo Tovar se lanzó de cabeza para mantener la magia de Graciliano.
Antes del juego Haddix reflexionaba con su catcher Smoky Burgess que si querían ganar aquel juego iban a tener que fajarse como los buenos con aquella alineación de Wes Covington, Del Crandall, Eddie Matthews, Han Aaron, Joe Adcock, Johnny Logan,etc. Cada dos minutos carraspeaba. Desde que se levantó a primeras horas de la tarde la garganta le había estado molestando. Al ver la alineación de su equipo ladeó la cabeza. Ni Dick Groat (sumido en un prolongado slump con el madero) ni Roberto Clemente (debido a varias lesiones) jugarían aquella noche. Además en la trinchera de enfrente quién lanzaría las serpentinas sería mister Lew Burdette. Haddix consiguió el primer out con un solo envío, Johnny O’Brien roleteó al campocorto. Luego llevó a Matthews a la cuenta máxima, la única vez que llegó a ese conteo en el juego, antes de retirarlo con línea a primera base. Y dominó a Aaron con elevado al centro.
Abriendo el décimo episodio Graciliano dominó a Wynn y a Bateman. José Martínez se resistió a ser el último out. La detonación de la línea que pasó sobre segunda base interrumpió por instantes “El Pompo” que interpretaba la banda municipal. Cuando la pelota pasó al jardín central, Graciliano bajó la cabeza y respiró profundo a un lado del montículo. El catcher Owen Johnson, Oswaldo Blanco, Cesar Gutierrez, Marv Breeding y Andrews rodearon al pitcher, le dieron unas palmadas en la espalda. José Herrera siguió con otro petardo para llevar a Martínez a la antesala. La Guaira intentó el doble robo. Graciliano estaba alerta y reventaron a Martínez en el plato. En el cierre del décimo Andrews disparó imparable que hizo sonar la sirena en todo el estadio. La banda municipal empezó a tocar “El Pompo” otra vez. “¡Mira, mira, mira, mira, mira, mira, mira,mira, mira, vaaaaaaaaaa!”
La esposa de Haddix había pasado aquella noche entre la cocina de la casa y el carro estacionado en la calle. A medida que avanzaba el juego pasaba intervalos más largos escuchando el radio del carro. El inning trece la inmovilizó en el asiento. Luego de sonreír al escuchar que Felix Mantilla había bateado un fácil rodado por tercera base. Cerró los ojos cuando Don Hoak lanzó mal a primera base. Eddie Matthews se sacrificó. Hank Aaron recibió boleto intencional. Joe Adcock sacó la pelota de cuadrangular. La mujer apagó el radio y salió del carro. Pasó como quince minutos para entrar a la casa. Haddix apuró el paso hacia el dugout. Nadie hablaba en el dugout de los Piratas. Los periodistas debieron esperar más de una hora para hablar con Haddix. Antes de salir del clubhouse, Hoak se acercó al pitcher y le pidió disculpas. Haddix respondió que todo estaba bien.
El Chingo Tovar llevó a Andrews a la intermedia con toque de sacrificio. Victor Colina se fajó con Darrell Brandon y le sonó imparable a la izquierda para traer la carrera de la victoria. En el dugout Graciliano explicaba como había afrontado el juego. “Johnson es un maestro de la receptoría. Sabe dirigir a los pitchers. Pide los lanzamientos de acuerdo a los bateadores. Además resultó un gran conductor dirigiendo a los jardineros. Tovar hizo dos jugadas formidables para impedir los hits”. Sólo cuando Leopoldo Tovar hizo la segunda maravillosa atrapada para eliminar el peligroso batazo de Aparicio en el noveno inning, el joven de 20 años se convenció de que podía lanzar 9 innings sin hits ni carreras. “Fue entonces cuando lancé con el alma para dominar a José Cardenal con aquel globo a segunda base. En ese momento sentí la mayor emoción de mi vida ante aquel inolvidable espectáculo de tanta gente aplaudiendo mi actuación”.
En los días posteriores al juego de los 12 episodios perfectos la gente empezó a llamar a Haddix “Harvey mala suerte”. Los periodistas recordaron el episodio de su niñez cuando con sólo 5 años casi perece en una cacería. Alguien le disparó a un conejo y cinco fragmentos de plomo se le encajaron en el cráneo a Haddix. Después su carrera en Grandes Ligas casi termina en 1954, su tercera en la gran carpa. Entonces un linietazo del propio Joe Adcock se estrelló contra su rodilla izquierda y le dañó un nervio que lo obligó a cambiar su mecánica de pitcheo. “Fue un buen pitcher que pudo haber sido grandioso si no hubiese perdido la curva. Nunca fue el mismo después del linietazo”, dijo Stan Musial. Pero Haddix siempre dijo que tenía la buena fortuna de su lado. La prueba principal era que llegó a pitchear en Grandes Ligas. Creció en una hacienda de 450 acres en Ohio central. Allí escuchaba los juegos de los Rojos de Cincinnati mientras rebotaba una pelota de goma contra los escalones de la entrada de su casa. Firmó con los Cardenales de San Luis tan pronto lo vieron hacer 12 lanzamientos. Cuando llegó al campo de entrenamiento, los jugadores de los Cardenales empezaron a llamarlo “Kitten” (“Gatico”), por el parecido con el as de los pitchers de San Luis, Harry (the Cat) Brecheen.
Graciliano lanzó varios juegos cerrados luego de su juego especial. Venció dos veces 1-0 a los Leones del Caracas, una de ellas ante el as cubano Luis Tiant. Ese desafío probablemente marcó el pase de Parra hacia el Caracas. Había nacido en Maracaibo, Zulia; el 04 de agosto de 1944. En 1960 jugó para la novena de las FAC de Maracaibo en la categoría A. Allí es dirigido por el gran lanzador profesional Carrao Bracho. Más adelante ese mismo año pasó a jugar con el OSP y dejó marca de 4-2.
Después fue al Nacional AA de Barcelona (1960) con el estado Zulia y dejó registro de 4-1. En 1961 estuvo inactivo por dolores en el brazo. En 1962 saltó al profesional con el Cabimas de la Liga Occidental.
Al terminar la Liga Occidental lo llamó Orientales para la temporada 63-64. En 1965 con el Lexington de la Liga Western Carolina (A) participó en 36 encuentros, completó 4, ganó 4, perdió 4. Lanzó 100 episodios, recibió 94 imparables, aceptó 38 carreras limpias, regaló 61 pases gratis, ponchó a 73 rivales. Su efectividad: 3.42.
¿Qué sintió Harvey Haddix cuando Hoak lanzó mal a primera base en el inning décimotercero o que experimentó Graciliano Parra en el décimo episodio cuando José Martínez sonó imparable al centro? Es algo que sólo ellos conocen en su real magnitud. El silencio y la melancolía que arropó County Stadium y el estadio Universitario aún se escucha a más de cuatro décadas de esos momentos especiales del béisbol.
Alfonso L. Tusa C.
miércoles, 16 de mayo de 2012
Dos receptores y dos lanzadores renuevan la tripulación
Apenas promediamos mayo y las transacciones adelantadas por la gerencia deportiva del Magallanes aumentan la expectativa por el 11 de de octubre, fecha cuando el barco zarpará hacia las aguas de la temporada 2012-13.
Primero, por despejar la incógnita de cómo un tercer pitcher adquirido, actuará con el uniforme azul y amarillo. ¿Será capaz Gustavo Chacín de al menos garantizar 5 o 6 episodios de calidad? Hay quienes piensan que todavía le quedan cartuchos. Pienso que Chacín tiene que demostrar que todavía tiene las herramientas para ser efectivo y ganar en la LVBP. Por eso serán muy interesantes estos cuatro meses y medio de espera, sobre todo para verlo lanzar ante Cardenales de Lara y Leones del Caracas. Serán juegos de muchísima tensión, más aún si el zurdo zuliano es capaz de mantener a raya a sus contrarios.
Los dos cambios realizados en las últimas semanas han levantado algunas inconformidades en algunos sectores de la afición magallanera. Me parece que en ambos casos existen cifradas razones para esperar resultados positivos para la divisa del timón y el astrolabio.
Primero, aunque muchos lamentan que se siga negociando con las Águilas del Zulia, recibir a Carlos Maldonado, un receptor de probada solvencia en LVBP, que para más señas fue clave en el título alcanzado por el Caracas ante el Magallanes en la final de la temporada 2009-10 y luego demostró su valía con el bate y la mascota la temporada pasada con los rapaces. Y además, también se reciba al pitcher Amalio Díaz para engrosar las filas del relevo intermedio del equipo. Por Humberto Quintero, quién nunca vistió el uniforme magallanero, y José Sánchez, quién difícilmente pasaba del cuarto inning, tiene una justificación bien fundamentada, porque las posibilidades de que Maldonado juegue con Magallanes son infinitamente más ciertas que las de Quintero. Y porque Díaz ha demostrado aplomo como relevista intermedio.
Luego viene el cambio con Cardenales. También hay razones para esperar logros importantes. Francisco Cervelli es un catcher de gran coraje y calidad defensiva, además con el bate puede dejar en el campo a más de uno. Es cierto que juega con los Yanquis y existe la posibilidad de que vaya a la post-temporada. De todas formas es casi un hecho que Cervelli juegue con Magallanes, su condición de receptor suplente de los Yanquis así lo sugiere. Jesús Montero difícilmente iba a jugar con Magallanes, nunca mostró disposición real de jugar con los Navegantes. Juan Rincón es un pitcher que aun tiene mucho por dar en esta liga, sea como relevista o abridor, Magallanes se hizo de un lanzador muy batallador. Cleveland Santeliz había demostrado cierto desgano en las últimas dos temporadas, actualmente adolece de contrato en el norte, quizás el cambio de aires le favorezca. Gabriel Noriega es un gran prospecto, el trago grueso del cambio para Magallanes, pero debió ser así para poder concretar la transacción. Magallanes pudo desprenderse de él porque seguramente cuenta con el fondo de jugadores del infield para defenderse.
Esperemos pues la nueva temporada para ver a Chacín, Rincón y Díaz escalar el morrito y también a Maldonado y Cervelli ponerse los aperos de catcher para llamar los juegos.
Alfonso L. Tusa C.
martes, 15 de mayo de 2012
Skowron tenía un don para crear memorias.
Malcolm Moran. The New York Times. 05-05-2012.
De todas las personas que aparecen todos los días en el clubhouse de los Yanquis. Bill Skowron estaba sentado en un sofá en el clubhouse del visitador en el U.S. Cellular Field de Chicago. Era un empleado de los Medias Blancas, una presencia constante en las relaciones con la comunidad, aún así parecía parte de los Yanquis, tan cómodo y aceptado como cuando jugaba para ellos. Moose, como era conocido Skowron para las generaciones de Yanquis y sus aficionados, podía hacer eso.
Pero este día, 27 de mayo de 2002, era especial, y tenía que decirle porqué. Cuarenta años atrás, en el primero de un doble juego en Yankee Stadium, Skowron bateó un jonrón de tres carreras, sobre la cerca del right field sin outs en el cierre del noveno ining para vencer a los Tigres de Detroit 4-1.
Moose alzó la vista desde el sofá.
“¿Yo hice eso?”
Reímos, y le aseguré que sí, el lo hizo. El hecho había ocurrido décadas antes de que el término “walk off” (“dejar en el campo”) fuese utilizado para describir ese tipo de logro. Moose me hizo preguntarme como alguien podía hacer eso, ganar un juego de Grandes Ligas con un jonrón, y no recordarlo. Tal vez fue porque tuvo tantos momentos triunfales.
Skowron, quién falleció el 17 de abril de 2012 a los 81 años, bateó 77 de sus 211 cuadrangulares en Grandes Ligas entre las temporadas de 1960 y 1962. Su jonrón con las bases llenas en el séptimo inning del séptimo juego de la Serie Mundial de 1956 en el Ebbets Field de Brooklyn. Dos años después, su jonrón de tres carreras en el octavo episodio ayudó a completar un regreso de un deficit de tres juegos a uno para ganar el séptimo juego en Milwaukee.
Fui capaz de recordar los detalles de aquel juego de 1962 sin necesidad de ningún material de referencia porque esa fue la primera vez que asistí a Yankee Stadium. Me senté en la mezzanina, frente a la raya del left field, y no hablé mucho durante los primeros cinco o seis episodios. Para un niño, había mucho que observar.
Toda aquella grama, bajo el sol brillante, que se desplegaba desde el jardín izquierdo hacia el central del Yankee Stadium original. Años después, cuando compré una cinta sonora del juego, recordé un tiempo cuando los sonidos de la tribuna eran dirigidos por el curso del juego. Y la voz del locutor interno Bob Sheppard, entonces en su segunda década con los Yanquis, era emitida en volumen alto, como si tuviera que subir la voz para ser oído a través de un pequeño sistema de sonido.
Por buena parte de la ocasión, me pregunté si mi primer juego iba a ser decepcionante. Hacía nueve días, Mickey Mantle había corrido al máximo para embasarse con un rodado al cuadro con dos outs en el noveno inning, luego colapsó sobre la raya con un desgarramiento muscular en la cadera derecha. Un día antes, Al Kaline de los Tigres se lanzó de cabeza para hacer la atrapada salvadora en la jugada final del juego, pero se rompió la clavícula. Mientras mi padre manejaba el vagón de la familia en el Major Deegan Expressway, pensaba que mi primer juego se iba a quedar sin superestrellas.
Skowron no estaba en la alineación regular contra Frank Lary, el matador de Yanquis. Pero después que Lary tuvo que salir del juego por rigidez en su brazo derecho, Skowron emergió por Joe Pepitone y empató el juego en el sétimo inning con rolling al cuadro. La sacó en el noveno luego de intentar el toque. Cuando su conexión desapareció sobre la cerca, el momento fue infinito.
Puedo confesar, protegido por algún estatuto de limitaciones de periodistas, que antes de darme cuenta cuan a menudo Skowron frecuentaba a los Medias Blancas, una vez salí del palco de prensa a mitad de un juego para comprar una pelota con el propósito de que él me la firmara.
En la primavera de 1985, cuando el debut de Rickey Henderson con los Yanquis fue retrasado por una lesión en el tobillo, yo estaba monitoreando su rehabilitación en Florida para el New York Times, esperaba en un clubhouse, que en otra circunstancia estaría vacío, en Fort Lauderdale Stadium, a que Henderson completara el tratamiento. Afuera se desarrollaba un juego de campamento de fantasía entre los asistentes y los veteranos de los Yanquis.
Aparentemente, las reglas habían sido alteradas para que a los asistentes al campamento les tuvieran que hacer seis outs por inning y a los Yanquis tres. Todo lo que supe fue de un repentino estallido, cuando las puertas que daban al campo se abrieron, se notó que Moose Skowron estaba molesto.
En ese instante, pareció el hombre más cruel del mundo. Sus ojos parecían delgadas aberturas. Sus antebrazos, aún fuertes, estaban a la altura del pecho, mientras estrangulaba su mascotín de primera base. Hablaba en siseos.
“Seis outs”, dijo, maldiciendo entre palabras. “Seis outs”.
Mientras rumiaba alrededor del clubhouse, se desprendieron 23 años desde su último entrenamiento primaveral con los Yanquis en aquel mismo estadio pequeño, me di cuenta que estaba viendo al real, esencial Moose.
Pero tambien era esto: Un momento después, cuando los asistentes al campamento saltaban y gritaban y llevaban su celebración al clubhouse, él fue el primero en saludarlos. Estrechó sus manos. Sonrió para sus fotografías y les dijo que había sido una gran experiencia. Una vez más, Moose Skowron había creado un momento que alguien nunca olvidaría.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
lunes, 14 de mayo de 2012
Ron Guidry puede explicar la atracción por los jardines (outfield)
Harvey Araton. The New York Times. 05-05-2012
Ron Guidry entendió perfectamente. Sabía porque a Mariano Rivera le gustaba perseguir elevados durante la práctica de bateo y porqué el sueño de Rivera ha sido jugar en el jardín central antes de que termine su carrera de Salón de la Fama.
Cuando lo llamaban el Relámpago de Louissiana mientras pitcheaba, Guidry no sólo tenía la misma rutina diaria, en realidad llegó a jugar dos tercios de inning en la más reverenciada de las posiciones de Yankee Stadium, distribuidos en dos memorables ocasiones (para él).
“Honestamente, fue grandioso, mejor que cualquier sentimiento que tuve mientras pitcheaba”, dijo Guidry este viernes 04 de mayo en la mañana, horas después de enterarse de la triste noticia proveniente de Kansas City acerca de la lesión que terminó con la temporada de 2012 para Rivera y amenaza su carrera como pelotero.
¿De verdad?, le preguntaron. ¿Mejor que dejar marca de 25-3 con 1.74 de efectividad y 9 blanqueos en 1978?
“Les digo que fue fantástico”, dijo.
Consideren esto como una ventana a la aventura, el alma competitiva de un pitcher que se enorgullecía de su atleticismo superior, quién creía que podía correr, fildear, lanzar y quizás en otra vida hasta batear como los mejores.
Haber jugado como pitcher y jardinero central en la secundaria y la universidad, le permitió a Guidry decir: “Siempre pensé que podía ser mejor center fielder que pitcher, pero alguién más tenía otra idea”.
Al hablar por teléfono desde su hogar cerca de Lafayette, La., Guidry todavía permanecía atrapado por las emociones luego de enterarse que Rivera se había lesionado el ligamento anterior cruzado de su rodilla derecha y también tenía daño en el menisco. Desde la primera vez que vio a Rivera a comienzos de los años ’90 en un diamante del complejo de Fort Lauderdale, Fla., ha simpatizado con el flaco panameño.
Mark Connor, un entrenador de los Yanquis, le pidió a Guidry, un instructor invitado, que fuera a ver a un joven pitcher que había empezado a escalar posiciones a través de la organización, en ruta a convertirse en el mejor cerrador de la historia del juego.
“Me recuerda mucho a cierta persona”, dijo Connor.
“¿A quién?”, dijo Guidry.
“Cuando lo veas, sabrás”.
Cuando Guidry vio a Rivera lanzar, sintió que estaba mirando una versión de si mismo pero a la derecha. El físico endeble de Rivera no cuadraba con la manera como la pelota estallaba en la mascota del catcher, ni con la fluidez casi hipnótica de sus envíos. La conversación que tuvieron luego desembocó en una amistad de dos décadas que se renovaba cada febrero en las crujientes mañanas de Florida, con largas sesiones de lanzamientos y bromas.
“Uno de estos días vas a ser como yo, viejo”, Guidry le decía a Rivera, quién hasta el jueves en la noche podía ser objeto de confusión en cuanto a su edad.
En los años ’70, Guidry era el Rivera de su época, una maravilla atlética que podía dejar a atrás a los jugadores de posición en las carreras de los jardines y se le podía ver en las prácticas de bateo persiguiendo elevados en todas direcciones.
Guidry también era el pitcher abridor estelar de los Yanquis, y su proclividad a practicar en los jardines irritaba a cierto dueño.
“Fui llamado a la oficina tal vez seis, siete veces y recibía el jarabe de lengua de Mr. Steinbrenner”, dijo Guidry del Boss George. “Pero yo siempre lo disfrutaba, eso me daba la oportunidad de mantenerme al día con mi trabajo. Correr sólo es aburrido. Perseguía moscas allá afuera, corría casi una hora, nunca parecía tanto tiempo. Eso fortalecía mis piernas”.
Guidry recuerda que le dijo a Steinbrenner, "Si me quitas eso, me voy a casa”.
Mientras consideraba que 2012 sería su última temporada, Rivera intentó convencer al manager Joe Girardi que le permitiera cumplir el deseo que Guidry materializó dos veces. El 29 de septiembre de 1979, Billy Martin envió a Guidry al center field para el noveno inning de una victoria 9-4 sobre Toronto, ante el remanente de una multitud de 30.016 personas.
Cuatro años después, otro “cf” quedó por siempre adherido al nombre de Guidry en un box score más histórico, el infame juego del alquitrán de pino, reanudado el 18 de agosto de 1983. Enfurecido porque el béisbol había permitido que prevaleciera el jonrón de dos carreras de George Brett a pesar del exceso de alquitrán de pino en el bate, Martin envió a Guidry al center field y a Don Mattingly a segunda base para el out final en la primera parte del noveno inning, en franca protesta.
Como Guidry llegó allí no importa. “¿Cuántos tipos logran jugar center field en Yankee Stadium?”, dijo y añadió que su único lamento era que ninguno de los dos outs que se hicieron en sus dos apariciones fueron hechos por él.
“Podía hacer las atrapadas”, dijo. “Vi la repetición de Mariano lesionándose y te diré esto: Perseguí pelotas con más intensidad que esa. Salté varias cercas”.
¿Muy arriesgado? Guidry recordó el hecho de que Dave Robertson, el probable reemplazo de Rivera, se lesionó en la primavera mientras bajaba unas escaleras.
La preocupación de Guidry de que Rivera sería el blanco de las críticas, no tenía fundamento sin embargo. Hay mucha buena voluntad en el banco, como en el caso del pobre Joba Chamberlain, quién recibió su ración de críticas en los medios por romperse el tobillo mientras saltaba en un trampolín con su hijo pequeño, solo trataba de ser papá.
“Somos personas, no sólo pitchers”, dijo Guidry. “Si ellos no hubieran dejado a Mariano disfrutar el juego, tal vez no hubiera pitcheado tanto tiempo”.
Para el viernes en la tarde, Guidry estaba contento de oir que Rivera quería regresar. Ok, tendrá 43 años para el comienzo de la próxima temporada, tal vez deba dejar de correr en los jardines si decide regresar.
“Le dije que se pondría viejo como yo”, dijo Guidry, 61. “Y se puso”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
miércoles, 9 de mayo de 2012
Más reflexiones sobre Willie Mays Aikens.
Tyler Kepner. The New York Times. 06-05-2012
Siempre me han intrigado ciertos personajes del béisbol, y uno es Willie Mays Aikens. Crecí fuera de Filadelfia, mi despertar al béisbol llegó después de la Serie Mundial de 1980. Los Filis de Filadelfia habían vencido a los Reales de Kansas City, pero la mejor manera de decirlo es que ellos de algún modo sobrevivieron a Aikens. Él bateó dos jonrones en el primer juego, empujó la carrera ganadora en el tercer juego, despachó dos jonrones en el cuarto juego y bateó sobre .400, más que el pelotero más valioso de la serie, Mike Schmidt.
Aikens, sabíamos, era peligroso, en el sentido de reconocer que era un jugador que hacía mucho daño con el bate. Sin embargo, en poco tiempo debió afrontar una suspensión por consumo de drogas, y su carrera de Grandes Ligas terminó en 1985. Más adelante, varios cargos por uso de drogas lo enviaron a prisión por 14 años.
Las memorias de Aikens, “Safe at Home”, (“A salvo en el hogar”) escritas por Gregory Jordan, llegaron a mi casilla de correo hace unas semanas. Siempre me llegan varios libros, y no dispongo de tiempo para la mayoría de ellos. Pero encontré tiempo para éste, para saber que le había ocurrido en realidad a Aikens, y por qué. Es difícil juzgar su historia en una nota de 450 palabras, que apareció en el periódico del domingo. El libro, por supuesto, es mucho más explícito.
A cuatro años de salir de la cárcel, Aikens es entrenador en el complejo de Ligas Menores de los Reales en Surprise, Ariz. Él aconseja a los prospectos del equipo en el arte de batear y también sobre como afrontar la vida.
“Trato de guiarlos en como tomar las mejores decisiones fuera del campo”, dijo Aikens cuando hablé con él por teléfono la semana pasada. “Si lo que digo ayuda a uno de ellos a mantenerse en el camino correcto y llegar a las Grandes Ligas, he cumplido con mi trabajo”.
La historia de vida de Aikens demanda atención, y también, por supuesto, su nombre. Él deja claro en el libro que nunca le importó su segundo nombre ni que la mayoría asumiera que fue nombrado así por el inquilino del Salón de la Fama Willie Mays. De hecho, fue nombrado por su tío Willie, y Mays era el nombre del doctor de la familia.
“Mi mamá no sabía nada de béisbol”, dijo Aikens. “Mi mamá nunca me vio jugar ningún juego de béisbol cuando era niño. Si mi mamá no sabía quién era Willie Mays, ¿como me podía poner ese nombre por él?”
De todas formas, Aikens usó el número 24, como Mays, y a menudo usaba su segundo nombre en su firma. Dijo que simplemente jugaba con los aficionados. Añadió que nunca ha hablado con Willie Mays.
Por alguna razón eso realmente me sorprendió, aunque, considerando el pasado turbulento de Aikens, no debió extrañarme. Ahora él está residenciado en Arizona, quizás se puedan encontrar. Le dije a Aikens que Mays va regularmente al clubhouse durante los entrenamientos primaverales de los Gigantes de San Francisco en Scottsdale, y él pareció emocionado.
Algún día, le dije a Aikens, cuando los Reales visiten a los Gigantes en un entrenamiento primaveral, él debería pensar en ir a saludar a su tocayo. Aikens dijo que le parecía una gran idea.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
martes, 8 de mayo de 2012
Antíguo jugador de los Reales de Kansas City, Willie Mays Aikens, cuenta su historia.
Tyler Kepner. The New York Times. 05-05-2012.
Por 14 años, Willie Mays Aikens, esperó que llegara ese fin de semana. Convicto en 1994 por cuatro cargos de distribución de cocaína y crack y un cargo por uso de armas de fuego durante el tráfico de drogas, Aikens, una estrella de Serie Mundial de los Reales de Kansas City, dijo este 05 de mayo de 2012, esperaba su fecha de salida de la prisión federal.
“Miro mi vida los últimos cuatro años y todo lo que he logrado”, dijo Aikens por telefono la semana pasada, “¿Qué habría sido de mí si no hubiera ido a la cárcel?”
Aikens, 57, de seguro no sería entrenador del complejo de Ligas Menores de los Reales en Surprise, Ariz. Dijo que dudaba que mantendría contacto con sus dos hijas mayores porque no disponía de dinero para mantenerlas cuando salió de la prisión en 2008.
Tampoco habría testificado ante el Congreso en 2009, para pedir la reforma de la sentencia de disparidad mínima entre los consumidores de crack y cocaína en polvo. Y de seguro no habría preparado sus memorias, “Willie Mays Aikens: Safe at home (A salvo en el hogar)”, escritas por Gregory Jordan y publicadas esta primavera por Triumph Books.
“Le dije a Greg que quería ser honesto en todo”, dijo Aikens, y el resultado es una mirada cruda y profunda a una carrera prometedora que se disolvió en los desaciertos.
Aikens consumió cocaína en toda la Serie Mundial de 1980, donde se convirtió en el primer jugador con dos juegos de varios jonrones en la misma serie mientras los Reales perdían ante Filadelfia. De ahí en adelante, escribe Jordan, la cocaína se hizo inseparable del sentido de felicidad de Aikens.
Eso también le costó su carrera. Fue encarcelado brevemente y suspendido en 1984, jugó su último juego en Grandes Ligas con Toronto en 1985, cuando sus antíguos compañeros de los Reales ganaron el campeonato sin él. Aikens anduvo por la Liga Mexicana, donde su adicción aumentó.
El punto culminante llegó cuando le vendió 2.2 onzas de cocaína crack a un agente encubierto. Aikens fue sentenciado a la pena máxima. Creía que había sido engañado, dijo que le tomó dos años salir de la amargura.
“Si no hubiera estado drogándome en mi casa, no habría importado si el agente encubierto viniera a mi casa o no”, dijo Aikens. “Llegué al punto donde necesitaba cambiar. Tenía que aceptar la responsabilidad de lo que había hecho, dejar de culpar a los demás y comenzar a madurar”.
A través de la fe, dijo Aikens, ha aprendido a perdonarse por sus crímenes y el daño que estos le causaron a sus relaciones familiares. Está agradecido por no sentirse tentado por las drogas ni el alcohol, dijo, y espera que el libro ayude a otros a evitar sus errores.
Traducción: Alfonso L. Tusa C
viernes, 4 de mayo de 2012
50 años del sin hits ni carreras de Bob Belinsky.
Había escuchado de este logro. De todas formas disfruté la reseña del libro “No-Hitters” de Rich Westcott y Allen Lewis. Los Angelinos de Los Angeles recibían a los Orioles del Baltimore el sábado 05 de mayo de 1962 en el Dodger Stadium de Chavez Ravine. Después que finalizó el encuentro Belinsky reconoció que la noche anterior había estado con una mujer hasta las cuatro de la madrugada. A lo largo de los nueve episodios Belinsky recetó 9 ponches, concedio 4 boletos. Solo permitió que le batearan cuatro pelotas a los jardines. Mezcló con éxito una recta que se movía, la curva y el screwball. El primer inning lo retiró por la via rápida al ponchar a Johnny Temple y a Dick Williams. Dominó a Brooks Robinson con roletazo al montículo. Los Angelinos se fueron adelante en cierre del inning con sencillo de Billy Moran, doble de Leon Wagner y un wild pitch de Steve Barber. La otra carrera llegó en el segundo tramo mediante boleto a Earl Averill. Doble de Buck Rodgers y rodado a segunda base de Joe Koppe.
Sabía que Belinsky había jugado en la Liga Venezolana de Béisbol Profesional. La primera vez vino con los Licoreros del Pampero. En la temporada de 1961-1962 implantó una marca de ponches que se mantiene vigente. En medio de aquella temporada el manager José Antonio Casanova fue una vez al montículo con la intención de relevar a Belinsky. Hubo de llamar al tercera base Dámaso Blanco para que le sirviera de intérprete. Belinsky estrujó la pelota dentro del guante y escupió a un lado del morrito. “Tell the skipper that he can kiss my ass but I’ll finish this game”. (“Dile al manager que me bese el culo. Yo terminaré este juego”.) No hubo manera de sacar a Belinsky del montículo. Entonces fue imbateable. Hasta el árbitro tenía miedo de asomarse detrás del receptor.
Belinsky siempre fue un personaje que vivía con mucha intensidad dentro y fuera del terreno. Durante su estadía con los Angelinos se involucró sentimentalmente con algunas actrices holiwoodenses como Mamie Van Doren, Ann-Margret, Connie Stevens, Tina Louise. Con casi todas tenía breves romances, a excepción de Van Doren. Ella fue su prometida por alrededor de un año.
Aquella temporada 61-62, Belinsky además de acumular 156 ponches. Ganó 13 juegos. Perdió 5. Permitió 98 imparables. Completó 10 desafíos. Concedió 75 boletos y dejó una efectividad de 2.13 en 156 episodios. También fue líder en efectividad de LVBP.
En el segundo episodio Belinsky empezó golpeando a Jim Gentile. Luego de dominar a Jackie Brandt con elevado al centro, boleó a Gus Triandos. Luego obligó a Dave Nicholson a roletear para forzar en segunda base a Triandos. Y cerró el inning abanicando a Ron Hansen.
Luego de llevarse el tercer episodio a paso de conga. Entonces luego de 1 out, caminó a Gentile y Brandt. Triandos se embasó por error del antesalista Félix Torres. Allí Belinsky ponchó a Nicholson y dominó a Hansen con elevado al centro.
Belinsky regresó a la liga venezolana en la temporada 1966-67 para defender los colores de los Tiburones de La Guaira. Venía de jugar con los Filis de Filadelfia. 0 ganados, 2 perdidos en 9 juegos. 15 innings. 14 imparables. 3 jonrones.5 boletos. 8 ponches. 2.93 de efectividad. Otra de aquellas grandes jugadas que hacía Pedro Padrón Panza. Todo un genio para conseguir buenos peloteros que habían venido con otros equipos. En esta ocasión participó en 14 encuentros- Abrió 12 juegos y completó 1. Ganó 2. Perdió 5. Su efectividad fue 3.59 en 72.2 episodios. Permitió 77 imparables. Recetó 64 ponches. Concedió 28 boletos.
En el quinto inning abrió con pelotazo a su rival Steve Barber. Luego retiró a Temple con elevado a la derecha. A Willliams con bombito al campocorto. Y a Brooks Robinson con rodado por la antesala. En el sexto, luego de un out, Brandt golpeó el batazo más duro de los Orioles en todo el juego. Una línea a lo más profundo del jardín central que Albie Pearson tomó en la zona de seguridad. Belinsky caminó a Triandos. Pero luego ponchó a Nicholson.
De ahí en adelante Belinsky estuvo perfecto. Retiró en fila a los últimos 10 bateadores. Incluyendo a Williams con elevado a la izquierda, Brooks Robinson con globo al centro y a Steve Bilko por la vía del ponche, en el octavo.
Belinsky regresó por tercera vez a Venezuela con los Navegantes del Magallanes en la temporada 1968-69. Los Navegantes habían comenzado con dificultades. Entre los lanzadores que trajeron para reforzar el equipo llegaron Bob Belinsky y Salvatore Campisi. En cuanto estos pitchers subieron al montículo para respaldar a Ron Tompkins y Roberto Muñoz, el equipo empezó a escalar posiciones hasta meterse en la clasificación. Belinsky se metió varios juegos cerrados donde mantuvo intacta la oportunidad de triunfo hasta que hacia el final del juego aparecía la ofensiva de Clarence Gaston, Pat Kelly, Walt Hriniak, Joe Rudi, Dámaso Blanco, Gustavo Gil, Armando Ortiz. Belinsky jugó 16 encuentros. Completó 4 de 15 que inició. Ganó 6 y perdió 8. En 97.1 innings permitió 73 imparables. 21 carreras limpias. Concedió 67 boletos. Ponchó 93. Dejó efectividad de 1.94.
En el noveno episodio Belinsky ponchó a Brandt con tres lanzamientos. Triandos siguió con fácil roletazo a Koppe en el short. Nicholson bateó un elevado altísimo detrás de tercera base en conteo de una y uno, allí Torres concretó el no-hit no-run.
Alfonso L. Tusa C.
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