jueves, 27 de agosto de 2015
Preguntas y respuestas con Ken Macha.
David Laurila. Baseball Prospectus. 20-05-2007.
En cuatro temporadas como manager de los Atléticos de Oakland, Ken Macha llevó a los Atléticos de bajo presupuesto a un par de títulos de la división oeste y dos segundos lugares. Sus equipos marcaron un porcentaje de juegos ganados de .568, pero eso no fue suficiente para el gerente general Billy Beane. Al citar una “desconexión” entre el manager y sus jugadores, Beane despidió a Macha después de la temporada de 2006. En busca de recargar sus baterías, Macha está trabajando como analista de estudio de antes y después del juego para el canal deportivo de Nueva Inglaterra (NESN), el canal de los Medias Rojas.
David habló con Macha acerca de su filosofía como manager, su relación con sus jugadores en Oakland, y patear puertas.
David Laurila: Tienes un grado en ingeniería. ¿Cómo influye eso en como piensas como manager?
Ken Macha: Los ingenieros son pensadores lógicos, no son reactivos. Si estás construyendo un puente, o diseñando un camión, desarmas cada componente. Hay una lógica en cada paso del proceso. Estás entrenado básicamente para analizar, lo cual es lo que haces como manager. Hay una disciplina mental en la manera como haces tu trabajo.
DL: ¿Cómo describirías tu filosofía como manager?
KM: Al dirigir en las ligas menores, aprendí desde el principio que los peloteros ganan y pierden juegos, y tu trabajo es hacerlos mejores. Eso empieza desde el primer día hasta el final de la temporada, y ese desarrollo continúa en las grandes ligas. Por una cosa, en el juego de hoy se necesita tener tipos jóvenes de salario mínimo en el equipo para poder pagarle a los tipos de salarios altos. Y si le preguntas a Derek Jeter, estoy seguro que te dirá que aprendió algo acerca del juego recientemente. Entrenar y discutir el beisbol es importante en todos los niveles. Barry Zito ganó un Cy Young lanzando una recta, curva, cambio, pero los bateadores estaban aprendiendo a ajustarse contra él. Le indicamos que debía aprender una slider porque el promedio de los bateadores zurdos contra él era muy alto. Como manager siempre tratas de ayudar a los peloteros a mejorar.
DL: ¿Puedes decir un poco más acerca de ayudar a los pitchers a hacer ajustes?
KM: Como manager trato de trabajar a través de mis coaches, y fui afortunado de tener tipos como Rick Peterson y Curt Young manejando mi cuerpo de lanzadores, ambos eran excelentes. Lo que haces con los pitchers es observar lo que les beneficia a largo plazo. Tomemos a Dan Haren como ejemplo, queríamos que llegara más lejos en los juegos, lo animamos que lanzara más cambios. Puedes controlar la velocidad del bate con un buen cambio, y también puedes hacer outs temprano en la cuenta, especialmente con bateadores quienes son muy agresivos. Necesitas ubicar tu recta en ambos lados del plato, pero un cambio efectivo es tu segundo lanzamiento más importante.
DL: ¿Sientes que los managers son muy criticados cuando los equipos no ganan?
KM: Pienso que muchas personas no entienden cual es la descripción de un manager. Yo me molesté un poco hace unos años en Boston mientras se hablaba de Terry Francona. Hal alrededor de 35.000 buenos managers en Fenway Park cada noche, pero hay mucho más en el juego que lo que ellos ven. El beisbol no es solo outs y carreras, trata de dirigir personas. Si estás abajo tres juegos a ninguno con los Yanquis, necesitas mantener a tu equipo enfocado y competitivo. O si estás quince juegos por debajo de .500, ahí es cuando necesitas dirigir. Necesitas asegurarte de que tus jugadores no empiecen a pelear, ni se rindan o jueguen individualmente. Batear y correr, tocar, y todas esas cosas, olvídate de eso. Eso es parte del juego, pero no es la parte más importante.
DL: Al hablar de managers modelo, una vez dijiste que acreditabas a Dick Williams por enseñarte los fundamentos del juego. ¿Puedes dar detalles de eso?
KM: Dick era profuso cuando se trataba de fundamentos. Si había un corredor en primera base en el noveno inning de un juego empatado, él ponía la seña de toque así vinieran a batear Andre Dawson o Gary Carter, y esperaba que fuesen capaces de ejecutarlo. Ocurría igual cuando se trataba de la defensa. Recuerdo cuando yo jugaba tercera base en un juego donde teníamos una gran ventaja en los innings finales. Había un corredor en primera, y el bateador se abalanzó sobre el envío y terminó bateando un roletazo débil hacia mí, la tome y lancé a primera base para el out. Dick me reclamó con severidad porque no había intentado hacer el dobleplay. Cuando jugabas para Dick no lanzabas a la base equivocada ni ignorabas al cortador en un tiro de relevo, porque de lo contrario lo oirías al respecto. Había un lugar al final de la banca con espacio para sentarse dos personas, si hacías un error mental él se quitaba los anteojos, señalaba el lugar y te llamaba a conversar. A eso es a lo que me refiero con fundamentos. Tienes que saber como jugar bien el juego.
DL: Eras el coach de banca de Oakland cuando los Medias Rojas querían entrevistarte para su cargo de manager antes de la temporada de 2002. ¿Qué piensas de que los Atléticos te negaran el permiso de hacerlo?
KM: Cuando alguien tiene una oportunidad de moverse y mejorar, se le debe dar la oportunidad. Ahora, si es un movimiento lateral, pienso que un equipo tiene todo el derecho de querer conservar a su gente. Pero si es un movimiento para ascender, privar a alguien de esa oportunidad no está bien.
DL: ¿Cómo piensas que hubiese sido tu experiencia dirigencial en Boston?
KM: Yo había dirigido en Pawtucket, y leía el Boston Globe todos los días, así que conocía la mayoría de las complejidades. Sabía que el beisbol es así ahí arriba, y entendía como todo es magnificado. Sabía que habría mucha presión. Si hubiese asumido el cargo, y no quiero parecer arrogante, siento que si te enfocas en lo que ha sido exitoso para ti, seguirás teniendo ese tipo de éxito. Se trata de estar preparado cada vez que vas al estadio. Ese ha sido mi mantra desde que he estado en el juego.
DL: Los Medias Rojas terminaron empleando a Grady Little en 2002. ¿Qué tan similar eres a Grady Little como manager?
KM: Nunca he estado en un cuerpo técnico con él, así que no estaría bien contestar esa pregunta directamente. Puedo decir que aprendí mucho en Oakland, como arman los equipos y como evalúan a los peloteros. Fui como una esponja absorbiendo eso. Pero el beisbol es un juego donde no te puedes colocar en una caja donde solo hay una manera de hacer las cosas. Ser totalmente de la vieja escuela o depender demasiado de las estadísticas, te limita. Necesitas utilizar toda la información que tienes y necesitas ayudar a tus jugadores a desarrollarse. Esa es la manera óptima de dirigir.
DL: ¿Cuál fue tu mejor año como manager en Oakland?
KM: La temporada cuando estuvimos 15 juegos por debajo fue mi mejor año como manager. Tuvimos muchas lesiones al principio, uno de los más afectados fue Bobby Crosby. Tuvimos dificultades con él ausente de la alineación, cuando regresó nos dio solidez. Regresamos a la pelea, pienso que estábamos aun juego de diferencia cuando él se deslizó contra Sal Fasano y se rompió el pie hacia finales de agosto. Sabíamos como habíamos jugado con Bobby, y sabíamos como jugábamos sin él, esa fue una de las pocas veces que le pedí ayuda a la gerencia. Las personas que tenían el poder de tomar decisiones llegaron a mi oficina y me preguntaron que podían hacer. Les dije “Consíganme a Nomar (Garciaparra)”. Él estaba disponible, y si lo hubiésemos traído él hubiese levantado el clubhouse. Pienso que él nos hubiese propulsado hasta la punta. Eso no ocurrió, porque una de las personas con poder para tomar decisiones reaccionó a mi petición diciendo que Nomar era negativo. Terminamos en segundo lugar.
DL: ¿Cuanta influencia tenías en la adquisición de peloteros en Oakland?
KM: En Oaklnad, el personal de campo tiene cero influencia en el roster. La gerencia tiene el 100 por ciento del control. Pero sin importar quien toma las decisiones del personal, necesitas que las piezas engranen. Quieres dos zurdos en el bull pen, y quieres tipos en la banca quienes puedan batearle a pitchers derechos y tipos quienes puedan batearle a zurdos. Necesitas que el equipo sea balanceado.
DL: Una vez le diste una patada de karate a una puerta del baño para rescatar a Joe Blanton ¿Qué ocurrió?
KM: Jugábamos en Seattle, y Joe lanzaba ante Felix Hernández. Algo que tiene Joe es temperamento. Cuando él permite carreras o hace una pobre jugada puede perder la compostura, y algunas veces necesitaba enviar al coach de pitcheo al montículo para tranquilizarlo un poco. En fin, algunas cosas salieron mal en un juego cerrado y entre innings él corría hacia el baño y empezaba a patear la puerta. La pateaba tan fuerte que trabó el pasador de la puerta y no podía salir. Empezó a llamar al guardia del clubhouse, pero este no pudo abrir la puerta. Tampoco pudo Rene Lacheman cuando lo intentó. Así que fui hacia allá y les dije a tos ¡Salgan del camino! Le di una patada a la puerta y saqué a Joe de ahí.
DL: Cuando eras el coach de banca de Oakland tenías la reputación de llevarte muy bien con los peloteros. El año pasado se reportó que tenías problemas de comunicación con algunos de ellos. ¿Hay una diferencia real en esas relaciones cuando pasas de coach de banca a manager?
KM: Si, la hay, hay una gran diferencia. Pero no hay nada más allá de eso. L mayor parte del tiempo, mi puerta siempre estaba abierta el año pasado, y mi filosofía es que siempre te lo digo de frente. La idea es tener la mejor alineación diaria para ganar, y es imposible mantener felices a todos. Estoy seguro que hay varias personas disgustadas cada año con Bobby Cox y Joe Torre. Adam Melhuse es uno de los tipos quien se quejaba, pero nunca vino a hablar conmigo. Ni una vez. Estábamos en una situación donde necesitábamos ganar, y Jason Kendall hacía un mejor trabajo manejando el cuerpo de lanzadores. Yo sentía que lo necesitábamos más a él en la alineación que a Adam, y se lo había dicho a Adam. Otro par de jugadores también tenían algo que decir, pero a pesar de que la puerta estaba abierta, nadie venía. Todo lo que se ha dicho salió después de la temporada. Antes de eso no había problemas, y he tenido muy pocos en mis años como coach o manager. Y he estado en el juego por largo tiempo.
DL: La mayoría de los peloteros dice que estuvieron más que un poco nerviosos cuando debutaron en las Grandes Ligas ¿Le ocurre igual a los managers?
KM: Tuve 13 años siendo coach en las Grandes Ligas, y cuatro dirigiendo en las menores, pero cuando te sientas en la banca por primera vez aún te preguntas, “¿Estoy listo para esto?” Cuando observó a los tipos con poca experiencia que llegan a esa posición, no veo como podrán manejarla a menos que de verdad hayan hecho sus tareas. Disfruto ser manager, pero no es fácil. Es el negocio de un hombre.
DL: ¿Harás algo diferente la próxima vez que seas manager?
KM: No lo creo. Sé quien soy, y se lo que hago. Solo ves una pequeña ventana de problemas cuando miras a lo que ocurrió en Oakland, y si hablas con Trot Nixon o Miguel tejada o Frank Thomas, la lista es larga, todos te dirán que la fotografía que me pinta como una mala persona no es precisa. Es un asunto de reputación y carácter. Tambien hay algo como la percepción y la realidad, y pienso que la mayoría de las personas del beisbol saben quien soy.
DL: Este es el primer año en un buen tiempo que no has sido coach o manager. ¿Qué tan diferente miras al juego de beisbol ahora?
KM: Es interesante cada noche. El otro día hablaba con Jerry Remy, y él comentaba como no tengo que preocuparme por mi gerente general o acerca de los peloteros quejándose de que no están en la alineación. Pero extraño esa presión diaria. Las personas que no han sido manager no entienden el trabajo que implica el cargo, o que te tomes las derrotas personalmente, pero es algo que disfruto. Espero ser manager de nuevo algún día.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Nota del traductor: Números de Ken Macha con Navegantes del Magallanes en LVBP, temporada 1976-77: 63 juegos, 258 turnos al bate, 36 carreras anotadas, 74 imparables, 11 dobles, 2 triples, 3 jonrones, 31 careras empujadas, 9 bases robadas, .287 promedio de bateo.
lunes, 24 de agosto de 2015
¿Un Panda con causa? Pablo Sandoval tiende a mejorar.
Gordon Edes, ESPN.
Boston— El presidente de operaciones de beisbol de los Medias Rojas de Boston, Dave Dombrowski no necesita presentación del tercera base Pablo Sandoval. Hace tres años, Dombrowski era victimizado por las pesadillas provocadas por el Panda, Sandoval lideraba a los Gigantes de San Francisco a una barrida de cuatro juegos de los Tigres de Detroit de Dombrowski en la Serie Mundial de 2012.
En esa serie fue cuando Sandoval descargó tres jonrones en el primer juego, una actuación magnífica que llevó a Sandoval a ser reconocido como el jugador más valioso de la serie luego de batear .500 (de 16-8) y jugar sin errores al campo.
Sandoval no hizo nada dramático en la victoria 6-4 de este miércoles 19 de agosto sobre los Indios de Cleveland, pero su doble a la parte más alta de la pared del jardín central para abrir el inning prendió la mecha de un cuarto episodio de cuatro carreras contra el as de los Indios Corey Kluber.
Más importante, sea reflejado o no en las mediciones defensivas que no han sido amigas de Sandoval en toda la temporada, la prueba visual sugiere que Sandoval puede estar ganando su batalla contra la gordura desde que los Medias Rojas admitieron finalmente que su acondicionamiento era un tema a tomar en cuenta.
Luego de cometer errores en juegos seguidos en Anaheim saliendo del receso del Juego de las Estrellas, Sandoval tiene ahora 22 juegos seguidos sin una marfilada, mientras despliega una agilidad que ha estado ausente por largos períodos esta temporada. En el triunfo 9-1 del martes sobre la tribu, Sandoval manejó seis lances, mostrando sus reflejos ante un linietazo en el primer inning, tomando a mano limpia una pelota bateada por Roberto Pérez y haciéndolo out sobre la marcha en el segundo, y robándole un imparable a Carlos Santana en un roletazo caliente en el cuarto. El miércoles en la noche, Sandoval inició un dobleplay en el segundo inning, entonces convirtió en outs dos rodados en el noveno inning para apoyar el primer salvado de Junichi Tazawa en 2015. Si esto sigue ocurriendo, los llamados para que Sandoval sea mudado a primera base pueden desvanecerse en su propio empeño. ¿Propaganda inspirada por el Panda? Quedan 42 juegos para que él demuestre que su esfuerzo es sincero.
Trabajar duro no ha sido el tema, como el manager John Farrell lo ha enfatizado repetidamente con toda razón. Resistir las tentaciones de la comida ha sido más problemático.
“Él está trabajando muy duro tras bastidores” dijo el manager interino Torey Lovullo el miércoles en la noche, “hacer ese tipo de jugadas. Un par de jugadas laterales, una destacada jugada de reflejos, se afincó en sus pies y lanzó a través del diamante. Esas son el tipo de jugadas que esperamos de todos nuestros jugadores del cuadro.
“Ofensivamente, él empezó nuestro gran inning con un turno de nueve lanzamientos y un doble contra la pared del jardín central. Él ha estado comprometido, ofensiva y defensivamente, y eso es divertido de ver para nosotros”.
Sandoval perdió parte de dos juegos después de ser golpeado el sábado 15 de agosto por una recta de Félix Hernández en el codo derecho, dejándole con un feo hematoma. Fue la sexta vez esta temporada que ha sido golpeado por un pitcheo, igualando su tope vitalicio.
Su línea ofensiva .258/ .308/ .392/ .700 todavía está bien por debajo de lo que le gustaría que fuese, pero ha habido dos desarrollos auspiciosos: Uno, después de batear .049 (de 41-2) contra zurdos hasta el 23 de mayo, ha bateado .278 (de 79-22) mientras batea principalmente desde el lado izquierdo. También ha mostrado un poco más de paciencia en el plato desde el receso, ha negociado nueve boletos luego de registrar solo tres en sus 51 juegos previos.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
jueves, 20 de agosto de 2015
Preguntas y Respuestas con Joe Rudi. Historia de los Atléticos de Oakland.
30-04-2012. Bill Seals. Corresponsal de Burlington.
Des Moines, IA – Ha sido un par de semanas ocupadas para el antíguo gran pelotero de los Atléticos de Oakland, Joe Rudi. El tres veces participante del Juego de Estrellas y ganador del premio Guante de Oro regresó al area de la Bahía la semana pasada para una reunión del equipo de 1972 y este fin de semana estuvo en el medio oeste para una sesión de autógrafos previa a un juego de los Cubs de Iowa. Rudi jugó para los Oaks de Iowa, el antíguo equipo filial de Oakland en el máximo nivel de ligas menores, durante la temporada de 1969.
Aunque él a menudo estaba a la sombra de grandes figuras como Reggie Jackson, Catfish Hunter y Vida Blue en aquellos equipos de los años ’70, Rudi labró su lugar en la historia de los Atléticos como miembro clave de tres equipos ganadores del título de la Serie Mundial en tres años seguidos.
En 1972, él ayudó a los Atléticos a ganar la Serie Mundial y realizó una atrapada salvadora en el segundo juego que se convertiría en la carta de presentación de varias películas de Grandes Ligas. Con Tany Perez en primera base y Oakland ganado 2-0 en el noveno inning, Rudi corrió hacia la pared del jardín izquierdo y ejecutó una atrapada saltando con el guante de revés ante estacazo de Denis Menke para evitar una carrera. Temprano en el juego, Rudi había descargado un jonrón.
Durante la carrera por el tercer título seguido de Serie Mundial, él coleccionó topes de su carrera con 22 jonrones y 99 carreras empujadas. Su cuadrangular del quinto juego de la Serie Mundial de 1974 ante el relevista de los Dodgers, Mike Marshall terminó siendo decisivo para asegurar el juego y la Serie.
Los Atléticos de Rudi se convirtieron en el primer equipo desde los Yanquis de Nueva York (1949-53) en ganar tres campeonatos mundiales seguidos. En una carrera de 16 años, Rudi fue un bateador de .264 con 179 jonrones y 810 carreras empujadas en 1.547 juegos. Ganó el Guante de Oro en la Liga Americana en 1974, 1975 y 1976, y fue tres veces integrante del equipo de estrellas.
Poco después que terminó de firmar autógrafos para los aficionados que asistieron al juego de los Cubs de Iowa, Rudi se paseó por el sendero de la memoria en una entrevista exclusiva para Oakland Clubhouse.
Bill Seals: ¿Cómo fue regresar al area de la Bahía el pasado fin de semana para una reunión con el resto de tus compañeros del equipo de Oakland de 1972?
Joe Rudi: Fue un gran momento. Obviamente Rollie Fingers estaba ahí porque era su día de bobblehead. Vida Blue estaba ahí, junto a Gene Tenace y Dick Green. Muchos de ellos estuvieron de vuelta. Los únicos que estuvieron ausentes fueron Reggie Jackson, quien estaba en Boston y aún está activo con los Yanquis, y Sal Bando tenía un compromiso previo.
Fue grandioso verlos a todos. La gente del equipo hizo un gran trabajo en el estadio y extendieron la alfombra roja para que camináramos hacia el plato. Todos nos paramos alrededor mientras Rollie lanzaba el primer envío a Gene Tenace.
También fue agradable reunir a las esposas de nuevo. Muchas personas se olvidan de las familias y muchos de los muchachos trajeron a sus esposas e hijos. Una de mis metas para los próximos dos años es traer al resto de mi familia. Tengo cuatro hijos y todos tienen familias ahora y quieren llevarlas al estadio. Será divertido llevar a todos los hijos de vuelta al estadio. Mi hijo mayor creció en ese estadio saltando en los jardines y corriendo alrededor.
BS: ¿Qué tanto te has mantenido e contacto con tus antiguos compañeros de equipo a través de los años?
JR: En verdad no nos vemos mucho. Todos en este punto de sus vidas han estado fuera del beisbol por tanto tiempo que están engranados donde viven con sus familias. No tienes muchas oportunidades más que situaciones como esta o cuando vas a torneos de golf.
BS: ¿Cuánto ha cambiado o permanecido igual el estadio desde que te movilizabas en los jardines del Coliseo de Oakland?
JR: Ellos arruinaron el estadio (con la construcción de Mount Davis). Espero que trabajen con el comisionado para zanjar las diferencias con los Gigantes y dejen que el equipo se mude a San José. Ellos no van a poder seguir ahí. Es muy difícil llegar ahí con la manera como está el tráfico, y no es un buen lugar de Oakland con ese alto índice de criminalidad. La asistencia nunca va a mejorar. De verdad necesitan deben moverse a un sitio con un estadio nuevo donde el sistema de transporte público sea más fluido. El sistema de transporte público de San José está mucho mejor diseñado para entrar y salir del tráfico.
Tiene que solucionar eso. Si no los dejan ir a San José, se van a perder en el area de la Bahía. Van a tener que mudarse, porque no sobrevivirán mucho más. Simplemente no pueden competir. Espero que Major League Baseball se acerque un poco a como es la National Football League, porque esta permite más equipos competitivos cada año. No existen esos grandes equipos ganadores de dinero cada año como en el beisbol.
BS: Aparte de los asuntos del estadio que están golpeando a la organización, ¿Qué has pensado de los equipos de los Atléticos en los años recientes?
JR: Ellos no tienen el dinero para mantener a los muchachos. Eso es lo desafortunado de Oakland. Han tenido un montón de jugadores buenos, pero tan pronto llegan al punto cuando empiezan aganar cualquier tipo de dinero, los cambian. Eso es frustrante para los aficionados que siguen a varios peloteros. Han tenido grandes removidas y usualmente tienen un equipo muy joven. Hasta que se arreglen la cosas y ellos consigan un nuevo estadio o cambie la manera como el beisbol distribuye el dinero, será duro para ellos competir.
BS: ¿Qué tanto has estado involucrado con la organización de los Atléticos desde tus días de jugador?
JR: Ellos han hecho un buen trabajo haciendo cosas de vez en cuando para reunir los equipos antiguos. Deseo que hubiesen mantenido a los ex jugadores un poco más involucrados con el equipo en los entrenamientos primaverales. Muchas organizaciones llevaran a los tipos que jugaron en el pasado para tener continuidad. Desafortunadamente, con el cambio de dueño que ha ocurrido varias veces en los Atléticos, no estoy seguro donde dejaron caer la pelota. No han hecho el esfuerzo de traerlos de vuelta.
Las únicas personas con las que he tenido mucha interacción es con la familia Haas, las personas que le compraron los Atléticos a Charlie. Ellos eran personas agradables de verdad. Era sorprendente porque nunca hubieras sabido que ellos tuvieran ni un centavo. Estaban mucho tiempo en el terreno. Se salían de su camino para estar cerca de los peloteros. Tony LaRussa, Dave Duncan y yo hasta regresamos como coaches. Entonces luego que vendieron el equipo, la mayoría de nosotros los que habíamos estado en ese grupo no hemos estado de vuelta. Hay una pequeña desconexión luego de ese período.
BS: desde tu retiro, parece que tú y tu esposa han estado muy ocupado en el negocio de bienes raíces.
JR: Si, hemos estado en bienes raíces. Mi esposa es una negociadora de tercera generación. Su padre y su abuelo tuvieron sus negocios propios, y nosotros hemos estado haciendo eso desde que nos casamos. Su papá nos inició comprando casas en los años ’60.Ha sido una de las cosas con las que hemos estado involucrados por años y es algo con lo que nos sentimos cómodos.
BS: ¿Cómo te has mantenido activo en el juego de beisbol?
JR: Entrené a todos mis hijos todo el camino. El más pequeño se graduó en la secundaria en 1998, por lo que no he tenido mucho que hacer a diario. Hago un poco de entrenamiento de vez en cuando, si alguien viene y pregunta por ayuda con el bateo. Trato de mantenerme al margen y dejo que los entrenadores locales manejen sus equipos. Nuestro primer nieto tiene solo cinco años, así que tenemos algunos años antes que ellos lleguen a jugar. Esperamos que vivamos lo suficiente para verlos jugar beisbol de secundaria.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Nota del traductor: Números ofensivos de Joe Rudi con los Navegantes del Magallanes en la temporada 1968-69 de LVBP: 59 juegos, 214 turnos al bate, 14 carreras anotadas, 49 imparables, 7 dobles, 8 jonrones, 21 carreras empujadas. .229 promedio de bateo.
lunes, 17 de agosto de 2015
Iwakuma lanza sin hits ni carreras en victoria 3-0 de los Marineros sobre los Orioles.
Bob Dutto. The Bellingham Herald. 13-08-2015.
Seattle. Los omens (algo en el ambiente que indica que algo bueno va a ocurrir), si usted cree en tales cosas, estuvieron ahí el miércoles 12 de agosto para el pitcher derecho de los Marineros Hisashi Iwakuma aún antes de que lanzara el primer envío.
Iwakuma fue el pelotero impreso en el boleto distribuido como abono de la temporada completa.
Ahora ese boleto es un objeto de colleción.
Iwakuma lanzó un juego sin hits ni carreras en una victoria brillante sobre los Orioles de Baltimore en Safeco Field. La culminación llegó cuando el jardinero central Austin Jackson persiguió un elevado de Gerardo Parra en el callejón entre el jardín central y el izquierdo.
“Para ser honesto”, dijo Iwakuma, “cuando le pegó a la pelota, pensé que iba a caer para un sencillo. Entonces pensé, ‘Oh-0h’. Pero cuando vi a Jackson mostrar su guante alto en el aire, fue como, ‘¡Si!’”
Jackson no tuvo dudas.
“¡Vamos!” dijo él. “Cuando la pelota sube en el aire, en esa situación o, esperamos que en cualquier situación, esa pelota no toca el suelo”.
Y no lo hizo.
Iwakuma (4-2) se tornó jubiloso cuando Jackson hizo la atrapada y sus compañeros corrieron para abrazarlo en el montículo. Terminó con tres boletos y siete ponches.
“Pienso que el quinto inning fue lo más lejos que había llegado sin permitir hits”, dijo Iwakuma. “El juego fue apretado, estaba tratando de no pensar en lo que ocurría. Estaba enfocado en cada bateador”.
Lo más lejos que Iwakuma llevó un juego sin hits ni carreras en sus 87 aperturas previas en Grandes Ligas fueron los 4.1 innings el 28 de agosto de 2012, en una victoria 5-2 en Minnesota. Pero, de nuevo, las señales que hubo temprano en el juego ese miércoles fueron especiales.
“Empecé a tener un presentimiento en el quinto inning”, dijo el cátcher Jesus Sucre, “porque él estaba haciendo algunos lanzamientos de calidad. Cada vez que lanzaba un strike, estaba feliz. Se le podía ver en la cara”.
Cada vez que terminaba un inning, él estaba muy feliz”.
La multitud de 25661 se levantó y celebró mientras Iwakuma, con 107 pitcheos, subió al montículo en el noveno inning. Los gritos aumentaban con cada lanzamiento.
El tercera base Kyle Seager registró el primer out del noveno inning con una maravillosa atrapada sobre el hombro corriendo hacia atrás ante un elevado en foul de David Lough. Fue entonces, finalmente, que Iwakuma se permitió visualizar un juego sin hits ni carreras.
“Cuando Seager hizo la atrapada espectacular”, dijo él. “Esa clase de ejecución me hizo pensar, ‘Ok, necesito lanzar bien’”.
Iwakuma lanzó lo suficientemente bien. Manny Machado la rodó hacia Seager antes que Parra elevara hacia Jackson ante el envío116 de Iwakuma.
“No es solo una derrota normal”, reconoció el jardinero central de los Orioles Adam Jones. “Estamos entrando en los libros de historia en el lado desventajoso de un sin hits ni carreras. Tienes que tocarte la gorra”.
“El tipo lanzó un gran juego. No se puede desmeritar lo que hizo. Salió allí e hizo su trabajo. Sé que él y Sucre estaban en la misma página hoy”.
Este fue el cuarto juego sin hits ni carreras individual en la historia de 39 años de los Marineros.
• Randy Johnson vence a Detroit 2-0 el 2 de junio de 1990 en el Kingdome.
• Chris Bosio vence a Boston 7-0 el 22 de abril de 1993, en el Kingdome,
• Félix Hernández vence a Tampa Bay 1-0 el 15 de agosto de 2012, en un juego perfecto en Safeco Field.
Los Marineros también tuvieron un sin hits ni carreras combinado el 8 de junio de 2012, en una victoria 1-0 sobre los Dodgers de Los Angeles en Safeco Field. Kevin Milwood lanzó seis innings antes que cinco relevistas (Charlie Furbush, Stephen Pryor, Lucas Luetge, Brandon League, Tom Wilhelmsen) cerraran el juego.
Hernández fue el último pitcher de la Liga Americana en lanzar un sin hits ni carreras. Habían ocurrido 12 no-hitters de pitchers de la Liga Nacional desde la gema de Hernández, incluyendo cuatro esta temporada.
“Pienso que los outs son más rudos en la Liga Americana”, dijo el manager de Seattle Lloyd McClendon. “Pienso que las alineaciones son más profundas. Los bateadores designados son animales. Esos son outs rudos. De verdad no hay outs fáciles en la Liga Americana”.
Iwakuma retiró los primeros nueve bateadores antes de conceder dos boletos en el cuarto inning. Entonces retiró 10 en fila antes de empezar el octavo con boleto ante Jonathan Schoop.
Ryan Flaherty se ponchó antes que Caleb Joseph roleteara para dobleplay.
“Él no falló”, dijo el manager de los Orioles Buck Showalter de Iwakuma. “Solo pudíste contar dos o tres envíos que dejó en la zona para decir, ‘Caramba, debimos haber hecho algo con eso’”.
“Y entonces como ocurre cuando la ansiedad aparece, lo dejas sacarte del plato completamente. Eso juega a favor del pitcher cuando tratas de hacer mucho”.
El único otro pitcher japonés en lanzar un sin hits ni carreras es Hideo Nomo, quien tuvo dos: 17 de septiembre de 1996, en Colorado mientras lanzaba para los Dodgers de Los Angeles, y el 4 de abril de 2001, en Baltimore mientras lanzaba para Boston.
“Nunca pensé que lograría esto”, dijo Iwakuma. “Mucho del crédito es de mis compañeros. Ellos jugaron gran defensa hoy, y anotamos tres carreras temprano”.
Esas tres carreras llegaron frente al abridor de los Orioles, Kevin Gausman (2-4) y todas llegaron con dos outs. Franklin Gutierrez abrió el marcador con doble impulsor en el tercer inning antes de anotar con sencillo remolcador de Robinson Canó.
Dobles de Jackson y Sucre en el cuarto inning aportaron la carrera final del juego.
Entonces solo fue un asunto de si Iwakuma podría completar su gema.
“Dije hace tres semanas que pensaba que el Oso estaba de vuelta”, dijo McClendon , “y cada vez mejora más. Es agradable verlo. Este es el período más largo mientras ha estado conmigo cuando ha estado realmente sano”.
“La pelota está saliendo bien. La velocidad está de vuelta. Él puede trabajar la zona. Puede subir la recta. Eso lo hace especial”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
jueves, 13 de agosto de 2015
Erick Leal lanza 9 innings sin hits ni carreras y se va sin decisión
Midwest League (A). MilB.com 04-08-2015.
Erick Leal, South Bend (Cachorros de Chicago)
(0-0, 0.00 ERA, 1 G, 1 GS, 9 IP, 0 H, 0 ER, 0 HR, 1 BB, 4K)
Si se mira a esa línea de pitcheo se piensa que Leal lanzó un juego sin hits ni carreras. Sólo que técnicamente eso no es verdad, porque South Bend no anotó carreras en sus nueve innings y perdió 1-0, en 12 episodios ante Kane County. Sin embargo no se puede dejar de reconocer el logro del derecho de 20 años. El esfuerzo de nueve innings fue el primero de Leal en sus 58 salidas en las Ligas Menores, y la gema le ayudó a bajar su efectividad y Whip a 4.12 y 1.34 respectivamente. El venezolano del estado Carabobo no está amargado por su oportunidad desaprovechada. “Mi equipo no bateó mucho hoy, pero me ayudaron en el campo. Y estoy feliz por eso”, le dijo a MiLB.com. “Mi segunda base (David Bote) me salvó varias veces hoy. Ellos jugaron duro y yo quería pitchear duro para ellos”.
El único bateador que se le embasó a Leal fue Colin Bray por boleto en el quinto inning. Leal realizó 14 outs en rodados al cuadro. 3 outs en elevados al cuadro. 2 outs en líneas al cuadro. 4 ponches. 4 elevados a los jardines.
miércoles, 12 de agosto de 2015
La marca de juegos completos seguidos de Isaías Látigo Chavéz en la Midwest League Clase A.
Aquella temporada de 1965 se presentaba llena de expectativas para el joven lanzador. Isaías Látigo Chávez había completado su segunda temporada en la liga venezolana de beisbol profesional y ahora se alistaba para su segunda campaña con los Comodoros de Decatur en la Midwest League.
Ferdinando también se preparaba para terminar su primer año de bachillerato y desde ya se las ingeniaba para burlar por un momento la férrea vigilancia que le aplicaba Alfredo para que estudiara todas las asignaturas, porque se aproximaban los exámenes del tercer trimestre y después los finales. Todas las mañanas registraba minuciosamente las páginas deportivas de El Nacional. El primer juego que encontró en la página 3 del cuerpo deportivo fue alrededor del cinco de mayo. Ferdinando leyó la reseña como siete veces hasta que Alfredo le recordó que debía estudiar matemática. Los Comodoros habían derrotado 12-6 al Waterloo y el Látigo se había apuntado la victoria en trabajo de 9 innings. Se molestó un poco porque vio que la marca de Isaías ya era de 2-0 ¿Cómo habría terminado ese otro juego?
Empezaron los exámenes del tercer trimestre y Alfredo tuvo que suspenderle el acceso a leer el cuerpo deportivo a Ferdinando. En las pruebas de Castellano y Biología había salido reprobado. Le dijo que si llegaba a salir mal en el próximo examen le quitaría todas sus barajitas de beisbol y que se olvidara del periódico.
La siguiente oportunidad cuando Ferdinando tuvo el cuerpo deportivo en sus manos fue a principio de julio y eso porque finalmente había aprobado las últimas cinco materias de los exámenes trimestrales, entre ellas matemáticas con catorce puntos sobre veinte, y se había comprometido a estudiar dos horas diarias para los exámenes finales que estaban por comenzar. Entre las razones por las cuales Alfredo le permitió ver el periódico nuevamente estuvo que le hizo firmar una carta donde aceptaba que de salir reprobado en una materia le quitaría las barajitas definitivamente, si eran dos las asignaturas reprobadas, pasaría mucho tiempo antes de volver a leer el periódico y así sucesivamente. Ferdinando quiso protestar, solo que vio de reojo el cuerpo deportivo abierto en la página 3 y le pareció ver una información que buscaba hacía algún tiempo. Firmó el papel con pulso tembloroso sobre el escritorio de fórmica donde Alfredo tenía aquella máquina de escribir cuya pintura verde se descascaraba por efecto de la humedad y la oxidación. Tan pronto como Alfredo le dio permiso, Ferdinando se lanzó sobre el cuerpo deportivo. Isaías Chavez lanza completo y Decatur vence a Clinton 4-2. El juego era del 27 de junio. Ferdinando empezó a indagar con sus amigos y hasta se aventuró algunas veces a buscar en la onda corta del radio alguna emisora estadounidense que transmitiera el juego, por más que ensayara coordenadas en el pasillo posterior a la casa y hasta llegó a subirse al techo en buscar de sintonizar la emisora que le diera detalles de la actuación del Látigo en la Midwest League Clase A, jamás pudo dar con aquella transmisión.
Con lo que si se encontró varias veces fue con la mirada ígnea de Alfredo y sus preguntas de cómo se preparaba para el próximo examen final. El primer examen fue de Historia Universal y Ferdinando apenas sacó 10 puntos. Alfredo pasó como veinte minutos soltando sus epítetos más espinosos sobre Ferdinando. De todas las amenazas la que más lo hizo asustar fue la de que jamás le permitiría volver a leer el periódico y además le pidió que le entregara el radio.
Ferdinando sabía que si no mejoraba las notas de los exámenes se le haría muy difícil siquiera ver de lejos la página deportiva. Para el segundo examen, por más que se esforzó y registró todos sus apuntes y las hojas del libro, apenas si pudo rasguñar otro diez en Inglés. Alfredo no habló esa vez, pero su mirada decía que no quería ver a Ferdinando más allá de los confines del porche y que si volvía a sacar otro diez procedería a quemar la barajitas y definitivamente confiscar el radio.
Cuando redoblaba el paso en la calle Las Flores la mañana del tercer examen, Ferdinando se encontró con un amigo que le comentó emocionado que su papá era radioaficionado y la noche anterior habían escuchado un juego de Grandes Ligas. Pablo le dijo que su papá de vez en cuando hacía contactos con lugares muy lejanos.
En medio de la emoción por diseñar una estrategia para que su amigo consiguiera que su papá accediera a buscar una emisora de Decatur que transmitiera los juegos del Látigo, Ferdinando apenas si contestó la mitad de las preguntas del examen de geografía. Reprobó con nueve puntos. Alfredo se enfureció tanto que solicitó al profesor que le mostrara el examen de Ferdinando. Las manos se crisparon y empezaron a temblar. Cuando pudo hablar otra vez casi sollozaba, no entendía porque Ferdinando no había contestado unas preguntas que le había respondido al pelo la noche anterior. Lo sentenció a permanecer dentro de la casa por una semana, solo podría salir a la calle nuevamente si aprobaba con más de doce puntos. Ferdinando protestó que en la carta que firmó no se hablaba de prohibir salir a la calle. Aún así, el día del cuarto examen, logró informarse que El Látigo Chávez había perdido un juego 5-3 ante el Dubuque, había lanzado completo y su record ahora era 7-7.
Recordó la melodía de aquella canción de los Beatles que empezaba a sonar en la radio. Con los acordes de “In My Life” se había aprendido los conceptos y ejercicios de las clases teóricas y prácticas de biología. Sustituía la letra de la canción por las clases de biología y allí estaba todo, cantaba en voz baja y cuando se acercaba alguien empezaba a silbar y repasaba todo en la mente. Momentos antes que sonara el timbre para entrar al examen de biología Ferdinando trataba de resistir las burlas de sus compañeros, lo llamaban retrasado mental, estaba entre los tres alumnos que habían sacado 10 en el final de inglés, según ellos una prueba tan fácil que hasta un niño de kindergarten habría pasado con más de dieciséis. Ferdinando se ruborizó tanto, la sangre coloreó hasta la parte de la frente que se convierte en cabellera, que cuando recibió la hoja del examen había olvidado la canción de los Beatles. Pasó la primera media hora viendo las preguntas y mirando hacia el techo. Cuando recordó la música y “There are places I’ll remember…” apenas quedaban quince minutos de examen. El profesor sacudió el rostro cuando vio que Ferdinando empezó a escribir. Me parece que es un poco tarde amigo.
Nunca había sentido el lápiz más resbaloso, aún así Ferdinando logró responder las preguntas más sencillas y hasta las medianamente complicadas, cuando había desarrollado la primera difícil y estaba a mitad de la segunda sonó el timbre y el ritmo de “In My Life” descarriló en su mano derecha. Apenas tuvo tiempo de levantarse del pupitre y emprender una carrera desesperada, alcanzó al profesor a la salida del aula. Te salvaste en la raya, si llego a dar un solo paso fuera del aula hubieses tenido la nota mínima. La palidez del rostro de Ferdinando se mantuvo hasta casi las once y media de la mañana, cuando el profesor pegó la hoja con las notas en el vidrio de la dirección del liceo. El tumulto de estudiantes le impedía distinguir su nombre. Tan pronto leyó su nota, Ferdinando emprendió la más intensa carrera hasta su casa. Alfredo hablaba por teléfono en la oficina. ¡No señor, usted apenas sacó el mínimo permitido, por lo que apenas saldrás una hora a la calle y te voy a vigilar!
Corrió durísimo hacia la casa de la calle Las Flores, desde que salió de la casa Ferdinando podía distinguir la antena más alta de todo el vecindario, a medida que se acercaba notó que era una estructura triangular de un metal que parecía aluminio. Tocó varias veces la puerta de la casa. Pablo empezó a soltar el disgusto de su rostro cuando Ferdinando le preguntó si su papá podía conectarse con una ciudad de Estados Unidos llamada Decatur. Mi papá está ocupado ahorita Ferdinando, en este momento habla con un agricultor de México, le está preguntando sobre sus trucos para cosechar mazorcas más grandes y después tiene que hablar con España, para hacerle favor a un médico del centro de salud que quiere consultar algo sobre una técnica más rápida para detener hemorragias en la cara. Ferdinando regresó con el rostro casi escondido en su camisa. Apenas se consoló con el periódico. El 20 de julio de 1965 Decatur había derrotado a Clinton 4-0, lo que más le abría los ojos era que el Látigo había lanzado el blanqueo, sólo había permitido cinco imparables, concedió un boleto y recetó 12 ponches. Ahora su marca era de 8 ganados y 7 perdidos y todavía faltaba más de un mes de temporada.
Al aproximarse el último examen final junto a los días postreros de julio de 1965, la ansiedad de Ferdinando crecía. Aún cuando había sacado mejores notas en el resto de los exámenes finales, la mejor apenas llegaba a un pálido 13 en Formación Social Moral y Cívica. Alfredo le advirtió que debía lograr al menos un quince en el examen de matemática, si quería tener permiso para ir a casa de su amigo cuyo padre era radioaficionado. Como nunca en su vida Ferdinando revisó y registró cada una de las páginas de su cuaderno de apuntes y ¡milagro! por primera vez abría un libro de texto para estudiar. El día del examen coincidió con Pablo. Las manos de Ferdinando casi se congelan cuando escuchó que el padre de Pablo había hecho contacto con alguien en Decatur. Esa persona iba a sintonizar la emisora local que transmitía el juego de los Comodoros e iba a colocar el radio frente al micrófono de su equipo de radioaficionado. Ferdinando sabía que ese día le tocaba abrir al Látigo.
Había salido del examen seguro de alcanzar los quince puntos mínimos establecidos por Alfredo. Cuando el profesor de matemática publicó las notas una hora después, Ferdinando pasó como media hora sentado en uno de los bancos de la dirección del liceo, sabía que pedir una revisión de su examen era un arma de doble filo, porque así como podría ganar algún punto, podía perder dos, siempre los profesores aplicaban el ácido de eliminar algunas consideraciones que “habían hecho para apoyar al estudiante”. Ferdinando sabía que Alfredo lo condenaría a su cuarto al menos esa noche y así fue por unos minutos. Alfredo notó los pasos de boxeador al borde del nocaut con que Ferdinando avanzó hacia su habitación. Luego que Ferdinando cerrara la puerta, Alfredo se acercó, catorce puntos casi rozaban lo que le había exigido. Cuando notó que se apagaba la luz en el cuarto, una voz herrumbrosa salió de su cuello. Ferdinando ¿quieres ir a casa de tu amigo? ahorita llamó su papá y dice que tiene el juego en su radio que está lanzando el Látigo y van por el segundo inning. La luz se encendió y un ruido de zapatos rozando el piso precedió a la apertura de la puerta. Ferdinando abrazó a Alfredo y corrió hacia la puerta de la calle.
En menos de cinco minutos atravesó las cinco cuadras que separaban su casa de la de Pablo. Sebastián tocó la puerta, se escuchaba un ruido de interferencia radioeléctrica desde el fondo del pasillo. Pablo salió al patio. Papá deja la antena en esa posición, ya llegó Ferdinando. El hombre entró al cuarto y se lavó las manos en el baño, se sentó frente al aparato de radio y le dijo a su interlocutor que ya podía ponerles el juego de pelota. Luego se dirigió a Ferdinando ¿sabes ingles? Yo lo machuco pero sé muy poco del argot beisbolero.
Ferdinando se acercó al aparato, le parecía un historia fantástica que estuviera escuchando en tiempo real el juego donde lanzaba el Látigo. Alfredo se habría quedado boquiabierto al ver como su hijo descifraba al pelo cada palabra que decía el narrador del juego, le hubiera reclamado porque había obtenido un simple 10 en el final de inglés. Esa reclamación casi se hace realidad cuando Alfredo se apersonó en la casa de Pablo a las 10 p.m. Ferdinando le rogó para que le dejara escuchar el último inning. Afortunadamente el papá de Pablo se puso a conversar con Alfredo. Un grito de ¡siii! hizo salir a Ferdinando de la habitación. El Látigo había ganado su décimotercer juego completo seguido de la temporada y todavía era 30 de julio. Decatur derrotó 7-0 al Waterloo. Solo permitió dos imparables, concedió un boleto y ponchó 11. También fue su tercer blanqueo seguido y había detenido una seguidilla de cuatro derrotas de los Comodoros.
Los próximos días fueron amargos para Ferdinando. Alfredo decidió enviarlo a Maturín por dos semanas con sus abuelos maternos. Eso es lo que hubiera deseado Luisana. Ferdinando estuvo a punto de discutir que su mamá hubiera entendido que él quería quedarse a escuchar los juegos del Látigo en el radio del padre de Pablo. Sin embargo la imagen de los argumentos que siempre le daba Alfredo cuando hablaban de su madre le hacía reconocer a regañadientes que no se debe discutir sobre la memoria de las personas fallecidas. En la capital del estado Monagas se las ingenió para conseguir el cuerpo deportivo de El Nacional así fuese con uno o dos días de retraso. Así se enteró que el 4 de agosto Decatur había derrotado 4-2 al Fox Cities y el Látigo había vuelto a lanzar completo. El 10 de agosto habían perdido 3-2 ante el Quincy, perdieron en el cierre del noveno inning. Y el 14 Decatur había vuelto a perder ante el propio Quincy 5-4. El Látigo lanzó 9 innings, permitió 12 imparables, 5 carreras limpias, 3 boletos y 5 ponches. Ferdinando estrujó el periódico en sus manos, aunque hablaban de 16 juegos seguidos completos de Isaías Látigo Chavez, no entendía porque había vuelto a perder con el mismo equipo.
Lo único que lo hizo salir de esa desazón fue que Alfredo llegó a Maturín esa mañana y le informó que regresaban a Cumanacoa. A pesar de que su alegría era inmensa, no quiso exteriorizarla por completo, no quería herir a sus abuelos, ni ocasionar que Alfredo impidiera que fuese a casa de Pablo para escuchar el próximo juego.
Aquella tarde del 18 de agosto, Ferdinando tuvo que sacar el libro de inglés de primer año y hacer varios ejercicios antes de salir hacia la casa de Pablo. Alfredo quería que se preparara mejor para el próximo año en esa materia Quiso protestar que ya era casi la hora del juego donde el Látigo podía implantar una nueva marca de juegos completos en la Midwest League Clase A. De inmediato se tranquilizó, reflexionó sobre la posibilidad de que Alfredo, impidiese su salida y se apresuró a correr hacia la puerta. Una tenue garúa que arreciaba a mitad de camino provocó que Ferdinando desarrollara la carrera más vertiginosa en la acera de la calle La Florida, de ninguna manera quería que Alfredo saliera y lo llamara para esperar a que escampara.
Cuando tocó la puerta, escuchó el ruido de la interferencia radioeléctrica, Pablo le hizo señas para que lo acompañara hacia el cuarto del radio. Está empezando el juego. A medida que avanzaban los innings Ferdinando se apretaba las manos y caminaba toda la habitación.
En el noveno episodio Pablo debía morderse la lengua para contener la carcajada. Ferdinando se sentaba, se paraba, ajustaba las trenzas de sus zapatos, saltaba frente a la puerta, estiraba los brazos y casi gritaba cuando el narrador decía que habían conectado la pelota y a última hora salía de foul. Quería explicar que esa era su forma de ligar que el Látigo ganara y completara el juego, pero la emoción apenas le permitía hablar. Cuando el narrador dijo “…the game is over…” Ferdinando se quedó inmóvil y mudo mientras escuchaba el resumen del partido, apenas pestañeaba y respiraba. Decatur 3 – Burlington 0. El Látigo había impuesto una nueva marca de juegos completos seguidos en Midwest League, son 17 juegos en sucesión. Ahora su marca era de 12-9, lanzó 9 innings, permitió 6 imparables, concedió un boleto y ponchó 13. Bateó de 3-1 con una carrera anotada. El padre de Pablo le tuvo que decir a Ferdinando que era hora de regresar a casa, además el tenía pendientes varias comunicaciones radiales esa noche.
El 23 de agosto, Ferdinando acompañó a Alfredo en un viaje de negocios hasta Caripe. A medida que transcurría el día cada cierto tiempo imaginaba el juego que tenía pensado ir a escuchar a casa de Pablo en la noche, la posibilidad de que el Látigo lanzara completo y ganara el juego le hacía imaginar que ya estaban de regreso en la carretera rumbo a Cumanacoa. Por eso se lamentaba en silencio, ¡quién lo había mandado a aceptar la invitación de Alfredo! A medida que avanzaban las horas de la tarde y el sol declinaba hacia el oeste, Ferdinando se preguntaba infinidades de veces cuando regresarían, hasta que a las seis y cuarenta y cinco de la tarde se aventuró a preguntarle a Alfredo. Un silencio metálico reverberó en la cabina del carro, sabía cuanto se molesta Alfredo cuando le hacían ese tipo de preguntas. Finalmente tomaron la carretera a las siete de la noche. Las esperanzas de Ferdinando de llegar al menos a tiempo de escuchar el juego a partir del segundo o tercer inning se fueron esfumando a medida que Alfredo se detenían en varios lugares de la carretera para comprar hortalizas y frutas.
Llegaron pasadas la nueve de la noche, mientras se bañó y cenaron se hicieron las diez. Ferdinando pasó toda la noche imaginando que habría pasado en el juego. La mañana siguiente se atrevió a llegarse hasta la casa de Pablo. Salió el padre de este. Si, estuvimos escuchando el juego anoche, Pablo te esperó como hasta las nueve, después el juego se fue a extra innings y nos fuimos a acostar. Ferdinando debió esperar dos o tres días más por la reseña de El Nacional.
La voz de Alfredo resonaba en toda la casa, buscaba a Ferdinando, era la hora del almuerzo, el ritual de comer juntos en familia lo hizo llegar hasta los confines del pasillo posterior de la casa. Alfredo hubo de llegar hasta el fondo del pasillo y Ferdinando seguía inmerso en el pequeño recuadro de la reseña. “Beisbol Clase. Ligas Menores. Dubuque 5- Decatur 4, terminó la seguidilla de juegos completos de Isaías Látigo Chávez. Salió sin decisión, lanzó 13 innings, 7 imparables, 4 carreras limpias, 2 boletos, 13 ponches. El manager Richie Klaus relevó al Látigo en el inning 14 y allí terminó el juego”. Alfredo tuvo que llevar a Ferdinando casi a empujones hasta la mesa de la cocina. Pasó todo el trayecto reclamando que no era posible que el Látigo fuese a perder la seguidilla habiendo lanzado 13 innings.
Al día siguiente Ferdinando se consoló un poco al ver este recuadro en El Nacional: “Durante la seguidilla de 17 juegos completos, Isaías Chávez dejó marca de 10-7, 6 de las victorias fueron blanqueos, 11 de los juegos fueron a 9 episodios, los restantes a 7 innings por ser parte de doble juegos. En 140.2 innings, permitió 115 imparables, concedió 34 boletos, ponchó 125 rivales, y su efectividad fue de 1.99”.
Alfonso L. Tusa C.
jueves, 6 de agosto de 2015
¿Qué fue de Joe Orsulak?
07-06-2008. Frederick N. Rasmussen. The Baltimore Sun.
Cuando usted llama al teléfono celular del antíguo jardinero derecho de los Orioles, Joe Orsulak, el contesta con un animado: “Joe Oh. Deje su mensaje”.
El native de Nueva Jersey, quien vive en Cockeysville, comenzó su carrera profesional cuando fue escogido en el draft por los Piratas de Pittsburgh en 1980, y jugó con los Orioles por cinco temporadas, desde 1988 hasta 1992.
Los aficionados con memoria larga recordarán los dos primeros de Orsulak cuando los Orioles jugaron ante los Indios de Cleveland frente a una multitud de 44.568 para estrenar Camden Yards el día inaugural de 1992.
Él fue el primero en correr desde el dugout del estadio nuevo hacia su posición en el diamante e hizo el primer out cuando atrapó el elevado de Kenny Lofton. También lideróa a los Orioles en bateo ese año (.289).
“Yo trataba de meterme en los libros de records de cualquier manera”, le dijo a The Sun en una entrevista de 2002.
Luego jugó para los Mets de Nueva York y los Marlins de Florida antes de terminar su carrera con los Expos de Montreal en 1997.
En 1999, Tim Nordbrook, un antiguo infielder utility de los Orioles y viejo amigo quien era entrenador de beisbol en Loyola High School, le preguntó si quería ser su asistente.
“Eso terminó hace seis o siete años. No estoy trabajando, soy básicamente un papá doméstico”, dijo Orsulak en una entrevista el otro día. “No estoy haciendo nada en el beisbol y francamente, no lo extraño. He estado fuera de eso por 10 años”.
Él admite que disfruta hablar de beisbol pero no ha asistido a un juego de los Orioles en mucho tiempo.
“Realmente no tenía ganas”, dijo él. “Sabes, mientras más alto te sientas en las tribunas, más fácil es el juego. A menos que estés en el terreno, no hay manera de saber que ocurre”, dijo él. “A un jugador se le puede meter un insecto en el ojo o ser molestado por la luz solar. Sé lo duro que es, pero me estaba convirtiendo en uno de esos tipos quienes son expertos arriba en las tribunas”.
La vida de Orsulak no ha estado libre de tragedia. Su esposa, Adrianna, quién fue diagnosticada con un tumor cerebral inoperable en 1994, falleció hace cinco años.
Su hijo mayor se graduó en Loyola High School y otro es estudiante en Dulaney High.
Justo ahora, Orsulak está ocupado empacando para mudarse a un nuevo hogar en Sparks.
Él también está planeando volver a csarse este año, con Dawn Carey, una terapista ocupacional en Care Resources en Baltimore.
Hace poco asistió a un juego de los Revolution de York en York, Pa. El manager del equipo es Chris Hoiles, quien fue cátcher de los Orioles entre 1989 y 1998.
“Sam Snider, antiguo cátcher de bullpen de los Orioles, es el coach de tercera base del equipo”, dijo él.
“Me gusta ver a los jugadores de ligas menores y a los aficionados porque están tan metidos en eso. Pienso que es más interesante que ver las Grandes Ligas”, dijo Orsulak.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Nota del traductor: Actuación de Joe Orsulak con los Navegantes del Magallanes en LVBP.
Temp. Juegos VB CA H 2b 3b HR CI BB SO BR AVE
83-84 65 263 32 65 13 3 1 25 28 19 10 .247
84-85 62 241 33 76 9 4 0 27 17 11 11 .315
85-86 62 242 34 80 8 3 0 22 34 9 5 .331
En la temporada 1985-86, Joe Orsulak fue campeón de bateo y líder en imparables igualado con Raul Pérez Tovar.
lunes, 3 de agosto de 2015
Alta y adentro: Apreciando a Bob Gibson.
Miercoles, 16 de diciembre de 2009.
MARK J. EHLERS
Todo llegó junto en el verano de 1967, cuando yo tenía 8 años de edad, y el beisbol llegó a mi vida para bien. Atrapé mi primera pelota ese verano, un elevado alto bateado con un fungo por mi entrenador de pequeñas ligas. Con un cielo azul y brillante en el entorno, la blancura de la pelota se reflejaba en la incandescencia del sol, mis ojos estaban pegados en la rotación de las costuras mientras la pelota navegaba alto en el aire, me moví tres metros a mi derecha y la recibí en la malla de mi guante. Aprender a sobreponerme al miedo a la pelota y reconocer mi capacidad para el juego me ayudó a tener una confianza en mí, en el diamante de beisbol, que ha permanecido conmigo desde entonces. Desde ese momento, no hubo pelota bateada hacia mi que no pudiera atrapar, o así lo creía, la dimensión más importante de cualquier deporte. Se había formado un vínculo entre el beisbol y yo. El olor de la grama en el aire, sentir el cuero en mi mano, el sonido de la pelota conectada por un bate de madera, la belleza de los campos verdes cercados y las perfectas dimensiones entre las bases, eso se convirtió en mi religión. Batear, fildear, y lanzar se convirtió en parte de mi existencia diaria mientras el juego tomaba mayores dimensiones. El beisbol era más que solo un juego; era una actividad seria con significado y propósito. Sobre todo, me hacia exponer mis instintos competitivos. Me convertí en alguien quien quería ganar, mi identidad estaba conectada a ganar o perder sobre el campo de beisbol.
Fue durante ese verano que supe de Bob Gibson por primera vez, el gran as de pitcheo de los Cardenales de San Luis. Como un muchacho pequeño con amor por el beisbol y pasión por los Cardenales, no había pelotero que deseara emular más que a Gibson. Desde los inocentes intereses de un niño de New Jersey central, Gibson era todo en lo que deseaba convertirme, un atleta talentoso, gran competidor, ganador.
Recientemente me tropecé una entrevista de Bob Costas con Gibson y Tim McCarver en el canal de MLB, lo cual me hizo reflexionar sobre Gibson y lo que significa para mí. Cuando pienso en Gibson, una parte de mí regresa a cuando tenía nueve años, y vi en nuestro televisor a blanco y negro como Gibson lanzaba el primer juego de la Serie Mundial de 1968, ponchó a diecisiete Tigres de Detroit y estableció una marca de todos los tiempos en la serie que aún sigue vigente. Ver a Gibson lanzar era como observar a un gran artista hacer su trabajo. Tenía un windup completo desde el tope de su cabeza y un despliegue atlético y estilizado. Su pierna izquierda se levantaba y giraba alrededor de su cintura mientras se inclinaba hacia atrás, miraba sobre su hombro izquierdo, hasta que su cuerpo se dirigía hacia el plato. Cuando soltaba la pelota, sus brazos flotaban mientras su pierna derecha pasaba sobre su cuerpo con un súbito movimiento lateral que terminaba con todo su peso sobre su pie derecho, desplazando su cuerpo y todo su momento hacia primera base. Como Roger Angell lo describiera en Late Innings (Innings finales) (Ballentine Books, 1982), “el lanzamiento y su amplificación extendida hacía parecer como si Gibson estuviera saltando sobre el bateador, de manera hostil. Siempre parecía estar más cerca del plato al final que cualquier otro pitcher; él hacía que pitchear pareciera algo malicioso”.
Durante una buena parte de la carrera de Gibson, su estilo de pitcheo de hecho parecía malicioso. En diecisiete temporadas con los Cardenales, Gibson ganó 251 juegos, ponchó 3117 bateadores, y lanzó 56 blanqueos y 255 juegos completos. Dejó sin hits ni carreras a los Piratas en 1971 (Todavía tengo el recorte de periódico de ese juego), ganó dos premios Cy Young (1968 y 1970) y un Jugador más Valioso (1968), nueve guantes de oro seguidos (1965-1973), y fue el último pitcher en ganar 20 juegos y batear para un promedio de .300 (1970). En 1968, su mejor año, Gibson casi alcanzó la perfección, lanzó 13 blanqueos y terminó con una efectividad casi inhumana de 1.12 en 305 innings lanzados. A diferencia de los pitchers abridores e hoy, quienes raramente lanzan más de unos pocos juegos completos en una temporada, Gibson completó 28 juegos en 34 aperturas, y no fue sacado ni una vez de un juego en medio de un inning en toda la temporada. Es difícil comprender que Gibson haya perdido nueve juegos esa temporada (terminó con marca de 22-9), hasta que se descubre que perdió cinco juegos con marcador de 1-0. Sus compañeros le daban un apoyo ofensivo disminuido, promediaban 2.8 carreras por juego en sus aperturas. “No hay que preguntar porque yo siempre estaba gruñendo”, recordó Gibson después. La actuación de Gibson fue tan espectacular (en un año de muchas grandes actuaciones de pitcheo) que MLB bajaron el montículo de pitcheo cinco pulgadas y redujeron la zona de strike en todas las direcciones al inicio de la temporada de 1969.
Gibson se convirtió en mi pelotero favorito de todos los tiempos cuando leí su libro, From Ghett to Glory (Del Ghetto a la Gloria) (Popular Library, 1968), un recuento autobiográfico de su vida, y para mi a los nueve años de edad, el primer libro largo que hubiese leído. El más pequeño de siete hijos, Gibson creció sin padre en los barrios de Omaha, Nebraska, cuando la segregación y el racismo prevalecían en la mayor parte del país. From Ghetto to Glory y después, una versión actualizada, Stranger to the Game (Un Extranjero para el Juego) (Penguin Books, 1994), presentaron a Gibson como un hombre muy inteligente y reflexivo que poseía una gran honestidad, un gran sentido de justicia, y un intenso espíritu competitivo.
Gibson era un competidor tan intenso que odiaba jugar el los Juegos de Estrellas porque tenía que hablar con jugadores contra quienes lanzaba todo el año. Odiaba especialmente lanzarle a un cátcher de otro equipo por temor a que este descubriera algo de sus técnicas de pitcheo. Rechazaba sacrificar cualquiera asomo de competitividad que pudiese tener. Luego de su actuación record en la Serie Mundial de 1968, un reportero le preguntó si siempre había sido tan competitivo como había parecido ese día. Gibson dijo si, y dijo que había jugado con su pequeña hija centenares de juegos de ticktacktoe y la había vencido todas las veces. Aunque lo dijo con una leve sonrisa, nadie dudaba que decía la verdad. Gibson no se permitía perder con nadie.
Como un niño, yo veía a Gibson como nada menos que un héroe o modelo a seguir, sin embargo desde entonces he leído que muchas personas percibían a Gibson como alguien distante, frío y por momentos impersonal. Encuentro esto interesante solo por que contrasta con mi percepción de él. Sus amigos y compañeros de equipo siempre han descrito a un hombre cálido y afectuoso quien tomaba muy en serio los lazos de amistad. Joe Torre, quien jugara con Gibson en los cardenales a principios de los años ’70 y se convirtió en uno de sus mejores amigos, le dijo a Roger Angell en Late Innings que Gibson “puede parecer distante e indiferente para algunas personas, pero él no es la persona fría como ha sido catalogado…Él es un tipo profundo”. Torre describió como Gibson una vez le envió una fotografía de si mismo y la firmó, “Con mucho cariño, Bob”. En el mundo lleno de machismo de los deportes profesionales, preguntó Torre, “¿Cuántos otros peloteros harían eso?”
Durante la entrevista de Costas, McCarver contó la historia de cómo, cuando él fue llamado por primera vez como un joven cátcher a principios de los años ’60, el manager Johnny Keane le pedía a McCarver que le dijera a Gibson que bajara su ritmo (él siempre fue un trabajador muy rápido en el montículo). En un juego a principios de la temporada, Keane le indicó a McCarver que fuese al montículo para hablar con Gibson. Cuando McCarver se aproximó a la lomita, Gibson lo escrutó con su famosa mirada y dijo, “¿Qué haces aquí? Solo dame la pelota. Lo único que sabes de pitchear es que es difícil batear”. McCarver caminó de regreso al plato sin decir una palabra. Le dijo a Keane en el entreinning, “Si quiere que Gibson trabaje más lento, dígaselo usted”. Por los próximos seis años McCarver rechazó acercarse al montículo cuando lanzaba Gibson. Así era como le gustaba a Gibson. A pesar de sus diferentes estilos y procedencias, los dos hombres se hicieron buenos amigos y lo siguen siendo hoy.
Gibson le dijo a Costas que, después de retirarse, se enteró de que todos pensaban que era cruel porque miraba fijo al bateador, como si tratara de intimidarlo. Gibson dijo que simplemente eso no era verdad. Él usaba anteojos fuera del terreno, y debido a su pobre visión, tenía que esforzarse para ver las señas del cátcher. Dijo que su hubiese sabido que los bateadores se sentían intimidados por él, “¡Habría tratado de lucir más feo!”
La intensidad competitiva de Gibson y la maestría de lanzar adentro incrementaron su reputación por intimidar a los bateadores contrarios. Algunos pensaron que él lanzaba intencionalmente hacia los bateadores, pero no era así, y Gibson pensaba que se trataba de racismo. Él hacía lo que todos los buenos pitchers de entonces, incluyendo a Drysdale, Koufax, Wynn y Seaver, el lanzaba adentro para evitar que el bateador se sintiera cómodo en el plato y tratara de extender sus brazos con los pitcheos en la esquina de afuera. Como Gibson lo explicó en Stranger to the Game:
Yo lancé en un período de inestabilidad civil, de poder negro y puños crispados y edificios incendiados y asesinatos y disturbios en las calles. Era un país lleno de gente negra rabiosa en esos días, y por extensión, y por mi actitud en el montículo, yo era percibido como uno de ellos. Había algo de verdad en eso, pero eso tenía poco, si había algo que ver con la forma como yo trabajaba un bateador. Yo no veía el color del bateador. Miraba su estilo, su zona de strike, su velocidad con el bate, su poder, y sus debilidades.
En el mundo de acuerdo a Bob Gibson, la mayoría de los bateadores que son golpeados es debido solo a su responsabilidad. Ellos fallan en respetar el lanzamiento adentro y por tanto se encuentran invadiendo el plato, para buscar el pitcheo de afuera. Gibson creía que la zona exterior del plato le pertenecía. Si cazaba a un bateador inclinándose para sacar ventaja, soltaría una recta seis pulgadas hacia adentro “para hacerlo un hombre honesto”. Para Gibson, el lanzamiento a la espalda es “el pitcheo más malentendido del beisbol. No significa…castigar a un bateador por el propio error del pitcher, como se especulaba a menudo. Si yo efectuaba un mal lanzamiento, yo merecía ser atacado. Pero si yo hacía un buen pitcheo y el bateador aún lo golpeaba duro, entonces tenía que encontrar de establecerme. Lanzar adentro podría ser un punto de partida, para dejarle saber al bateador, por lo menos, que yo estaba ahí y tenía que ser tomado en cuenta”. Por supuesto, Gibson voluntariamente sacaba ventaja de su reputación. En 1968, después que los Medias Blancas cambiaron a Tommie Agee a los Mets, Gibson golpeó a Agee en el casco con el primer pitcheo del primer inning del primer juego de los Cardenales en el entrenamiento primaveral. Cuando Agee se levantó lentamente hasta pararse, varios periodistas le gritaron, “¡Bienvenido a la Liga Nacional, Tommie!” Agee nunca se sentiría cómodo bateando contra Gibson, quien había establecido su presencia satisfactoriamente.
Gibson iba muy en serio, en todo lo que hacía. Él no conocía otra forma. Cuando jugaba con los Trotamundos de Harlem a finales de los años ’50 (Gibson fue un baloncetista estrella en la secundaria y la universidad), Gibson dijo después que “odiaba todas esas payasadas. Yo quería jugar todo el tiempo, me refiero, quería jugar para ganar”. Jugó por dos temporadas antes de enfocar todas sus energías hacia el beisbol.
Los compañeros de equipo de Gibson sabían que cualquier vínculo que disfrutaban con él como compañero o amigo podía convertirse contra ellos como su oponente, si ellos eran cambiados. Bill White, quién jugaba primera base con los Cardenales y compartió habitación con Gibson en 1964 (cuando vencieron a los Yanquis en la Serie Mundial), fue uno de esos amigos. Cuando White fue cambiado a los Filis después de la temporada de 1965, Gibson lo golpeó con una recta la primera vez que lo enfrentó. Como Gibson le explicara después a Angell, “Aún antes de que Bill fuera cambiado, yo solía decirle que si alguna vez se sumergía a través del plato para hacerle swing a un pitcheo afuera, de la forma que a él le gustaba, yo tendría que golpearlo. Y entonces, a la primera oportunidad, él fue a buscar un pitcheo que estaba esto de lejos hacia afuera y le hizo swing, por eso lo golpeé en el codo con el próximo lanzamiento”. Para Gibson, todo esto era parte del juego. “¡Ese pitcheo, esa parte del plato, me pertenecen!”
Gibson es un hombre orgulloso, confía en si mismo, y sensible a los deslices raciales y discriminación histórica. Un hombre de opiniones fuertes acerca de la raza y la política, en sus días como jugador raramente las expresaba en público y no dejaba que suis preocupaciones sociales interfirieran con sus instintos competitivos. Un día, en 1968, un reportero de televisión le preguntó a Gibson sobre una manifestación pñor los derechos civiles que se realizaba ese día. Gibson respondió, “No me importa un …(grosería). Tengo un juego que lanzar”.
Gibson, sin embargo, siempre ha tenido un marcado sentido de lo justo y lo equivocado. Víctima del racismo y la pobreza extrema, su padre falleció antes que él naciera y Gibson sufrió numerosas enfermedades infantiles, incluyendo asma, soplo al corazón, y malnutrición de calcio, por las cuales contrajo neumonía y casi falleció; mientras era un infante, fuer mordido por una rata en una oreja. Él se sobrepuso a todo esto para convertirse en un atleta estrella de escuela secundaria en pista, baloncesto y beisbol, aún así fue dejado de lado por Indiana University debido a que habían llenado su cuota de baloncetistas negros (uno). Cuando tenía 18 años de edad, en su segundo año en Creighton University, acompañó a su equipo de baloncesto hasta Oklahoma en tren para jugar ante la University of Tulsa. En la vía, le informaron a Gibson que no podría comer o dormir con sus compañeros cuando llegaran. “Lloré cuando me dijeron eso”, recordó Gibson con Angell. No hubiera ido si hubiese sabido. No estaba listo para eso”. En 1959, cuando llegó al entrenamiento primaveral en St. Petersburg, Florida, y trató de registrarse en el hotel del equipo, se enteró de que los peloteros negros tenían que quedarse en otro lugar de la ciudad.
Moldeado por estas experiencias, Gibson desarrolló una compasión por las víctimas de la injusticia y el prejuicio. En Late Innings, Angell describió un incidente hace muchos años en el cual otro pelotero hizo comentarios antisemitas sobre un relacionista público judío quien era amigo de Gibson. Gibson detuvo al pelotero a mitad de la oración y le advirtió que mantuviera su distancia. “Y si alguna vez lanzo contra ti, te voy a golpear en el coco con mi primer lanzamiento”. (de acuerdo a Angell, este jugador en particular, afortunada o desafortunadamente, nunca enfrentó a Gibson).
Curt Flood, quien jugó el jardín central para los Cardenales durante la mayor parte de la carrera de Gibson, y quien era muy buen amigo de él, una vez recordó con Peter Goldenbock en una entrevista publicada en The Spirit of St. Louis (Spike, 2000) acerca de la dimensión humana del beisbol, sobre las amistades hechas y los vínculos formados. Aunque Flood cambiaría eventualmente al beisbol para siempre cuando retó a la clausula de la reserva en un caso que llegó hasta la Corte Suprema de los Estados Unidos, él reflexionó sobre el impacto que Gibson y otros tuvieron sobre los Cardenales de San Luis de 1967 y 1968, y como su diverso grupo de peloteros en cuanto a raza y geografía se sobrepuso a sus diferencias para desarrollar relaciones duraderas. La descripción de Flood refuerza en mí lo que más admiro de Gibson, y me deja con un sentido de esperanza y optimismo:
Los hombres de ese equipo estaban tan cercanos de ser libres del veneno racista como pudiera serlo un grupo diverso de estadounidenses del siglo veinte. Pocos de ellos habían sido de esa manera cuando llegaron a los Cardenales. Pero cambiaron. La iniciativa de construir ese espíritu vino de los miembros negros del equipo. Especialmente de Bob Gibson…Todo empezó con Gibson y yo saltando sobre barreras tradicionales para establecer comunicación con los carapálidas.
“¿Qué tal si salimos a tomar un trago después del juego?” Hoot (Gibson) le preguntaba a un pelotero quien nunca en su vida había ido a un bar con un hombre negro. Fue despreciado más de una vez. Tambien yo. Pero el espíritu era infeccioso. Luego de romper el hielo y traer a unos pocos a nuestro lado, los otros se sintieron mejor acerca de ellos y nosotros. Se desarrollaron amistades verdaderas. Tim McCarver era un niño blanco de Tennessee y nosotros eramos negros, gatos negros. La brecha era amplia y profunda. No pertenecía allí, pero ahí estaba. Hicimos un puente. Simplemente insistimos en conocer a McCarver y que él nos conociera. La extrañeza desapareció. La amistad fue más natural y normal que acampar en lados opuestos de una división que ninguno de nosotros había creado y de la cual ninguno de nosotros podía beneficiarse…
Eso era beisbol a un nuevo nivel. En ese equipo, estábamos pendientes de cada quien y compartíamos con cada cual, y reconócelo, nos inspirábamos los unos a los otros. Como amigos, nos habíamos convertido en respetuosos de las dolencias y excentricidades de cada quién, orgullosos de las fortalezas de cada cual. Habíamos alcanzado una cercanía imposible de lograr por otros medios.
Ahí estábamos, incluyendo al volátil Orlando Cepeda, el imposible Roger Maris, y el impenetrable Gibson, tres celebrados candidatos a la desunión. Ahí estábamos, latinos, negros, blancos liberales, y picamaderas redimidos, el mejor equipo del juego y el más exultante. Un hermoso adelanto de lo que sería la vida cuando los estadounidenses finalmente se integraran.
Hacia el final de From Ghetto to Glory, Gibson escribió, “Prefiero ser conocido como Bob Gibson, gran estadounidense, que como Bob Gibson, gran beisbolista”.
Mark J. Ehlers es un padre, abogado, estudiante de la vida, fanático del beisbol, filósofo político a medio tiempo, crítico social, y buscador de conocimientos, tranquilidad espiritual, y una risa ocasional. Es el autor de dos libros: Eat Bananas and Follow Your Heart: Essays of Life, Politics, Baseball and Religion (Bookstand Publishing 2011) y Life Goes On; More Essays on Life, Baseball, and Things that Matter (Bookstand Publishing 2013). Su cuento, “The Boy and the Rabbi”, fue publicado en Short Story America Anthology: Volume I (2011).
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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