jueves, 29 de julio de 2010
Ralph Houk un manager que dejó huella
“Algunas veces cuando tienes grandes jugadores, puedes echarlo a perder todo, él nunca hizo eso. Nunca se excedía en sus funciones. Era probablemente, más que un estratega, un psicólogo”, dijo Tony Kubek el campocorto de los Mulos de Manhattan a principios de los sesenta.
Para mí sencillamente era aquel estoico hombre que resistía en el dugout todos esos momentos difíciles que le tocó vivir entre 1966 y 1973. Me tocó escuchar y leer los juegos de sus últimas 4 temporadas con los Yanquis. En 1970 llegó segundo de Baltimore y los años siguientes mantuvo al equipo sobre .500 a excepción de 1973. Houk fue quién le insufló a Thurman Munson en su temporada de novato (1970), la confianza para establecerse en la Gran Carpa. Le dijo que podía ganar más juegos con su defensa, que se despreocupara del bateo. Munson terminó bateando .302 ese año, además de ganar el premio de Novato del Año.
Sus mejores temporadas como manager fueron las tres primeras con los Yanquis. Conquistó la Serie Mundial de 1961 amparado por los bates de Mickey Mantle y Roger Maris, y tambien la de 1962. En el séptimo juego de aquel Clásico de Octubre ante los Gigantes de San Francisco y ganando 1-0 en el cierre del noveno, Houk salió a conversar con su pitcher Ralph Terry, Matty Alou corría en tercera, Willie Mays en segunda. Con dos outs, Houk le preguntó a Terry si prefería lanzarle o pasar por bolas a Willie McCovey. El pitcher contestó que quería lanzarle y Houk confió en él. McCovey bateó una línea trepidante que se incrustó en el guante del segunda base Bobby Richardson.
“Ralph fue un gran hombre de béisbol que manejaba bien a sus peloteros y estos daban lo mejor por él”, dijo el inquilino del Salón de la Fama de los Tigres Al Kaline en una declaración emitida por el equipo. “Era muy respetado y a todos les gustaba compartir con él. Disfruté mucho jugando para él mi último año”.
Houk se comió las verdes en Detroit desde 1974 hasta 1977 cuando la mejor ubicación que obtuvo fue un cuarto lugar. En 1978 terminó con marca de 86-76. Esa temporada le dio la oportunidad de jugar al camarero Lou Whitaker y al campocorto Alan Trammell, quienes se convertirían en la piedra angular del equipo que ganó la Serie Mundial de 1984. En 1976 Houk tambien le dio la oportunidad de lanzar a un joven llamado Mark “El Pájaro” Fydrich y este fue capaz de terminar la campaña con marca de 19-9, 2.34 de efectividad (tope en Grandes Ligas), ganó el premio Novato del Año, lider de la Liga Americana en juegos completos (24), quinto en la Liga Americana en boletos por cada 9 innings (1.91), quinto en la Liga Americana en blanqueos (5), tercero en la Liga Americana en WHIP (1.079).
En 1981 se convirtió en manager de los Medias Rojas de Boston. El cuarto manager hasta ese momento de cinco que han dirigido a los Yanquis y los Medias Rojas. Frank Chance dirigió a los Yanquis en 1913 y 1914 y a Boston en 1923. Joe McCarthy Yanquis: 1930-46. 8 Series Mundiales. Medias Rojas: 1948-50. 2 segundos y un tercer lugar. Bucky Harris. Medias Rojas: 1934. cuarto lugar. Yanquis: 1947-48. 1 Serie Mundial. Cuarto lugar. Don Zimmer. Medias Rojas: 1976-80. 1 quinto. 2 segundos y dos terceros lugares. Yanquis: 1999. interino de Joe Torre.
Houk dejó los siguientes números con los Yanquis ante los Medias Rojas: 100 ganados, 98 perdidos (1961-63, 1966-73). Ganó 5 de 11 series particulares y una quedó igualada.
Los números de Houk con los Medias Rojas ante los Yanquis: 24 ganados, 21 perdidos (1981-1984). Se adjudicó tres de las 4 series particulares la otra quedó igualada.
La marca general de Houk como manager de los Yanquis fue: 944 ganados, 806 perdidos (.539). Tres primeros lugares entre 1961 y 1963. Último lugar en 1966. Noveno lugar en 1967. Quinto lugar en 1968 y 1969. Segundo en 1970. Cuarto del ‘71 al ‘73.
La marca general de Houk como dirigente de los Medias Rojas fue: 283 victorias, 259 derrotas (.522). Quinto lugar en 1981. Tercero en 1982. Sexto en 1983. Cuarto en 1984.
Durante su estadía en Boston le dio la oportunidad de empezar a mostrar su capacidad a peloteros como Wade Boggs, Roger Clemens, Bruce Hurst y Marty Barrett, parte de la espina dorsal del equipo que ganó el banderín de la Liga Americana en 1986
Houk se retiró del béisbol luego de servir como asistente especial del gerente general de los Mellizos de Minnesota Andy MacPhail, entre 1987 y 1989. Allí disfrutó del triun fo en la Serie Mundial de 1987 ante los Cardenales de San Luis.
Alfonso L. Tusa C.
jueves, 22 de julio de 2010
El antíguo manager de los Yanquis y los Medias Rojas, Ralph Houk, fallece a los 90 años.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
miércoles, 21 de julio de 2010
Con una basta
En épocas pasadas los lanzadores permanecían en el montículo 9 y más innings mientras defendían su blanqueada. A partir de algún momento de los años sesenta se empezó a considerar la posibilidad de que los excesos en los lanzamientos acabaran más rápido con la carrera de un lanzador, partiendo de la tesis de que el acto de lanzar una pelota es un movimiento antinatural. Así aparecen el conteo de los lanzamientos y la especialización de los pitchers relevistas.
Es cierto que al dosificar el esfuerzo de los pitchers se conservan mejor sus facultades en el tiempo, sin embargo a veces se exagera y no se deja que los pitchers terminen lo que comenzaron aún cuando puedan sentirse en buenas condiciones de seguir, con lo cual se priva al béisbol de aquellas epopeyas monticulares de antaño. Como cuando Leon Cadore (Brooklyn Robins) y Joe Oeschger (Boston Braves) se enfrascaron en un duelo por 26 entradas el 01 de mayo de 1920. En una carta escrita a Jerome Holtzman, Cadore recordaba que una semana antes de ese juego, Oeschger y él habían tenido otro duelo de pitcheo que ganó Cadore 1-0 en once episodios. “Si me preguntan que efecto tuvo aquel juego de 26 innings en mi brazo, les diré que no pude levantarlo por dos días. En el inning 20 el manager Wilbert Robinson me preguntó si me estaba cansando”.
Por su parte Oeschger dijo que se sintió un poco cansado al final del juego que terminó 1-1 debido a la caida de la noche. “Me benefició mucho que pude retirar el séptimo inning con sólo tres lanzamientos”. Antes de este juego había lanzado un juego de 20 innings que terminó igualado 9-9 ante los Filis de Filadelfia el 30 de abril de 1919 y su pitcher Burleigh Grimes.
El 02 de julio de 1933 los Gigantes de Nueva York vencieron 1-0 a los Cardenales de San Luis en PoloGrounds. Carl Hubbell lanzó los 18 episodios y se apuntó la victoria. Tex Carleton lanzó 16 innings y Jesse Haines (1.2 innings), fue el pitcher derrotado. Hubbell se las ingenió para ponchar a 12 y mantener la pelota en la zona de strike, a lo largo del desafío ningún bateador se le embasó por boleto, he aquí una de las razones por las que muchos pitchers de antaño duraban más en los juegos, tenían un gran control y dominio de la zona de strike. Sólo permitió 6 imparables. De acuerdo a Waite Hoyt la fuente de la destreza de Hubbell era su incomparable control en la curva, lo que le permitía sorprender con su screwball.
El 05 de junio de 1938 Andrés Julio Baez por el Pastora y Lázaro Salazar por Gavilanes se enzarzaron en un ardoroso duelo que duró 20 episodios en el estadio El Lago. Baez alineó de quinto en el orden al bate por Pastora. Salazar fue el tercer madero de la alineación de Gavilanes. Pastora amenazó en el segundo episodio cuando Manduco Portillo (c) se embasó por error del campocorto Luis Aparicio Ortega. Pedro Baez "Grillo A" siguió con imparable. Pero una línea trepidante del dominicano Horacio Martínez (ss) fue atrapada hacia delante por el jardinero izquierdo Vidal López y dobló en segunda a Portillo.
La definición llegó en el cierre del vigésimo episodio. Andrés Julio Báez despachó doblete entre left y centerfield. Domingo Barboza largó otro doble para dejar en el terreno a Gavilanes. Barboza recuerda que luego del partido Lázaro Salazar le dijo en broma que le había puesto la bola porque pensaba que iba a tocar para arrimar a Báez a tercera.
El encuentro duró 6 horas y 30 minutos. Andrés Báez enfrentó 65 Gavilanes en 20 episodios, aceptó 5 imparables, concedió 4 boletos y recetó 10 ponches, 5 de ellos ante Vidal López. Salazar le lanzó a 67 pastoreños en 19 innings, aceptó 9 imparables, 1 carrera limpia, concedió 2 boletos y ponchó a 13.
Otro juego donde los pitchers mantuvieron la pizarra con el mínimode anotaciones por más de 15 episodios ocurrió el 06 de agosto de 1959 en Memorial Stadium. Billy O’Dell abrió por los Orioles, los Medias Blancas le hicieron una carrera en el tercero, luego lo relevó Hoyt Wilhelm en el noveno. Por los patiblancos abrió Billy Pierce y se mantuvo por 16 entradas en el morrito. Los oropéndolas le igualaron el juego en el cierre del octavo. O’Dell permitió 5 hits, concedió 4 boletos y ponchó 1 en 8 innings. Wilhelm lanzó 10 episodios sin permitir carreras, le dieron 2 hits, concedió 3 boletos y ponchó 7. Pierce aceptó 11 imparables, concedió 3 boletos y ponchó 7. Turk Lown lo relevó en el inning 17. En 2 innings aceptó 1 imparable y ponchó 2.
Una de las batallas más ardorosas que hayan desarrollado dos lanzadores ocurrió el 02 de julio de 1963. Juan Marichal abrió por los Gigantes de San Francisco y Warren Spahn por los Bravos de Milwaukee. Candlestick Park empezó a llenarse de suspenso cuando llegó el cierre del noveno episodio y el juego seguía 0-0. A partir de ese momento el manager Alvin Dark le avisaba a Marichal que si el juego seguía lo sacaría en el próximo inning. Cuando llegó el episodio 14 Dark parecía decidido a usar su bull pen. Marichal le hizo una observación, “¿Usted ve a ese hombre que está lanzando por los Bravos? Él tiene 42 años. Yo tengo 25. Si el puede seguir lanzando, yo también” . Willie Mays decidió el juego con jonrón en el cierre del inning 16. Marichal lanzó 16 entradas, permitió 8 imparables, 0 carreras, 4 boletos, 10 ponches. Spahn lanzó 15.1 innings, 9 imparables, 1 carrera, 1 boleto, 2 ponches.
Este juego hizo recordar el último donde dos lanzadores llevaron un blanqueo hasta el episodio décimosexto. En aquella ocasión Jack Harshman de los Medias Blancas de Chicago enfrentó a Al Aber de los Tigres de Detroit en el viejo Comiskey Park el 13 de agosto de 1954. Lo Medias Blancas ganaron 1-0 con triple de Orestes Miñoso a la derecha que remolcó a Nellie Fox desde primera base. Harshman lanzó 16 entradas en blanco, 9 imparables, 12 ponches, 7 boletos. Aber trabajó 15.1 episodios, 1 carrera, 8 ponches, 3 boletos.
Quizás el juego que recordaremos a continuación dista de ser un duelo individual de lanzadores, sin embargo es indudable la intensidad del forcejeo. El 15 de abril de 1968 los Mets de Nueva York se aparecieron por el Astrodome para enfrentar a los Astros. Don Wilson abrió por los siderales y Tom Seaver por los metropolitanos. Wilson resistió 9 episodios donde aceptó 5 imparables, 0 carreras, concedió 3 boletos, recetó 5 ponches. Seaver aguantó 10 entradas, permitió 2 imparables, 0 carreras, 0 boletos, recetó 3 ponches. Jon Buzhardt (2 innings), Danny Coomb (2 innings), Jim Ray (7 innings) y Wade Blasingame (4 innings) (G), sucedieron a Wilson. Ron Taylor (1 inning), Cal Koonce (1 inning), Bill Short (1 inning), Dick Selma (.2 inning), Al Jackson (3 innings), Danny Frisella(2.1 innings), Les Rohr (2.1 innings) (P), relevaron a Seaver. Houston ganó 1-0. El juego se decidió en el episodio 21 por un error del campocorto Al Weis.
El primero de septiembre de 1967, los Gigantes de San Francisco llegaron al Crosley Field para enfrentar a la novena de Cincinnati. Mel Queen abrió por los Rojos y Gaylord Perry por los Gigantes. Queen lanzó 8.1 episodios sin permitir anotaciones, 8 imparables, 1 boleto, 10 ponches. Perry transitó 16 entradas, 0 carreras, 10 imparables, 2 boletos, 12 ponches. Ted Abernathy (3.2 innings), Don Nottebart (5 innings), Bob Lee (3 innings) (P). Relevaron por los Rojos. Frank Linzy (5 innings) se apuntó la Victoria para los Gigantes. Jim Ray Hart anotó la carrera de la victoria impulsado por boleto de Dick Groat en el inning 21.
En la actualidad presenciar un juego donde el pitcher abridor complete 9 entradas es algo inesperado. Si alguno llegase a lanzar más de 10 episodios estaríamos presentes en el museo de béisbol más grande y bullicioso que se pudiera imaginar y si está lanzando sin hits ni carreras los gritos tendrían la misma intensidad de un alfiler impactando el cemento del estadio.
Alfonso L. Tusa C.
viernes, 16 de julio de 2010
Una Simple Entonación. Una Impresión duradera
Hace 10 años cuando Bob Sheppard aún no tenía 90, entré a su pequeño palco en Yankee Stadium y le pregunté por su memoria de la primera vez que había estado en un parque de béisbol. Él levantó la vista del libro que leía entre bateadores, y preguntó con aquella maravillosa voz: “¿Te gustaría mi recuerdo del primer juego al que asistí o del primer juego donde trabajé como locutor oficial?”
“Ambos”, le dije. Por mí ha podido haber referido hasta el momento en que compró su primer perro caliente en el estadio.
Su primera reminiscencia se ubicó en su visita al estadio en los años veinte, quizás cuando tenía alrededor de 10 años. Fue una memoria general, no un caletre del box score, pero la refirió con emoción y un toque de perspectiva histórica
Yo era un muchachito y me sentaba en las gradas del jardín derecho. Desde allí veía a Babe Ruth, Lou Gehrig, y un tipo de apellido Williams, no Ted Williams. Ken Williams de los Carmelitas de San Luis”, dijo con su característica precisión y baja cadencia. “Mi ídolo era George Sisler, quién era un primera base perfecto para mí”.
Entonces vino su memoria de 1951, su primera temporada como locutor interno de los Yanquis.
“Los Yanquis alineabam a Johnny Mize en primera base, Jerry Coleman en segunda. Phil Rizzuto en el short, Billy Johnson en tercera”, dijo Sheppard. “Jackie Jensen jugaba en el jardín izquierdo. Joe DiMaggio en el central y Mickey Mantle en el derecho. Yogi Berra era el catcher y un tipo de nombre Vic Rashi era el pitcher, y vencimos a los Medias Rojas. Cinco de esos nueve peloteros están en el Salón de la Fama”.
Sin duda la historia de su juego como novato era algo que le preguntaban frecuentemente no como un recurso defensivo, sino en el mismo estilo que los fanáticos le pedían a Sinatra que cantara “A mi manera”. Pero Sheppard contaba la historia como si fuera la primera vez que lo hacía.
La muerte de Sheppard el domingo 11 de julio de 2010, es una prueba de lo mucho que él trascendió a su trabajo de locutor interno de Yankee Stadium. ¿Cuántos locutores internos famosos hay? ¿Cuántos son de renombre como Sheppard? ¿Cuántos de ellos generaron imitaciones como lo hizo Sheppard?
Su fama rivalizaba y hasta superaba la de muchos de los hombres que ocupaban la caseta de transmisión de los Yanquis. Eso no es un insulto, es solo un hecho. Él no tenía que hablar por 3 horas para hacerse famoso. Decía muy poco, pero fue conocido como La Voz de Dios, sus entonaciones le provocaban escalofríos a los peloteros y a los aficionados. Si los Yanquis eran arrogantes, Sheppard era elegante. En los años difíciles de los Yanquis, Sheppard mostró su clase.
¿Alguién recuerda quién lo precedió?
El trabajo de Sheppard era simple: Nos saludaba, presentaba las alineaciones, nos informaba el bateador de turno y el pitcher, y nos aconsejaba manejar con cuidado de regreso a casa.
Una vez bromeó y dijo que todo lo que tenía era longevidad, pero la longevidad mezclada con claridad y esa maravillosa voz hacían de él una estrella.
El no se inspiró como locutor en ninguna voz deportiva, sino por dos curas Vicentinos, uno era un “orador feroz” y el otro un “cultor de la semántica”, dijo en una ocasión.
El estilo Sheppard se basaba en varios principios.
Él pensaba que el nombre de un hombre era un tesoro personal. Por eso se maravillaba con los nombres. Los respetaba. En particular disfrutaba los nombres sonoros (“Mick-ey Man-tle”) y los extranjeros (Ál-va-ro Es-pi-no-za). En los años 50, una vez sintió temor de pronunciar mal el nombre del infielder Wayne Terwilliger, pero nunca se equivocó.
Dos, pensaba que la gente hablaba muy rápido. Por lo tanto se expresaba lentamente. Su cadencia en el hogar, en la escuela secundaria y en las clases universitarias de oratoria, en un bar local o en la misa, era la misma que cuando anunciaba algo en el estadio. “Muy pau-sa-do”.
Tres, él sentía que su trabajo requería que fuese “claro, conciso y correcto”.
La desaparición de Sheppard se siente como la pérdida de un representante significativo del civilismo en el mundo. Esa cualidad, además de su excepcional voz, será muy extrañada.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
El dueño de los Yanquis, George Steinbrenner, fenece a los 80 años.
New York. (AP) Él era el Jefe explosivo del béisbol.
Él reconstruyó al dinastía de los Yanquis, al iniciar la era de los salarios multimillonarios y aceptar a cambio sólo Títulos de Serie Mundial.
Él contrataba managers, los despedía y los volvía a contratar.
Tenía altercados con comisionados, con otros dueños de equipos, insultaba a sus jugadores y dominaba los encabezados de los tabloides, hasta eclipsar al Juego de Estrellas el día de su muerte.
George Michael Steinbrenner III, quién inspiró y aterrorizó a los Yanquis en más de tres décadas como dueño, falleció este martes 13 de julio de 2010 de un ataque al corazón.
“Él fue y siempre será un Yanqui de Nueva York tanto como Babe Ruth, Lou Gehrig, Joe DiMaggio, Mickey Mantle, Yogi Berra, Whitey Ford,
y todas las otras leyendas Yanquis”, dijo el comisionado del béisbol Bud Selig.
Una vez rechazado por los aficionados por su naturaleza tempestuosa, Steinbrenner cambió mucho en su década final y fue muy estimado por sus empleados y rivales por sus éxitos.
Steinbrenner fue trasladado desde su hogar al Hospital St. Joseph de Tampa, Fla. Y falleció a las 6:30 am, le informó a Associated Press una persona allegada al Jefe. La persona habló desde el anonimato porque el equipo no había develado esos detalles.
“George fue un competidor feroz que fue el aliado perfecto de la ciudad que nunca duerme, pintoresco, dinámico y siempre buscando las estrellas”, dijo el antíguo Presidente Bill Clinton..
El capitán de los Yanquis, Derek Jeter agregó. “Siempre esperaba la perfección”.
En 37 años y medio, Steinbrenner transformó un moribundo equipo de 10 millones de dólares en un coloso de 1600 millones de dólares que se convirtió en el modelo de una franquicia moderna, una con su propia cadena de televisión y negocios de comida en el estadio.
Bajo su a menudo brutal pero siempre pintoresco reino, los Yanquis ganaron 7 Series Mundiales, 11 Banderines de la Liga Americana, y 16 Títulos de la División Este de la Liga Americana. A través de espectaculares adquisiciones donde gastaba inmensas cantidades que provocaron que el presidente de los rivales Medias Rojas de Boston
llamara a los Yanquis de Steinbrenner “El Imperio Maligno”.
Él mudó a los Yanquis de la tradicional “Casa que Ruth construyó” a un nuevo Yankee Stadium de 1500 millones de dólares. Llámela “La casa que el Jefe construyó”. Sólo fue allí en 4 oportunidades: la inauguración de abril de 2009, los dos primeros juegos de la última Serie Mundial y la inauguración de este año, cuando Jeter y el manager Joe Girardi fueron a su palco y le entregaron su séptimo anillo de Serie Mundial.
“Él era muy emocional”, dijo su hijo Hal.
Las arrancadas de toda la vida de Steinbrenner trascendieron el deporte y lo convirtieron en figura de la cultura pop que fue parodiada en la comedia televisiva “Seinfeld” y hasta por el propio Steinbrenner en comerciales.
“George eral el Jefe, él no cometía errores”, dijo Berra, el inquilino del Salón de la Fama que terminó 14 años de enemistad con Steinbrenner en 1999. “Él convirtió a los Yanquis en campeones, eso es algo que nadie puede negar. El fue un hombre muy apasionado, preocupado, generoso. George y yo tuvimos nuestras diferencias pero ¿quién no las tiene?. Nos hicimos grandes amigos en la última década, lo extrañaré mucho”.
La muerte de Steinbrenner a 14 horas del primer pitcheo del Juego de Estrellas en Anaheim, Calif., fue la segunda en tres días que estremecía a los Yanquis. Bob Sheppard, el reverenciado locutor interno desde 1951 a 2007, falleció el domingo a los 99 años.
Un tributo en video fue mostrado a los peloteros y estos bajaron la cabeza durante un minuto de silencio guardado antes de la interpretación del himno nacional en Angel’s Stadium. Jeter y los Yanquis usaron bandas luctuosas en los brazos. Las banderas de Estados Unidos, Canadá y California fueron izadas a media asta.
Nueva York tenía 11 años sin ganar un campeonato cuando Steinbrenner, entonces un oscuro constructor de barcos de Ohio, encabezó un grupo que compró el equipo a CBS Inc., el 03 de enero de 1973 por 8.7 millones de dólares.
Forbes ahora valora a los Yanquis en 1600 millones de dólares, sólo por detrás del Manchester United (1800 millones de dólares) y los Dallas Cowboys (1650 millones de dólares)
El antíguo comisionado Fay Vincent, quién disputó varias batallas con Steinbrenner, dijo que su legado había sido convertir a los Yanquis en “una absoluta mina de oro y un monstruo de poder y éxito en el béisbol”.
“Él fue uno de los pocos que entendió que esta era una franquicia simbólica y que la podía convertir en algo especial, y lo hizo”, dijo Vincent.
Steinbrenner controlaba todos los detalles de manera obsesiva, desde los cambios hasta los ventiladores de aire que mantenían su estadio lleno. Cuando pensaba que el estacionamiento del equipo estaba muy lleno, Steinbrenner se paraba detrás de una camioneta donde no lo vieran, y le pedía a un vigilante que le solicitara las credenciales a cada chofer.
Pero él también trataba de suavizar su temperamento mediante buenas acciones y frecuentes donaciones de caridad anónimas.
Sus actividades fueron interrumpidas por dos prolongadas suspensiones, incluyendo una de 15 meses en 1974 después de reconocer que había conspirado para hacer contribuciones ilegales por la campaña de reelección del Presidente Richard Nixon. Steinbrenner fue multado con 15000 dólares aunque luego fue perdonado por el Presidente Ronald Reagan.
También fue vetado por 2 años y medio por pagarle al apostador Howie Spira para que consiguiera información negativa de Dave Winfield, con quién Steinbrenner tenía un enfrentamiento.
Steinbrenner siempre fue conocido como “El Jefe”, un apodo que disfrutaba a plenitud porque actuaba con una fusta de hierro. Mientras vivía en Florida en sus últimos años, seguía siendo una fija en los periódicos de Nueva York por sus recurrentes arranques temperamentales.
Steinbrenner estuvo delicado de salud los últimos 6 años y medio, por lo cual tuvo pocas apariciones públicas y declaraciones. Estuvo en el velatorio del gran Otto Graham de la NFL, en diciembre de 2003, se le vio débil en agosto de 2006 cuando habló brevemente en los trabajos iniciales de la construcción del estadio nuevo, y se enfermó mientras veía un juego universitario de su nieta en North Carolina en octubre. En el entrenamiento primaveral de este año usó una silla de ruedas y necesito ayuda para levantarse durante el himno nacional.
A medida que su salud desmejoraba, Steinbrenner dejó que sus hijos tomarán el control de los negocios familiares. En noviembre de 2008 le entregó formalmente el mando a su hijo Hal.
Vestía con su tradicional chaqueta azul marino y una camisa cuello de tortuga blanca, sin embargo era un modelo de éxito.
“Era de verdad el dueño más influyente e innovador de todos los deportes”, dijo el antíguo alcalde de Nueva York Rudy Giuliani. “Hizo de los Yanquis una fuente de gran orgullo para los Neoyorquinos”.
Hasta el día de su muerte, Steinbrenner pedía campeonatos. Le llamó la atención a Joe Torre en los play offs de 2007, luego lo dejó ir luego de 12 temporadas porque perdió de nuevo en la primera ronda. El equipo ganó una nueva Serie Mundial el año pasado.
“Siempre recordaré a George Steinbrenner como un hombre apasionado, un jefe estricto, un visionario, un gran humanitario, un gran amigo”, dijo Torre. “No podía ser de otra manera sino que terminara como campeón mundial”.
El alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, ordenó que las banderas se izaran a media asta en la Plaza de la Alcaldía.
“Pocas personas han tenido un impacto más grande en Nueva York en las últimas cuatro décadas que George Steinbrenner”, dijo Bloomberg. “George sentía un gran amor por Nueva York, y su firme determinación por triunfar, combinada con su profundo respeto y aprecio por el talento y el trabajo duro hicieron de él un neoyorquino especial”.
Cuando el antíguo entrenador de fútbol americano compró el equipo, prometió que mantendría sus manos fuera de las operaciones.
“No pretenderemos ser algo que no somos”, dijo. “Me quedaré con la construcción de barcos”.
Difícilmente las cosas ocurrieron de esa manera.
Cambió de manager 21 veces y dispuso de alrededor de una docena de gerentes generales. Cuando un empleado de relaciones públicas de los Yanquis viajó a Ohio por el feriado de Navidad y regresó intempestivamente para dar una conferencia de prensa a fin de anunciar la renovación del contrato de Dave Cone, Steinbrenner lo despidió.
“No hay nada más limitado que ser un socio limitado de George Steinbrenner”, dijo John McMullen uno de sus socios.
Steinbrenner contrató a Martin en 1975, 1979, 1983, 1985 y 1987, lo despidió 4 veces y lo dejó renunciar una vez cuando tuvieron una disputa relacionada con sus personalidades.
Martin criticó al jardinero Reggie Jackson y a George Steinbrenner al decir: “Los dos se merecen mutuamente, uno es un mentiroso nato el otro es un convicto”.
Después que Steinbrenner despidió a Berra luego de los primeros 16 juegos de la temporada de 1985, el campeón de 10 Series Mundiales dijo que no regresaría al Yankee Stadium ni por un juego a menos que Steinbrenner se disculpara, lo cual hizo 14 años después.
En 1985, Steinbrenner ridiculizó al futuro inquilino del Salón de la Fama Dave Winfield al llamarlo Mr. May, por su pobre rendimiento, al compararlo negativamente con Jackson, cuyo apodo era “Mr. October”. Una vez también llamó al lanzador japonés Ideki Irabu “lagartijo gordo”.
Los peloteros respondían con sus propios insultos. Una noche de 1982, el relevista Rich “Goose” Gossage llamó a Steinbrenner “el saporrito”.
Steinbrenner no se disculpaba por sus arranques, ni siquiera cuando estos le traían consecuencias dificiles.
“No siempre he hecho un buen trabajo, y no siempre he sido exitoso”, dijo Steinbrenner en 2005. “Pero al menos lo he intentado”.
Con todo, Steinbrenner se reía de si mismo. Fue anfitrión de “Saturday Night Live”, payaseó con Martin en un comercial de cerveza y se parodió en “Seinfeld”.
Steinbrenner gastó libremente en Jeter, Jackson, Alex Rodriguez, Jason Giambi, CC Sabathia y otros con la esperanza de más títulos.
“Ganar es lo más importante en mi vida, después de respirar”, A Steinbrenner le gustaba decir. “Primero respiro y después gano”.
Tenía una placa en su escritorio que decía: “Lidera, apoya o sal del camino”.
A Steinbrenner le gustaba citar personajes militares y veía los juegos como una extensión de la guerra. En el túnel que llevaba del club-house de los Yanquis al terreno de juego del estadio viejo, él colocó un afiche con una cita del General Douglas MacArthur: “No hay sustituto para la victoria”.
Se unió a Al Davis, Charlie O. Finley, Bill Veeck, George Halas, Jack Kent Cooke y Jerry Jones como los dueños de equipo más reconocidos. Pero los intereses deportivos de Steinbrenner iban más allá del béisbol.
Él fue asistente del entrenador de fútbol americano en NorthWestern y Purdue en los años 50 y fue parte del grupo que compró a los Cleveland Pipers de la American Basketball League en los años 60.
Fue Vice-Presidente del Comité Olímpico Estadounidense entre 1989 y 1996 e inscribió 6 caballos en el Kentucky Derby, no pudo ganar con Steve’s Friend (1977), Eternal Prince (1985), Diligence (1996), Concerto (1997), Blue Burner (2002) y el favorito de 2005, Bellamy Road.
Para muchos los Yanquis y Steinbrenner eran sinónimos. Sus aficionados aplaudían su estilo de ganar a cualquier costo, sus detractores lo culpaban por desequilibrar el balance competitivo con sus salarios exorbitantes.
Steinbrenner negoció un contrato de 486 millones de dólares por 12 años de transmisiones a través de la empresa de cable televisivo del Mdison Square Garden en 1988 y en 2002 lanzó la empresa de cable de los Yanquis: Yes Network.
Más adelante los Yanquis se convirtieron en el primer equipo con una nómina que sobrepasaba los 200 millones de dólares, lo que provocó rabia y envidia en los otros dueños. Cuando los Yanquis firmaron a Steve Kemp después de la temporada de 1982, el dueño de los Orioles de Baltimore Edward Bennett Williams dijo que Steinbrenner acumulaba jardineros “como armas nucleares”.
No se pueden negar los resultados. Cuando Steinbrenner compró a los Yanquis, tenían 8 años si llegar en primer lugar, su sequía más larga desde que Ruth y Cia., ganaran el primer banderín del equipo en 1921.
“George ha sido un dueño muy carismático y controversial, dijo Selig en 2005. “Miren lo que hizo, restauró la franquicia de los Yanquis de Nueva York”.
El antíguo presidente de la Liga Americana Gene Budig, algunas veces estuvo en contra de ciertos manejos de Steinbrenner. Luego que abandonó el cargo, Budig mantuvo una amistad con él y hasta lo promocionó para el Salón de la Fama.
Steinbrenner también tenía un lado suave. Algunas veces se enteraba de que algunos atletas de secundaria se habían lesionado y les enviaba dinero parea que fueran a la universidad. Pagó el costo de los estudios de medicina de Ron Kamaugh luego que el padre del nadador falleciera durante la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992.
Steinbrenner tenía una manera de volver a contratar a quién una vez despidió y le gustaba dar segundas oportunidades a quienes habían desaprovechado un favor, como hizo con Darryl Strawberry y Dwight Gooden.
“Soy 95 % Mr. Rogers”, dijo Steinbrenner al aproximarse a su cumpleaños 75, “y sólo 5 % Oscar the Grouch”.
Steinbrenner creció en Cleveland como aficionado de los Yanquis, pero su primera pasión fue el fútbol americano. Él siempre recordaba con cariño cuando iba a ver a los Browns en el invierno, muchos creen que la mentalidad de ganar por que si de la NFL modeló su actitud en todos los deportes.
Steinbrenner fue criado en un hogar estricto, bajo la ejida de su padre, Henry. Era el mayor de 3 hermanos, Steinbrenner asistió a la Culver Military Academy de Indiana. En Williams College corría en pruebas de pista y se especializó en las de vallas. Luego se alistó en la Fuerza Aerea.
Después se inscribió en Ohio State para obtener una maestría en Educación Física. Su intención era hacer carrera como entrenador de fútbol americano. Pero luego de trabajar en una secundaria de Columbus y en Purdue y Northwestern, se regresó al mundo de los negocios.
En 1963, Steinbrenner compró Kinsman Transit Co., a su familia y la convirtió en una compañía próspera. Cuatro años después, Steinbrenner y Asociados se hicieron con la
American Ship Building y la revitalizaron.
Fue en Cleveland que Steinbrenner conoció al ejecutivo de béisbol Gabe Paul y se involucró con el grupo que compró a losYanquis. Con 13 socios, Steinbrenner compró el equipo a la CBS.
“Cuando eres un fabricante de barcos nadie te presta atención”, dijo Steinbrenner. “Pero cuando eres dueño de los Yanquis de Nueva York si lo hacen y yo adoro eso”.
Así empezaron los días del Zoológico del Bronx. Mientras él estaba suspendido los Yanquis entraron a la era de la libre agencia al firmar a Jim Catfish Hunter en un contrato de 3.75 millones de dólares. Aún cuando se dice que él estaba vetado de participar en las operaciones diarias del equipo. Nadie cree que Steinbrenner estuvo ajeno a esa negociación.
En los primeros 5 años de la libre agencia, Steinbrenner firmó a 10 jugadores por alrededor de 38 millones de dólares. La firma de Winfield por 18 millones de dólares fue el contrato más rico que se le diera a un agente libre para su momento.
Durante esos años el Yankee Stadium fue sometido a una remodelación de 100 millones de dólares y reabrió sus puertas en 1976. Ese año los Yanquis ganaron el banderín de la Liga Americana, pero fueron barridos en la Serie Mundial por la Gran Maquinaria Roja de Cincinnati. Los Yanquis regresaron para ganar las Series Mundiales de 1977 y 1978 y el banderín en 1981.
Además de sus hijos a Steinbrenner le sobrevive su esposa Joan, sus hijas Jennifer y Jessica y 13 nietos
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Omar Infante, el utility estrella
Traducción. Alfonso L. Tusa C.
martes, 13 de julio de 2010
Para cumplir la solicitud de el hombre que le dio la voz al Yankee Stadium.
Bob Sheppard le dio la voz al edificio. Transformó todo ese acero y concreto del Yankee Stadium en un querido viejo amigo, esa voz era confiable, pausada y siempre estaba ahí. Los jugadores iban y venían, las temporadas amanecían y atardecían, y la única constante por 56 años, mientras los padres traían a sus hijos de la misma manera que sus padres los trajeron a ellos, era que Bob Sheppard sonaba refinado, elocuente y hasta como un dios.
Hubo un juego en los años 80 cuando la puerta del bull pen del Yankee Stadium quedó abierta luego de un cambio de lanzadores. Los árbitros trataron en vano de llamar la atención de alguien en el bull pen para que cerraran la puerta, la cual era parte de la pared entre el jardín izquierdo y el central, y así el juego pudiera reanudarse. Sheppard se percató de lo que ocurría.
De pronto, en uno de esos raros momentos durante el juego, cuando él le hablaba al público de cualquier otra cosa que no fuera la presentación de un bateador, Sheppard anunció en esa cadencia propia de él: “Podría alguien del area del bull pen, por favor cerrar la puerta del bull pen. Gracias”.
La puerta fue cerrada inmediatamente, como si se corriera el riesgo de ser alcanzado por un rayo o dos. Solo Sheppard podía convertir un momento tan prosaico en algo cercano a la divina providencia. Yo estaba en el palco de prensa esa noche y me impresionó la naturaleza del liderazgo de su voz. El estadio quedó en silencio. Su voz creó el efecto de aquella escena de Charlton Heston en la película “Los diez mandamientos” de una forma cinemática, de veras sonó como la voz de Dios viniendo de abajo hasta lo más alto.
Para miles de peloteros de la Liga Americana por más de medio siglo, había dos ritos que cumplir para confirmar su llegada a las Grandes Ligas: su propia barajita con goma de mascar y escuchar su nombre anunciado por Bob Sheppard a través del gran cañón de un estadio del Bronx.
Lo que hizo a la voz tan poderosa fue el hombre que la generaba. Sheppard no sólo le dio la voz al estadio, sino también la humildad y el cariño. Era un religioso devoto que dedicó su vida a la educación (enseñando Oratoria en St. John’s donde había jugado fútbol americano y béisbol) y a su esposa Mary, quién estaba su lado cuando falleció este domingo 11 en su hogar de Long Island, N.Y., a tres meses de cumplir 100 años. Era un hombre sin complejos ni arrogancia, debido a que era tan genuino su voz llegaba profundo.
Fui lo suficientemente afortunado de conocer a Bob desde los años 80, cuando empecé a cubrir a los Yanquis. Las mañanas dominicales cuando los Yanquis estaban en casa, un cura local celebraba la misa en un club-house auxiliar, bajo las tribunas de Yankee Stadium, entre los clubhouses del home club y el visitador. Los parroquianos, por lo general 30 o 40 de nosotros, incluían vendedores, porteros, reporteros y entrenadores y jugadores de los Yanquis y sus oponentes, usualmente con pantalones de juego, sudaderas y chancletas.
El hombre que hacía las lecturas en esas misas era Bob Sheppard. Si se conoce la profundidad de la voz de Sheppard cuando entonaba “Short stop. Num-bah two. Derek Jeter. Num-bah two”, sólo se tiene que imaginar a un lector al lado de un altar entonando “Deuteronomy” de la forma como él lo hacía. Las lecturas del Viejo Testamento nunca sonaron, literalmente, como si el cielo estuviera en la tierra.
Durante los juegos Sheppard leía libros entre innings, en su pequeño compartimiento de vidrio del palco de la prensa, luciendo muy profesional con bien planchados pantalones, su camisa de cuadros manga larga, su sweater sin mangas, y lo más importante, zapatos cómodos. Luego de anunciar al bateador que representaba el out final de un juego, Sheppard abandonaba el compartimiento y se paraba en el pasillo que llevaba al palco de prensa, con el libro en el pecho. Si el bateador extendía el juego, Sheppard regresaba al compartimiento lo suficientemente a tiempo para anunciar al próximo bateador, y luego retomaba su posición de retirada.
Inmediatamente después de concretarse el último out, Sheppard apretaba el paso en el pasillo, él todavía era rápido con sus pies en sus 80, pasaba una puerta con brazo mecánico, luego doblaba a la derecha hacia un espacio abierto del estadio, después hacia las puertas de las oficinas ejecutivas de los Yanquis, y entonces saltaba a un ascensor en el proceso de estar más cerca más rápido con su esposa Mary en el hogar.
Desde el momento que conocí a Bob, sabía que estaba en la compañía de una leyenda, pero era lo suficientemente afortunado para conocerlo (aunque no del todo bien) como alguien mucho más impresionante que eso: un alma bendecida de gran corazón. La voz lo hizo famoso. Pero todos estos años, era lo que estaba en su corazón, no en su alocución, lo más grande. Admiraba profundamente, que en esos años tan avanzados de su vida, disfrutaba y se sentía feliz de su trabajo y de una mujer que amaba.
Así me agarró desprevenido el otoño pasado, en lo que sería una de sus últimas entrevistas, cuando Bob Sheppard habló de mí. Era el 29 de octubre, el día del segundo juego de la Serie Mundial. Sheppard, quién trabajó por última vez en Yankee Stadium en 2007, estaba frágil y muriendo. Melissa Segura, la talentosa periodista de Sports Illustrated visitó a Sheppard en su hogar para entrevistarlo en una pieza en primera persona para la edición de Sports Illustrated en homenaje a los Yanquis. Sheppard recordó su vida y su carrera.
Aquella noche en el estadio, Melissa me dijo lo que Bob había dicho al final de la entrevista. De acuerdo a la transcripción de ella, esto fue lo que le dijo:
“Tengo una petición: si pudiera escoger a alguien de su prestigioso equipo de periodistas, me gustaría que Tom Verducci escribiera la historia de Bob Sheppard. Dígale eso. Que hice esa petición. Pienso que es uno de los mejores periodistas de deportes. Dígale eso también”.
Estaba anonadado. Significaba mucho para mí, especialmente sabiendo del cuidado y respeto que Bob tenía por el lenguaje, pero principalmente porque lo admiraba mucho por su bonhomía y autenticidad. Recordé sus palabras ayer al saber de su deceso, y me golpearon más duro. Y lloré no porque se había ido, sino por su benevolencia.
Entonces, aquí tienes Bob. Esto es para tí. Tu petición está cumplida.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
lunes, 12 de julio de 2010
Bob Sheppard, la voz de los Yanquis de Nueva York, fallece a los 99 años
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
jueves, 8 de julio de 2010
Para el lanzador de los Rojos de Cincinnati, Arthur Rhodes, pitchear se ha convertido en un tributo.
Arthur Rhodes conseguirá entradas para que 5 personas asistan al Juego de Estrellas de las Grandes Ligas este martes 13 de julio de 2010 en Anaheim. Su madre estará allí. Y dos hermanas, una sobrina y su hija Jade de 16 años. Cinco mujeres para dar apoyo a un novato del Juego de Estrellas de 40 años.
Un niño también estará ahí. Rhodes, un relevista zurdo de los Rojos, está seguro de eso. El hijo de Rhodes, Jordan, tenía 5 años cuando falleció en diciembre de 2008 a causa de una enfermedad desconocida. Cada vez que Rhodes lanza, escribe las iniciales JR en la arcilla del montículo. En el Juego de Estrellas también lo hará.
“Siento como si él estuviera detrás de la goma de lanzar, viéndome pitchear”, dijo Rhodes.
Rhodes habló en voz baja este martes 06 de julio en su locker antes de un juego contra los Mets en Citi Field. Rara vez dice algo. Firmó con los Rojos la semana que su hijo falleció, pero los directivos del equipo ignoraban su dolor. El domingo, cuando el manager Dusty Baker le informó a Rhodes que había sido escogido para el Juego de las Estrellas, èl dijo que Rhodes se quedó como una estatua.
“No sería Arthur si mostrara alguna emoción”, dijo Baker. “Y no sería Arthur si les estuviera comentando a todos sobre eso”.
Rhodes no habló en público sobre la muerte de su hijo hasta el mes pasado. Después que terminó una seguidilla de 33 apariciones consecutivas sin permitir carreras, la cual igualó el record para una temporada de Grandes Ligas, un reportero le preguntó a Rhodes que escribía en la arcilla del montículo. Rhodes decidió contestar. No había razón para seguir callando.
Rhodes pudo haberse retirado después de la temporada de 2008, pero dijo que seguiría jugando para honrar la memoria de su hijo. Los Rojos están felices y maravillados por lo que hizo.
“Nadie quiere vivir los increíbles golpes emocionales que ha recibido este hombre”, dijo el coach de pitcheo de los Rojos Bryan Price. “Pero ¿cómo lo hace? Eso se hace dificil de comprender para la mayoría de las personas. ¿Cómo te desenvuelves en un ambiente donde has recibido tantos golpes? Su habilidad para separar lo personal de lo profesional ha sido muy impresionante para mí”.
Price era el coach de los Marineros de Seattle durante la mejor temporada de Rhodes en 2001, cuando tuvo marca de 8-0 con 1.72 de efectividad. Aquel verano el Juego de Estrella fue en Seattle. Rhodes no lo vió, porque prefiere participar a contemplar. Pero disfrutó el derby de jonrones.
Ese evento se efectúa el día anterior al juego, los jugadores comparten la experiencia con su familia. Los niños usan camisetas del Juego de las Estrellas y se sientan con sus padres, o corren en los jardines persiguiendo las pelotas. Rhodes se imagina a Jordan haciendo eso.
“Sé que le hubiese gustado estar en el Juego de las Estrellas, como todos esos niños que corren en los jardines”, dijo Rhodes. “Pero él es mi pequeño ídolo, y él está ahí. Él estará ahí conmigo y me verá lanzar”.
Rhodes tiene un tatuaje de una cruz y la palabra “Fé” en su antebrazo derecho. En la pantorrilla derecha tiene unas alas de ángel envolviendo las iniciales de su hijo.
“Hace dos años nadie sabía lo que había pasado, porque no quise decirlo”, dijo Rhodes. “Pero estoy jugando todavía por él”.
Rhodes es parte de una temporada en la que los Rojos están resurgiendo, al punto de que enviarán varios jugadores al Juego de Estrellas por primera vez desde 2004. El antesalista Scott Rolen y el camarero Brandon Phillips asistirán, y el inicialista Joey Votto comanda la votación en línea para el último puesto de la Liga Nacional.
Los Rojos están en el primer lugar de la División Central de la Liga Nacional, la cual no han ganado desde 1995, el año de la primera aparición como relevista de Rhodes con los Orioles de Baltimore. Ha tenido partes de cuatro temporadas como abridor sin mucho éxito. Excepto cuando enfrenta a los Yanquis , cuya efectividad ante ellos es de 7.46, su trabajo como relevista ha sido muy bueno.
“Nunca imaginé que alguien pudiera ser mejor que Arthur Rhodes en su trabajo en 2001, y eso fue con una recta entre 93 y 98 millas y una slider entre 86-87 millas”, dijo Price. “Puro dominio y gran control. Lo que él están lanzando ahora es una recta entre 90 y 93 millas con gran control y una confianza increíble en si mismo en que hará el trabajo”.
La confianza de Rhodes se manifiesta a sí misma en la forma en que ataca a los bateadores zurdos. Ha enfrentado a 48 bateadores zurdos y no ha caminado a ninguno. Los zurdos le batean .174 y aunque los derechos han recibido 12 boletos, batean aún peor, .149.
“Es como Benjamín Button, mejora con la edad”, dijo Phillips. “Pero siempre ha sido bueno, siempre se ha enfocado en el juego de la misma forma. Todos dicen que nunca lo han visto reír, pero esa es su personalidad Cuando está en el montículo, sólo piensa en su trabajo”.
En medio de su trabajo Rhodes hará una pausa para recordar a su hijo, la inspiración del importante momento de su carrera la semana que viene en un estadio llamado “Angel’s Stadium”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Al Kaline: Una estrella que sabía pasar la pelota al cortador.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Dwight Evans: "Cambiaría mi talento por la salud de mis hijos".
El toletero del Salón de la Fama, Jim Rice confrontó a su compañero por 15 veranos, Dwight “Dewey” Evans, hace 2 años acerca del serio desorden genético que había afectado a los dos hijos del antíguo rightfielder de los Medias Rojas de Boston por décadas, un profundo secreto que había mantenido alejado del equipo.
“Me miró fijamente y me dijo, ‘Nunca me dijiste de esto’. Entonces mostró su pena”, Evans de 58 años, recordó esto en una entrevista exclusiva con el Herald.
Hoy (21-06-2010) unos 208 amigos de Dwight y Susan Evans participarán en el 25to Torneo Anual de Golf de Neurofibromatosis en el Internacional Golf Club de Bolton, con el propósito de recaudar fondos para profundizar las investigaciones sobre la enfermedad. El Nro. 24 de los Medias Rojas dijo que habría cambiado su talento y fama a cambio de la salud de sus hijos.
El incurable desorden causa tumores dolorosos que crecen en los nervios. Susan Evans es portadora, aunque nunca ha mostrado los síntomas hasta el momento, y Dwight Evans ha sufrido la enfermedad. La neurofibromatosis se llevó el ojo izquierdo de su hijo mayor Tim y ocasionó que su cráneo fuese reconstruido con 60 tornillos y tres placas de titanio mientras su cara era despellejada casi 6 veces para facilitar operaciones craneales.
La hija de la pareja, la madre de sus cuatro nietos, no tiene Neurofibromatosis.
Tim Evans, tiene 37 años y trabaja en el centro de copiado de MBTA. “Él siempre ha sido mi héroe”, dijo Dwight Evans.
Cuando era un niño que empezaba a caminar, Justin Evans fue diagnosticado con tumor cerebral. A los 10 años un segundo tumor estrangulaba su espina dorsal.
Dwight Evans comparó la agonía de tocar un tumor de neurofibromatosis con soplar aire frío en la raiz en carne viva de un diente.
“Cuando eso le ocurrió a Justin, estábamos extenuados”, dijo Dwight Evans. “Eso nos puso de rodillas. Nos sentíamos miserables no solo con nuestras vidas sino por la del otro”.
Entretanto el ganador de 8 guantes de oro y autor de 379 jonrones que lo colocan en el cuarto lugar entre los jonroneros de por vida de los Medias Rojas, Dwight Evans pasaba muchos días en los hospitales, y en las noches sufría en silencio los abucheos de los aficionados de Fenway Park por cualquier error que cometiera en el campo.
“Ellos no sabían, por lo que pasaba”, dijo Evans.
“Si él tenía un mal día, no quería que la Neurofibromatosis fuese una excusa”, explicó Susan Evans, de 58 años, para quien no había escape en el trabajo de la severa experiencia que vivían. “No había alternativa. No había ningún lugar donde ir. Nuestra fé nos condujo a través de esto”.
Justin Evans, ahora de 33 años, asistente administrativo del Departamento de Transporte estatal y profesor de escuela dominical en la Iglesia Calgary Christian de Lynnfield, dijo: “Sabía que nuestros padres nos amaban sin importar donde estuvieran”.
Después de 40 años de matrimonio, los Evans todavía actúan como los enamorados de 15 años que eran cuando empezaron a cortejarse. Ella juega con el cabello platinado en la parte posterior de su cuello.
“Estamos bendecidos”, dijo
Dwight Evans. “Pudimos salir de los momentos difíciles y le agradezco a Dios por eso”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Luke Gregerson sigue lanzando sliders
Él esperaba en una cola de un cruce de ferrocarril, detrás de otros 15 carros, aguardaba que se levantara el travesaño. Cuando pasó el último vagón, Luke Gregerson soltó el pedal del freno. Antes de que pudiera arrancar, un carro a más de 40 millas por hora lo chocó por detrás. El cinturón de seguridad contuvo su cuerpo, no pudo hacer lo mismo con su cabeza. El cuello de Gregerson hizo un movimiento brusco hacia delante, y debido a que era un muchacho de 16 años que se consideraba indestructible, ignoró el dolor y le dijo al personal de emergencia que estaba bien. De todas formas los técnicos de la ambulancia lo inmovilizaron y lo llevaron a un hospital local donde los médicos le practicaron una resonancia magnética y encontraron una fractura en la sexta vértebra.
Así empezó la cadena de eventos que llevó a Gregerson a los Padres de San Diego, una confluencia de mala suerte y buena fortuna, de grandes riesgos y mayores recompensas, que convirtió en un singular pitcher imbateable a alguien a quién no le gustaba pitchear. Si Gregerson no se hubiese roto el cuello, no estaría sosteniendo el rótulo del mejor relevo setup del béisbol.
Es un título fugaz. Algunos especialistas del octavo inning terminan graduándose de cerradores. Otros se esfuman, el pitcheo de relevo es una actividad muy exigente. En su segunda temporada, Gregerson parece más un cerrador en formación. Sus números parecen errores de tipeo: 34.1 innings, 14 hits, 2 boletos, 41 ponches y una efectividad de 1.57. Una vez confirmados, hay que reconocer que son reales, él convierte a los bateadores de Grandes Ligas en misántropos: Ellos odian la figura del pitcher de 26 años, ellos odian el movimiento del pie en sus lanzamientos, ellos odian la decepción de no poder descifrar su windup y, más que todo, ellos odian su slider.
El pitcheo no es una maravilla de la ingeniería moderna, ni un asalto Strasburgiano de pistolas de radar y sensibilidades. Sólo es una buena bola quebrada que los bateadores han tratado de descifrar durante una temporada y media sin suerte. Gregerson lanza su slider más del 60 % del tiempo, un ritmo casi increíble considerando la fama de este pitcheo para dañar brazos. Eso no le afecta a él.
“Funciona y eso es lo que importa”, dijo Gregerson. “Muchos bateadores dicen que no pueden leer la rotación del envío. No sé por qué. Es un aspecto del béisbol y la física que yo no entiendo. Los otros tampoco, así que creo que puedo seguir lanzándolo”.
Lo cual ha estado haciendo desde que le quitaron el collarín y empezó a jugar pelota de nuevo. Si Gregerson no hubiera perdido su primer año de secundaria en los suburbios de Chicago mientras sanaba su lesión, él se hubiera seguido mostrando en la posición que más le gustaba: tercera base. Como las opciones estaban limitadas, él escuchó a su entrenador, Jim Tseres y empezó a pitchear y a aprender la slider.
Esto no era suficiente para atraer a los entrenadores de las universidades. Tseres tuvo que llamar a Mike Dooley, el entrenador de la Universidad de St. Xavier del suroeste de Chicago, para que Gregerson tuviera la oportunidad de jugar con un equipo universitario. St, Xavier era una escuela NAIA. Lo cual estaba bien para Gregerson. Jugó en el jardín derecho y creció hasta tener la estatura y el peso propios de un jugador de ese nivel.
Antes de la primera temporada de Gregerson, Dooley lo sentó. Quería que Gregerson pitcheara. Todos notaron la fuerza de su brazo. Los bateadores pocas veces tienen dificultades en una escuela NAIA. Un brazo con fuerza fue su salvoconducto.
“Los muchachos no quieren eso”, dijo Dooley. “Ellos quieren oir que son lo suficientemente buenos para jugar en el campo. Él fue lo suficientemente inteligente para escuchar”.
En los próximos dos años, como cerrador de St. Xavier, Gregerson destacó. Dooley pedía todos los pitcheos, preparaba a Gregerson para el futuro pidiendo slider tras slider. Su efectividad de .68 como jugador de último año llamó la atención de los Cardenales de San Luis, quienes lo escogieron en la vuelta 28 a pesar de que había logrado sus números ante una competencia de categoría inferior. Él era lo que toda escogencia de una vuelta 28: un billete de lotería de unos dos mil dólares. Eso fue suficiente para que Gregerson pospusiera su ingreso a la escuela de leyes John Marshall en Chicago.
En la liga de novatos, Gregerson aprendió a lanzar el sinker que hoy utiliza para complementar la slider. Como pitcher a tiempo completo por primera vez, Gregerson experimentó hasta hallar la mejor manera de lanzar su slider: los dedos índice y medio juntos, estirados sobre el cuero bajo las costuras, lanza la pelota como una recta hasta el último segundo cuando permite a la pelota deslizar desde el interior de sus dedos, un impulso de bola cortada, con movimiento de slider, debido a la acción de su brazo.
“Esa pelota se convirtió en un envío que podía lanzar adentro, afuera, arriba, abajo, más duro, más lento”, dijo Gregerson. “Se convirtió en algo que podía controlar mejor que mi recta. Si voy a un desafío decisivo la voy a lanzar. Confío más en ella que en cualquier cosa”.
“Los entrenadores dicen que hay que usar la recta para introducir los otros pitcheos. Yo lo hago al contrario. Introduzco la recta con mi slider”.
La heterodoxia asusta a la mayoría. A Van Smith le gustaba. Como scout de los Padres, Smith había seguido a Gregerson en 2008. Cuando el equipo tuvo que cambiar al short stop Khalil Greene a San Luis, el gerente general Kevin Towers, le pidió a Smith que le recomendara un jugador que estuviese listo para las Grandes Ligas. Este le nombró a Gregerson quién no habia lanzado un inning por encima de AA. La próxima primavera, él fue el pelotero a ser nombrado más tarde en el cambio de Greene.
La slider de Gregerson impresionó de inmediato. A medida que avanzó la temporada de 2009, se hizo más fuerte, tuvo apariciones sin permitir carreras en 23 de sus últimos 25 juegos. Entre Gregerson, Mike Adams y Heath Bell los Padres armaron la mejor combinación para los últimos innings. Sólo ha sido mejorada este año, cuando Gregerson ha mantenido a los bateadores en un promedio de .121 de promedio, .142 de promedio con hombres en base y .190 de promedio de slugging.
Casi las dos terceras partes del tiempo, los bateadores saben que lanzamiento viene. E igual no pueden batearlo.
“Toda la liga se va a sentar a esperar la slider? Si”, dijo el manager de los Padres Bud Black. “Pero es casi un hecho que aún sentándose a esperarla todavía no la puedan batear si tiene una buena colocación, lo cual ocurre la mayor parte del tiempo”.
“Es ese don natural que tienen ciertos pitchers y que no puedes explicar, que no lo puedes notar hasta que llegas a la caja de lanzar…”
La señal más real de la distinción de una slider: su habilidad para ser comparada con una canción oscura de 29 años. La slider de Gregerson, en un estudio de la data disponible, no muestra movimientos excepcionales ni giros locos que la separe de los cientos de sliders del mundo. Gregerson lanza la suya en strike, muchas veces y sin pedir disculpas.
Si la slider acaba la carrera de Gregerson, sólo será otra víctima. Si sobrevive y destaca, será el Larry Andersen moderno, un relevista cuyas efectivas sliders le valieron una carrera de 17 años.
“La voy a seguir lanzando hasta que la empiecen a batear”, dijo Gregerson, y justo ahora ni siquiera se acercan a batearla. Así que él se mantendrá lanzando el séptimo y octavo innings, esperando que Black le de al menos la oportunidad de un turno al bate para hacer swing como le gustaba.
Y seguirá recordando aquel día en las vías férreas cuando todo esto se puso en marcha, el choque que causó el cuello roto, que causó las oportunidades pèrdidas, que causaron la slider, que causó tanto daño.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Jonrón de piernas
Mientras leía que el jonrón de Parra se debió en parte a que los jardineros Nate McLouth y Jason Heyward habían chocado mientras perseguían el batazo que soltó Parra entre right y centerfield, recordé un juego donde Pokey Reese bateó un jonrón dentro y otro fuera del parque con los Medias Rojas de Boston. En las notas de ese juego recordaron que Antonio Armas había sido el último pelotero de Boston en batear los dos tipos de jonrón en un juego efectuado el 24 de septiembre de 1983.
McLouth quedó tendido en el piso mientras Heyward se levantó y buscó la pelota en la zona de seguridad para iniciar un relevo que llegó tarde al plato. Mark Reynolds corría en primera por pelotazo de Peter Moylan (quién relevó a Kenshin Kawakami) y pasó a segunda por sacrificio de Chris Young. “Cuando llegué a segunda el coach de tercera gritaba, ‘Sigue, sigue’”, dijo Parra.
Armas le sacó la pelota del Tiger Stadium a Dan Petry en el primer inning para remolcar a Jim Rice y darle ventaja de 2-0 a los patirrojos ante Detroit. En el octavo Armas largó cuadrangular dentro del parque ante el propio Petry para remolcar a Wade Boggs y poner el marcador 5-0.En el cierre del noveno los Tigres amenazaron pero sólo marcaron 3 carreras. John Tudor se apuntó la victoria y Bob Stanley el salvado.
Atlanta había tomado la delantera en el inicio del octavo con dobles de Heyward y Brian McCann ante Aaron Heilman (G) que relevó a Ian Kennedy.
De inmediato centelleó en mi memoria un batazo que descargó Bob Abreu el 27 de agosto de 2000 para decidir un juego a favor de los Filis de Filadelfia versus San Francisco en Veterans Stadium
Chad Qualls retiró el noveno sin dificultad y se apuntó el salvado. Kennedy lanzó las primeras 7 entradas en blanco por los cascabeles.
Los Gigantes picaron adelante con doble de Ramón Martínez y sencillo de Doug Mirabelli ante Bruce Chen. Abreu se la desapareció a Mark Gardner en el sexto para igualar la pizarra. Y en el cierre del décimo se apuntó jonrón dentro del parque ante Aaron Fultz (P) para dejar sobre el terreno a los Gigantes. Chen se llevó el triunfo en trabajo de 8.2 innings. Ed Vosberg se apuntó el salvado.
Primero no encontraba venezolanos con jonrones dentro del parque en Grandes Ligas, ahora había recordado dos que habían bateado un dentro y otro fuera del parque en el mismo juego ¿Habrá más venezolanos que hayan bateado un jonrón de piernas en Grandes Ligas?
Al revisar la página web baseball-reference.com encontré que otros nueve venezolanos habían bateado al menos un jonrón dentro del parque en Grandes Ligas. Luis Aparicio (4: 16-09-1956, 30-07-1958, 24-06-1959, 19-07-1960). Victor Davalillo (30-08-1964). Luis Salazar (08-07-1982). Andrés Galárraga (31-07-1990). Carlos García (16-04-1993). Edgardo Alfonzo (06-05-1995). César Iztúris (07-07-2001). Endy Chávez (20-06-2003). Carlos Guillén (31-05-2004).
Alfonso L. Tusa C.
Alfonso L. Tusa C.
John Fogerty cuenta la historia tras la canción “Centerfield”.
Cuando el Salón de la Fama del Béisbol reciba una nueva clase este verano, el inducido principal será André Dawson, el antiguo centerfielder con guante de oro. Pero Dawson no jugará en el centerfield este 25 de julio en Cooperstown. John Fogerty lo hará.
El Salón de la Fama anunciará el próximo martes 01 de junio que Fogerty ha aceptado interpretar “Centerfield”, su pegajoso himno al béisbol de 1985, como parte de la ceremonia de inducción para rendir honores a Dawson, Whitey Herzog y Doug Harvey. En una entrevista este lunes 24 de mayo, Fogerty habló de los orígenes de su canción.
Fogerty nació en Berkeley, Calif., en 1945, y su hermano mayor era el recogebates de un equipo de ligas menores llamado los Oaks de Oakland. Los Gigantes se mudaron a San Francisco en la temporada de1958, y aunque Fogerty seguía a Willie Mays, para el momento ya había sido impresionado por varios centerfielders. Creció escuchando historias de los grandes Yanquis como Babe Ruth, Joe DiMaggio y Mickey Mantle. Los dos últimos eran centerfielders.
“Eventualmente, adopté a los Yanquis y llegué a sentir que el centerfielder, parecía el rey, la cabeza de la tribu, el jugador más especial”, dijo Fogerty. “Me di cuenta que el centerfield debía ser un lugar muy especial, más aún el centerfield de Yankee Stadium, que parecía ser el centro del universo”.
Fogerty jugó algo de béisbol escolar en la Organización Católica para Jóvenes. Después de sus años con el grupo Creedence Clearwater Revival y dos discos como solista, pasó como 10 años sin grabar. Escogió a “Centerfield” como el nombre de su disco de regreso antes de escribir la canción.
“Esencialmente , me estaba reencontrando con aquel sentimiento especial que sentía por el centerfield cuando era niño”, dijo Fogerty quién lanzará una edición para conmemorar el Aniversario 25 del disco el próximo mes. “La gente no sabía lo que significaba. Pero era importante para mí. Me tomó un tiempo recordar lo que era el center field y lo que sentía por eso, pero una vez que lo ubiqué en mi mente, pensé: “Es perfecto. Es exactamente lo que quiero decir”.
Escribir el título de la canción fue fácil para Fogerty, quién diría “Póngame a jugar, entrenador”, como parte de su conversación diaria. Amaba el poema “Casey al bate” , se lo leía a sus hijos y se imaginaba a si mismo como miembro de los “Mudville Nine, viendo el juego desde el banco”, una referencia a su periodo fuera de la música.
Mays, DiMaggio y Ty Cobb son mencionados en la canción y Fogerty tomó prestado “Brown eyed handsome man” de Chuck Berry para describir el trote de un bateador luego de dar un jonrón.
“El hombre elegante de ojos marrones probablemente es Jackie Robinson”, dijo Fogerty. “Aún cuando Chuck no lo dijo, esa idea estaba en mi mente”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Roger Craig recuerda a Jackie Robinson.
A finales de los años 40, no era precisamente el escenario de las relaciones raciales sanas tanto en el béisbol como en la sociedad estadounidense.
Resultó ser el tiempo y el lugar adecuados para Roger Craig, cuyo acento de North Carolina todavía es abundante como el polvo acumulado en Tobacco Road.
Mientras crecía hasta su altura definitiva, Craig siempre fue grande para su edad, lo cual le daba más rasgos caucásicos que lo diferenciaban en una comunidad de afro-americanos. Era el octavo de 10 hijos de una familia pobre que vivía en una vecindad mezclada, donde si tenía dos monedas eras la minoría.
“Había una iglesia Baptista pasando la calle, algunas veces entraba y me sentaba en la última fila y nadie se daba cuenta”, dijo Craig. “Había un campo detrás de la iglesia, ahí jugábamos pelota con otros niños. Yo era el único blanco. No tenía ningún problema por eso.
Me refiero a que no pensábamos nada respecto a eso. No era importante. Sólo queríamos jugar pelota”.
Craig jugaba baloncesto y béisbol, lo hacía tan bien como pitcher que recibió una vez recibió una llamada después de un encuentro de Ligas Menores en el que defendió a los Royals de Montreal en La Habana, Cuba. Craig debutó en Ebbets Field el 17 de julio de 1955, con un juego completo en el que permitió 3 hits y derrotó a los Rojos de Cincinnati 6-2.
Luego el manager Walter Alston le preguntó a Craig si su familia había venido a ver el juego. Craig que dijo que no había tenido tiempo de hacer las diligencias para traer a su esposa e hija desde Montreal. Alston lo envió directo al aeropuerto.
“¿Cuál aeropuerto? No se donde queda”, dijo Craig ahora de 77 años y rotando su residencia entre Misión Valley y Borrego Springs, California. “Yo era un muchacho del Sur, recién llegado a Nueva York, parado en las afueras de Ebbets Field, sin saber a donde ir, cuando llegó Jackie Robinson y me dijo: “Vamos muchacho, te llevaré al aeropuerto”.
“Mucho después supe que Jackie vivía en Connecticut, por lo que se desvió de su ruta para llevarme al aeropuerto”. Durante el trayecto quería hacerle un montón de preguntas. Quería preguntarle por lo que había pasado, pero no le pregunté nada”.
“En vez de decirme por lo que había pasado, todas sus dificultades, pasó todo el viaje explicándome por lo que yo podría pasar y lo que debía hacer para establecerme en las Grandes Ligas”.
Las lecciones de Robinson debieron surtir efecto, porque Craig lanzó por 11 temporadas en Grandes Ligas, ayudó a los Dodgers a ganar una Serie Mundial, sobrevivió a lanzar para los desastrosos Mets de 1962, luego dirigió a los Padres de San Diego a su primer record positivo y a los Gigantes de San Francisco a una Serie Mundial.
Cuando la gente habla de los legendarios “Muchachos del verano”, los “Bums” de 1955, Craig es recordado como el muchachito del grupo que venció a los Yanquis de Nueva York en la Serie Mundial que por fin fue ganada por los Dodgers de Brooklyn.
Sin embargo muy pocos días en una carrera de 37 años pueden compararse al primero.
“Tenía 24 años y había lanzado un juego completo de 3 hits”, dijo Craig, “pero pienso que estaba más emocionado por aquel viaje en carro escuchando a Jackie Robinson”.
Cuando Craig se unió a los Dodgers en 1955, la integración del béisbol de Grandes Ligas era noticia vieja, pero ni de cerca era un asunto resuelto. Robinson tenía 38 años, faltaba un año para su retiro, pero todavía fajándose por tener la audacia de pensar que debía y podía jugar un deporte de blancos.
“En aquella época nadie tenía que decirnos que debíamos salir a defender a uno de nuestros compañeros”, dijo Craig, un derecho que terminó con marca de 74-98 y efectividad de 3.83. “Teníamos otro afroamericano en Jim Gilliam y al cubano Sandy Amorós, pero Jackie era el tipo a quién todavía eran dirigidos los dardos, y nosotros salíamos a defenderlo”.
Debido a su procedencia, Craig casi no le prestaba a tención a las implicaciones raciales y sociológicas que rodeaban a Robinson. Se remitía a disfrutar la vista, el panorama de ver a Robinson ejecutar el dobleplay en segunda base como uno de los acróbatas de Balanchine del ballet de Nueva York.
En algún momento Roger Craig escribirá sus memorias, y cuando llegue el capítulo de Jackie Robinson y su papel en la reforma social, Craig hablará de todo lo que recuerde.
Sin embargo hablará más del pelotero que ayudó a cambiar el béisbol. No de la competencia entre los peloteros, sino de la forma como el béisbol es jugado. Craig observó ese cambio ocurrir ante sus ojos. En primera fila.
“Instintos”, dijo Craig. “Jackie tenía los mejores instintos para el juego, mejores que los de Willie Mays, quién para mí fue el mejor jugador de todos los tiempos. Veías a Jackie doblar en primera después de batear un sencillo o doblar en segunda luego de conectar un tubey, y seguía hasta mitad de camino rumbo a la base siguiente. Si el jardinero lanzaba hacia una base él seguía hacia la otra”.
“Algunas veces el jardinero se sorprendía tanto que Jackie llegaba a tercera caminando”.
Y después se robaba el home.
Chris Jenkins. San Diego Union Tribune.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Una mirada desde lo alto de la tribuna
Johnny Bench se quedó mirando hacia las filas más altas de la tribuna central, hasta que el árbitro principal, Augie Donatellí lo llamó a batear. Bench conectó un envío de Giusti y voló la cerca del jardín izquierdo ante el delirio de los aficionados. Mientras daba la vuelta al cuadro Bench soldó sus ojos a la parte alta de la tribuna y cuando pisó el plato abrió la mano derecha hacia ese lugar de la tribuna, mientras era felicitado por sus compañeros.
Los Rojos terminaron ganando el juego cuando Bob Moose lanzó un wild pitch que permitió anotar a George Foster el triunfo.
En el dugout Bench declaró a los periodistas que se había volteado hacia la tribuna para buscar a su madre. Cuando la ubicó leyó en sus labios: “Batea un jonrón hijo”.Ese tipo de regalos y más se merecen las madres todos los días.
Alfonso L. Tusa C
El pitcher del Salón de la Fama Robin Roberts deja de existir a los 83 años
Rob Maadi. AP
Filadelfia.- Mucho antes de los conteos de lanzamientos, los relevistas intermedios y los cerradores, Robin Roberts por lo general terminaba lo que empezaba.
Roberts, el incansable lanzador del Salón de la Fama quién lideró a los Filis de Filadelfia para conquistar el banderín de la Liga Nacional en 1950, como parte de los famosos “Whiz Kids”, falleció este jueves 06 de mayo a los 83 años.
Roberts feneció en su casa de Temple Terrace, Fla debido a causas naturales. Informaron los Filis de acuerdo a lo declarado por su hijo Jim.
“Él fue uno de los héroes de mi niñes”, dijo el presidente del equipo David Montgomery. “Tuve la oportunidad de conocerlo personalmente. Recuerdo que me pellizcaba para hacerme ver que era verdad que estaba hablando con Robin Roberts. Su carrera y estadísticas hablan por sí solas. Pero primero que todo fue un gran amigo y los extrañaremos mucho”.
El derecho fue el pitcher más productivo de la Liga Nacional en la primera mitad de la década de los años cincuenta, encabezó la Liga en victorias entre 1952 y 1955, innings lanzados de 1951 a 1955 y juegos completos de 1952 a 1956.
Ganó 286 juegos y eslabonó 6 temporadas seguidas de al menos 20 triunfos. Roberts tuvo 45 blanqueos de por vida, 2357 ponches, y efectividad de 3.41. Lanzó 305 juegos completos, pero también permitió más jonrones que cualquier otro pitcher de Grandes Ligas. El pitcher de los Filis Jaime Moyer está cerca de romper esa marca. Moyer de 47 años ha permitido 498 jonrones, 7 menos que Roberts.
Roberts jugó en una época donde se esperaba que los abridores cubrieran la distancia. Pongámoslo de esta forma: En los últimos 25 años, los pitchers de los Filis lanzaron 300 juegos completos, 5 menos que los que completó Roberts en su carrera. Roberts hizo 609 aperturas en su carrera y completó más de la mitad.
“Robin fue uno de los pitchers más consistentes, competitivos y resistentes de su generación, además de ser el símbolo de los “Whiz Kids”, dijo el comisionado Bud Selig. “Robin de verdad disfrutaba el béisbol y siempre daba lo mejor de sí”.
Mucho después de haberse retirado, Roberts seguía a los Filis muy de cerca y era aún muy popular en Filadelfia, generaba sentidas ovaciones cada vez que regresaba. Una estatua de él frente a la puerta de entrada de primera base en el Citizens Bank Park, fue adornada con una guirnalda este jueves, uno de varios tributos que planificaron los Filis.
La camiseta Nº 36 de Roberts, que los Filis retiraron en 1962, fue colgada en el dugout antes de un juego vespertino ante San Luis. Allí permanecerá por el resto de la temporada, en casa y en la carretera. Los jugadores usaran el 36 en las mangas de sus uniformes a partir del viernes en la noche.
“Él aún permanecía muy ligado a la organización y adoraba a su equipo”, dijo Larry Shenk, el vicepresidente de relaciones con los peloteros retirados. “Fue un ser humano especial”.
El jardinero derecho del Juego de Estrellas Jayson Werth era el jugador favorito de Roberts porque también procedia de Springfield Ill. Werth bateó un jonrón de tres carreras en el primer inning contra los Cardenales.
“Robin siempre me contaba historias de mis familiares porque el era de mi pueblo, me hablaba de mi abuelo y mi bisabuelo”, dijo Perth, el nieto del antíguo garndeliga Dick Schofield “Siempre me contaba cosas buenas de ellos. Eso demostraba lo buen tipo que era. Definitivamente será extrañado y recordado. Tiene un lugar especial en mi corazón”.
Roberts fue el pitcher de cabecera del equipo de 1950 que ganó el primer banderín de la franquicia en 35 años. Roberts dejó marca de 20-11, 3.02 de efectividad y 5 blanqueos.
El equipo con varios jugadores de 25 años y otros más jóvenes como Roberts, Richie Ashburn y Del Ennis, fue apodado los “Whiz Kids”. Eso marcó el fin de un período de 3 décadas donde los Filis fueron calamitosos.
Los Filis punteaban con 7.5 juegos de ventaja y faltaban 11 juegos, pero las lesiones de sus pitchers abridores les complicaron el camino. El día final de la temporada justo después de su cumpleaños 24, Roberts hizo su tercera apertura en 5 días y llevó a los Filis a una victoria 4-1 sobre los Dodgers de Brooklyn para asegurar el banderín.
Roberts comenzó el segundo juego de la Serie Mundial y mantuvo a los Yanquis en 1 carrera y 9 hits en 9 innings. Con el juego 1-1 en la apertura del décimo inning, Joe DiMaggio abrió con jonrón para darle a Nueva York una victoria 2-1. Los Yanquis barrieron la serie. Roberts, quién relevó en el cuarto juego terminó la Serie con 1.64 de efectividad en 11 innings.
Roberts pasó 14 de sus 19 temporadas en Filadelfia y fue el pitcher estelar de la rotación entre 1948 y 1961. Sus 234 victorias con los Filis son más impresionantes considerando que el equipo perdió más juegos de los que ganó en ese período. Su mejor temporada por número fue la de 1952 cuando dejó marca de 28-7 y 2.59 de efectividad.
“Probablemente la mejor recta que ví fue la de Robin Roberts”, dijo el inquilino del Salón de la Fama, Ralph Kiner, quién conectó 3 de sus 369 jonrones ante Roberts. “Sus lanzamientos se levantaban como 6 u 8 pulgadas y se movían. También tenía gran control lo cual lo hacía muy difícil de batear”.
Firmó como agente libre con los Orioles de Baltimore con quienes jugó entre 1962 y 1964 antes de terminar su carrera con los Astros de Houston
y los Cachorros de Chicago.
Roberts fue un pitcher de control que dependía mucho de su recta. Lanzaba muchos strikes, lo cual lo perjudicó en algunas ocasiones. Concedió 1.3 boletos por juego a lo largo de su carrera, pero también permitió por lo menos 40 jonrones en 3 temporadas seguidas.
“Tenía una gran recta. Yo los dominaba a ellos o ellos me dominaban a mí”, dijo una vez.
Roberts inició 5 Juegos de Estrellas y fue seleccionado al equipo 7 veces. Sus mejores años llegaron antes del premio Cy Young, pero Roberts fue escogido dos veces pitcher del año por The Sporting News. También fue el jugador de la publicación en 1952.
Roberts fue elegido al Salón de la Fama en 1976. Sigue siendo el lider de la franquicia en juegos lanzados, juegos completos e innings lanzados. Fue lider en victorias y ponches hasta que Steve Carlton eclipsó esas marcas.
Robin Evan Roberts nació el 30 de septiembre de 1926. Sus padres, Tom y Sarah se habían mudado desde Gales hacia Illinois central en 1921. Su padre trabajaba en las minas de carbón y él creció escuchando los juegos de los Cachorros en la radio.
Roberts jugó béisbol, fútbol americano y baloncesto en la secundaria Lanphier de Springfield, antes de ir a la Universidad del Estado de Michigan donde destacó en baloncesto y béisbol
“Fui al equipo de béisbol de Michigan State”, dijo Roberts una vez. “Me preguntaron que posición jugaba. Les pregunté que necesitaban ellos. Me dijeron que pitchers. Entonces les dije ‘Soy pitcher’”
Durante los veranos de 1946 y 1947 Roberts jugó en la Northern League Semiprofesional con el Montpelier, Vt. Firmó con los Filis por 25000 $ luego de su graduación en 1947. Pasó poco tiempo en el sistema de granjas de los Filis.
Después de retirarse del béisbol Roberts fue entrenador de béisbol en la Universidad del Sur de la Florida.
El autor James Michener quién vivió fuera de Filadelfia en un ocasión resumió la carrera de Roberts en el New York Times.
“Para dos generaciones de aficionados él representó al mejor en la competencia atlética. Día tras día el iba allí afuera y lanzaba la pelota arriba duro y en el medio, un hombre maravillosamente coordinado haciendo su trabajo. Si hubiera lanzado para los Yanquis habria gando 350 juegos”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
El narrador del Salón de la Fama Ernie Harwell, fallece a los 92 años después de larga batalla con el cáncer.
El vocero de los Tigres Brian Britten dijo que ellos se enteraron de la muerte de Harwell a través de su agente.
Harwell, un narrador que ilustró los juegos de los Tigres por más de cuatro décadas y que fue adquirido por los Dodgers de Brooklyn por un catcher, anunció en septiembre que había sido diagnosticado con un cáncer inoperable en el conducto de la bilis. Entonces de 91 años, tomo la noticia con su característica entereza, dijo que planeaba seguir trabajando en un libro y en otros proyectos.
“Estoy listo para enfrentar lo que sea que ocurra”, le dijo Harwell el 04 de septiembre de 2009 a Associated Press. “Tengo una gran fé en Dios y en Jesús”.
Poco después del anuncio de Harwell, los Tigres lo homenajearon durante el tercer inning de un juego ante los Reales de Kansas City, mostrando un video en su honor y permitiéndole dirigirse a la asistencia del Comerica Park.
“En mis casi 92 años en este planeta, el Señor me ha bendecido con un gran viaje”, dijo Harwell en un micrófono detrás del plato. “La parte bendecida de ese viaje es que va a terminar aquí en el estado de Michigan”.
Harwell falleció este martes 04 de mayo en Novi, cerca de 30 millas al noroeste de Detroit, de acuerdo al Detroit Free Press. Los Tigres no tenían detalles adicionales del deceso.
Harwell pasó 42 de sus 55 años como narrador trabajando para los Tigres. Él fue su narrador radial de 1960 a 1991 y de 1993 a 2002.
El equipo y su emisora matriz WJR, dejaron que el contrato expirara después de la temporada de 1991 en lo que se convirtió en una pesadilla de relaciones públicas. El entonces Presidente de los Tigres Bo Schembechler, el antíguo entrenador de fútbol americano se hizo responsable. Después el gerente general de WJR Jim Long asumió las consecuencias del impopular suceso.
Cuando Mike Ilitch le compró la franquicia a Tom Monagham, regresó a Harwell a la cabina de narración en 1993. Harwell decidió retirarse luego de la temporada de 2002.
Su gran momento llegó de manera poco ortodoxa.
El narrador radial de los Dodgers de Brooklyn, Red Barber, cayó enfermo en 1948 y el gerente general Branch Rickey necesitaba un reemplazo. Al enterarse que los Crackers necesitaban un catcher, Rickey envió al receptor de ligas menores Cliff Dapper para Atlanta y Harwell pasó a los Dodgers.
Harwell dijo que su juego inolvidable fue el decisivo del play off de 1951 entre los Dodgers y los Gigantes de Nueva York por el banderín de la Liga Nacional, que se decidió con un jonrón de Bobby Thomson para dejar en el campo a los Dodgers, pero pocos recuerdan su narración del “Batazo que se escuchó alrededor del mundo”, en Polo Grounds aquel día.
La exclamación radial de Russ Hodges de “¡Los Gigantes ganan el banderín!” se convirtió en uno de los momentos más famosos en la historia de las transmisiones deportivas. Mientras tanto, Harwell transmitía por televisión el primer evento deportivo con cobertura de costa a costa en los Estados Unidos. Su trabajo de ese día ha sido completamente olvidado.
“Sólo dije, ‘Se fue’ y luego las imágenes se encargaron del resto”, recordó.
De acuerdo a su propia cuenta, Harwell narró más de 8300 juegos de Grandes Ligas, comenzando con los Dodgers y continuando con los Gigantes y los Orioles de Baltimore antes de unirse a los Tigres de Detroit. Faltó a dos juegos dejando a un lado la temporada de 1992: uno por el funeral de su hermano en 1968, el otro cuando fue ingresado al Salón de la Fama de los Narradores Deportivos y de la Asociación de los Periodistas Deportivos en 1989.
El estilo conciliador del nativo de Georgia y su amor por el béisbol lo ligaron a generaciones de aficionados de los Tigres, celebrando los momentos más grandes del equipo y haciendo las derrotas más digeribles.
Hasta los aficionados casuales podrían recitar las frases famosas de Harwell: “Se fue de laaaaargo”, por un jonrón. “Se paró ahí como la casa al lado de la carretera y miró a esa pasarle por enfrente”, por un bateador a quién le cantaban el tercer strike, y “Dos por el precio de uno”, por un dobleplay.
Las pelotas bateadas de foul a las tribunas eran “Atrapadas por un hombre (que venía de cualquier pueblo del area que le venía a la mente)”.
“Empecé eso después que llegué a Detroit en 1961 o 1962, y ocurrió por accidente”, explicó Harwell. “Dije ‘Un tipo de Grosse Pointe agarró la pelota bateada de foul”; luego las próximas fueron atrapadas por un tipo de Saginaw o una dama de Lansing”.
El Salón de la Fama del béisbol homenajeó a Harwell en 1981 con el premio Ford Frick otorgado anualmente a un narrador por contribuciones importantes al béisbol.
Harwell hablaba con modestia. “Sólo quiero que me recuerden como alguien que se presentaba a trabajar y trataba de tener un buen desempeño”, le dijo Harwell a AP después de retirarse en 2002.
Como Detroit pasó por situaciones difíciles al final de la carrera de Harwell, tuvieron record negativos en las últimas nueve temporadas de Harwell en la cabina, se convirtió en el recuerdo de mejores tiempos. Una estatua de Harwell en tamaño natural se encuentra a la entrada de Comerica Park y su palco de prensa es llamado: “The Ernie Harwell Media Center”.
Se sentía orgulloso de visitar ocasionalmente el estadio. Casi no hacia ninguna narración como retirado. Pero hizo una aparición como invitado en radio ESPN durante el cuarto inning del Juego de las Estrellas de 2005 en Detroit. También presentó la ceremonia de la primera bola con las grandes glorias de los Tigres Al Kaline y Willie Horton antes del primer juego de la Serie Mundial de 2006 cuando Detroit recibió a los Cardenales de San Luis.
Harwell nació el 25 de enero de 1918 en Washington, Ga., con un defecto de dicción que lo dejó con la lengua trabada. Mediante terapia y forzándose a participar en debates y discusiones en el salón de clases, había superado su carencia para el momento que se graduó en la Universidad de Emory.
Harwell tenía 16 años cuando se convirtió en corresponsal del Sporting News, y trabajó como periodista deportivo para The Atlanta Constitution entre 1936 y 1940. Empezó su carrera en las transmisiones como comentarista deportivo en la radio WSB de Atlanta. Tambien trabajó en la radio NBC.
Después de hacer el servicio militar de 1942 a 1946, Harwell fue la voz radial de los Crackers de Atlanta entre 1946 y 1948.
Escribía una columna para el Free Press después de retirado, escribió más de 50 canciones, produjo 3 libros de colecciones de ensayos, anécdotas, cubrió la premiere en Atlanta de “Lo que el viento se llevó” para la revista Life y narró golf y futbol americano colegial y profesional.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.